Diego de Sandoval había sido investido conde de Castro por el infante Juan de Navarra, a cuyo servicio participó en la guerra civil castellana. El caso podría presentarse como un ejemplo de fidelidad pero lo que hace Gómez Manrique es utilizar la Biblia y los dos libros de Séneca para consolar, como afirma pretender, a su hermana, pero también para legitimar sus reivindicaciones; en definitiva, hace un uso ideológico de las dos fuentes de pensamiento ético más prestigiosas en su tiempo. En este proceso seguía los pasos de la aristocracia castellana coetánea; de Diego de Sandoval, suegro de Juana Manrique, decía Fernán Pérez de Guzmán que era
bolliçioso e ambiçioso de mandar e rigir [...] veyendo un tiempo tan confuso e tan suelto que quien mas tomaua de las cosas mas auia dellas, non es mucho de marauillar si se entremetia dello. La verdad es esta: que en el tiempo del rey don Iohan el segundo, en el cual ouo grandes e diuersos mudamientos, non fue alguno en que el non fuese, non a fin de deseruir al rey nin de procurar daño del reyno, mas por valer e auer poder (Pérez de Guzmán; Domínguez Bordona, 1965 [1924]: 82-83 y 84).
En perfecta armonía con este punto de vista, al relatar la ambición y los logros de Julio César afirmaba Gómez Manrique que siendo
noble varón en virtud, aunque de linaje baxo [...] procurar el señorío del romano imperio delibró, lo cual no muncho después en obra puso non teniendo al dicho imperio otro título nin derecho salvo el que Tulio por fermosas dize palabras, conviene a saber: que lo pensó y salió con ello (Comentario a la est. XIV).
Partiendo de la escala de valores en que el autor operaba, explicitada en su propio comentario, y de su aplicación a la encrucijada en que se encontraba su hermana, podemos por tanto reconstruir la fuerza ilocucionaria del poema y proponer una interpretación muy lejana de la tradicional, contradictoria incluso con ella. El autor parte de un conjunto ideológico compartido por la aristocracia castellana de su tiempo que pone los intereses patrimoniales y la solidaridad del linaje por encima de las interpretaciones ortodoxas de la Biblia y de Séneca, pero también de principios jurídicos y políticos bien articulados en su época, como el bien común del reino y el respeto a las prerrogativas de la realeza (Nieto Soria, 1988: 46-48). Subvirtiendo estos principios los convierte en bases ideológicas con las que pretende influir en el proceso reivindicativo de los Sandoval, pero también aliviar la terrible tensión psicológica que debía de estar viviendo su hermana; por supuesto, todo ello nada tiene que ver ni con la doctrina de Séneca ni con la Biblia ni con la religión cristiana, sino solo con la solidaridad familiar y los intereses políticos y patrimoniales. El análisis ideológico del poema se convierte en la base sobre la que podemos reconstruir su fuerza ilocucionaria, la forma en que Gómez Manrique quería ser interpretado por su hermana y por los poderosos del momento.
Tampoco es posible saber en este caso cuál fue el efecto del poema. El apoyo del nuevo rey aragonés, Juan II, permitió a los Sandoval salvar el patrimonio valenciano, pero en Castilla las satisfacciones obtenidas fueron por el momento escasas y darían lugar a una escalada de reivindicaciones que llegarían hasta los tiempos del Emperador; desde este momento los Sandoval empezarían una apoteósica carrera que llevó al máximo poder a su descendiente Francisco Gómez de Sandoval, marqués de Denia y duque de Lerma en tiempos de Felipe III, pero esta parte de la historia queda ya muy alejada del momento que nos ocupa.
3. INFORTUNIO Y FORTUNA DE DIDO EN LA ÉPOCA DEL EMPERADOR
En 1535 el emperador Carlos emprendió la campaña de Túnez con ánimo de castigar al corsario Barbarroja y de poner coto a la inseguridad del Mediterráneo occidental; desde el punto de vista militar, la acción fue un éxito, pero no desde el punto de vista estratégico pues no consiguió alterar la correlación de fuerzas. Sin embargo, desde el punto de vista publicitario fue un verdadero modelo de eficacia gracias a los grandes medios que se pusieron en juego y a su posterior explotación durante una gira triunfal por Italia (Checa Cremades, 1987; Poumarède, 2005; D’Amico, 2015); la bibliografía hoy disponible es inmensa pero me centraré solo en los puntos fundamentales para el desarrollo de mi argumentación. 7
Una de las características de la campaña fue la presencia de un famoso pintor, Jan Cornelisz Vermeyen (Horn, 1989), y de numerosos memorialistas que nos legaron un notable haz de representaciones pictóricas y una larga lista de relaciones en verso y prosa, en latín, italiano, francés y castellano, unas pocas impresas, la mayoría, manuscritas; muchos de ellos desviaron su atención hacia lo que en otras circunstancias habría podido resultar accidental: como decía el Emperador en carta a su embajador en Venecia, Lope de Sosa, «yo salté a tierra [...] donde fue la antigua ciudad de Cartago» ( Corpus ed. Fernández Álvarez, 1973-1981: n.º clxxv, p. 428); y no solo desembarcaron en medio de las ruinas, apartadas de todo centro de población importante y, por ende, desnudas en su desolación, sino que allí acamparon el emperador y una parte del ejército, y sobre ellas, o junto a ellas, se desarrollaron gran parte de los combates. En mayor o menor medida, tanto las pinturas de Van Vermeyen como las relaciones se hacen a menudo eco de ellas.
Quien concedió la mayor importancia a las ruinas, pero sobre todo a la reconstrucción de la historia antigua de Cartago, su grandeza y su destrucción, fue Alonso de Sanabria, obispo de Drivasto y capellán del duque de Medina Sidonia, buen letrado y excelente conocedor de toda la corte y la nobleza castellana, que alterna la relación de los hechos con la descripción del yacimiento arqueológico, las semblanzas de los expedicionarios, la historia antigua de la ciudad y la caracterización de sus protagonistas. Y entre ellos, como no podía ser menos, la reina Dido y la poética tradición de su relación con Eneas, según Virgilio y Ovidio, que contrapone a la imagen según él real, la de los historiadores que la describen como mujer casta y fiel a la memoria de su marido Siqueo (Ruiz de Elvira, 1990; Bono y Tessitore, 1998). Podemos formarnos una idea de sus intereses y de la que pudo ser su aportación intelectual ante la nobleza castellana por este fragmento, uno de los muchos que dedica a la historia de la ciudad:
ni queda rastro de aq ue lla hermosa e antigua Cartago, colonia de fenices, excepto q ue parescen ciertas bobedas e çimientos [...] Vianse aquellos campos punicos donde fueron aquellas tres batallas tan reñidas, en la vltima de las quales fue por Scipion desde çimiento cartago asolada [...] Perdidos estauan tres muelles q ue antes avia, las piedras quadradas de los quales oy dia se veen con algun rastro de los çimientos. Ay algibes de los de aquel t iem po: en algunos de ellos se hallava agua o de lo q ue del cielo llueve o delo q ue puede manar de la tierra. No lexos de la torre de la sal, a la parte de La Goleta, ay grandes bobedas so tierra. Oy día se veen los aqueductos por donde de tan lexos trayan el agua a la ciudad, con gran ingenio edificados aquellos arcos e con mucha costa sostenidos [...] Poco rastro avia de aquella cerca tan famosa cuyo circuito era de tresçientos e sesenta estadios, toda la muralla adornada de torres e fortalesçida dellas, de anchura de quatro braças e de altura çinco sobre el muro. Los sesenta servian de estançias a los elephantes, los tresçientos de moradas para los vezinos. Perdiose la torre Birsea, depues de la de Babel, fabricada por Nembrot, de tan estraña labor e de tanta altura; e desde ella se paresçia toda la çiudad e gran parte del mar. No auia rastro de los atrios cartaginenses ni de los aposentos de los cien senadores [...] No se conosçia el sitio donde aquella hermosa poblaçion se començo a fundar quando cavando se hallo la cabeça del buey por donde los ariolos, pitones, auruspices, augures o adiuinos la pronosticaron rica e subjecta [...] esta çiudad, a los sieteçientos años de su edificaçion, fue por suelo derribada e anduuo fuego continuo diez y seis dias, en tiempo de Sçipion el Mancebo, sobrino del gran Sçipion, en la tercera batalla punica, donde murieron treinta mill hombres e veinte y çinco mill mujeres (Sanabria, Comentarios τ guerra de tunez , Libro III, cap. 9, ff. 116 v-117 r).
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