Sir Arthur Conan Doyle (1859-1930) nació en Edimburgo en una familia de católicos irlandeses, se licenció en medicina en la universidad de su ciudad natal y ejerció como médico oftalmólogo hasta sus 31 años de edad. Tres años antes de dejar el ejercicio médico publicó su primera novela, Estudio en escarlata , y después, en 1890, aparece El signo de los cuatro , en la cual ya aparece Sherlock Holmes. Sin embargo, dos años después, cuando el Strand Magazine inicia la publicación de las aventuras de Sherlock Holmes este se va a hacer mundialmente famoso con el episodio titulado «Un escándalo en Bohemia», al que sigue un éxito fulgurante. La figura de su amigo el Dr. Watson no actúa como tal médico, sino como «el bueno y querido Watson», su amigo, historiador, pregonero y «botafumeiro». Su profesor, el Dr. Joseph Bell, era profesor de neurología en la Royal Infirmary of Edinburgh. El conjunto tiene el propósito de introducir un método científico más riguroso (el método indiciario, que se descubre también en el Zadig de Voltaire) que el entonces al uso en las detecciones de criminales.
Decía Conan Doyle: «Gaboriau me había atraído bastante por su perfecto ensamblaje de los argumentos y el autoritario detective de Poe, el caballero Dupin, había sido en mi juventud uno de mis héroes»; y añadía: «me imagino a un viejo profesor J. Bell, su cara aguileña, sus curiosas maneras, sus misteriosos métodos de encontrar detalles. Si fuera detective, seguramente habría convertido este arte fascinante pero desorganizado en algo muy cercano a una ciencia exacta». Bell era hábil no solo para hacer los diagnósticos de las enfermedades, sino también de las ocupaciones y el carácter del paciente. El joven estudiante Conan Doyle había sido secretario del joven profesor Bell para tomar notas a sus pacientes externos y observó que Bell, con una simple ojeada antes de visitar al paciente, podía saber más que él entrevistándolo.
Véase el siguiente ejemplo:
A veces los resultados eran muy espectaculares aunque en ocasiones también metía la pata. En uno de sus mejores casos, dijo a un paciente civil:
– Bien, amigo, usted ha servido en la Armada.
– Sí, señor.
– No hace mucho que se ha licenciado, ¿verdad?
– No, señor.
– ¿Estuvo en un regimiento en Highland?
– Sí, señor.
– ¿Era un oficial no combatiente?
– Sí, señor.
– ¿Estaba destinado en las Barbados?
– Sí, señor.
– Vean, señores –quiso explicar–, este hombre es un hombre educado, y sin embargo no se quitó el sombrero. En la Armada no lo hacen, pero debería haberlo aprendido de las normas de educación social, si hubiera hecho tiempo que estaba licenciado. Tiene aire de autoridad y evidentemente es escocés. En cuanto a las Barbados, padece de elefantiasis, enfermedad de las Indias Occidentales y no de Inglaterra. [4] [5]
Otros ejemplos, aportados por médicos y estudiantes de medicina compañeros de Doyle, en Edimburgo, o por amigos de Bell o por su mujer, incluyen el reproducido en Lancet , 1 agosto de 1956:
Una mujer con un niño pequeño le invitó a entrar. Bell le dio los buenos días y ella le respondió con el mismo saludo.
– ¿Cómo le ha ido la travesía desde Burntisland?
– Estuvo bien.
– ¿Había un largo trecho hasta Inverleith Row?
– Sí.
– ¿Qué hizo usted con el otro crío?
– Lo dejé con mi hermano en Leith.
– Y usted aún estará trabajando en la fábrica de linóleo, ¿no?
– Sí.
– ¿Ven ustedes, señores? Cuando ella me dio los buenos días me di cuenta de su acento pífano y, como saben, la ciudad más próxima a Fife es Burntisland. Se pueden dar cuenta de que tiene arcilla roja en los bordes de las suelas de sus zapatos. Y esta clase de arcilla se encuentra a veinte millas de Edimburgo, en los Jardines Botánicos. Inverleith Row bordea los jardines y es el camino más rápido desde Leith. Pueden observar que el abrigo que ella sostiene es demasiado grande para el niño que va con ella y por tanto quiere decir que se marchó de casa con dos niños. Finalmente, tiene dermatitis en los dedos de la mano derecha, característica peculiar entre los trabajadores de la fábrica de linóleo de Burntisland. [6]
En la medicina francesa de finales del XIX, y también en España en los años cincuenta, los profesores de clínica médica presumían de estas dotes de observación y deducción, que acompañaban inseparablemente a la intuición y que con frecuencia coincidían con los brillantes diagnósticos, como acontecía en mi tiempo de estudiante con el prof. Rodríguez Fornos. Estas presentaciones tienen un atractivo similar al de las intuiciones en las novelas policíacas y producen tanto interés como produjeron en sus lectores las novelas de Conan Doyle. Tanto es así que llegaron a producir un verdadero movimiento en contra de la suspensión de la serie cuando al personaje se le hizo caer por un precipicio. Tanto la reina de Inglaterra como la propia madre de Conan Doyle le rogaron a este que la reanudara.
La historia clínica es tan orientativa que se mantuvo vigente durante siglos. Aunque Bichat entronizó la autopsia con el paradigma anatomopatológico del diagnóstico clínico, la historia clínica ha permanecido como indispensable complemento de la técnica vigente en la actualidad. Cuando el reinado de la técnica comenzó a incorporarse, especialmente en los grandes hospitales de los últimos cincuenta años, se ironizaba sobre la dictadura de la técnica relatando el caso del «electricista de oficios varios» que entró en una zona quirúrgica y lo operaron antes de que pudiera referir su «historia clínica» de que acudía a esta sección para arreglar los fusibles. La historia clínica, repuesta y reforzada por Freud, cuando, ante las autopsias de Charcot a histéricos, quebró la fe inquebrantable en la anatomía patológica. La historia de Weed (1971) no ha tenido la esperada difusión, pero este campo sufrirá grandes ampliaciones y ordenación en el futuro. Así pues, parte de los métodos diagnósticos de una época ceden y desaparecen, y otros prevalecen porque son necesarios.
1.6 Métodos diagnósticos en 1950, ya por entero bajo los nuevos paradigmas anatomopatológicos
El punto medio del siglo XX, tomado como ejemplo de una fecha con ya siglo y medio de transcurrir la medicina bajo la vigencia del pensamiento o paradigma anatomopatológico, y que coincide con el ecuador de mis estudios de licenciatura en medicina. Se puede decir que todos los métodos de exploración y diagnóstico estaban ya guiados por el paradigma de Bichat y Laennec y por el razonamiento contenido en la frase «Convertir en externo y visible lo que es interno e invisible».
La percusión y auscultación habían conducido a la cardiología durante más de un siglo. Leopoldo Auenbrugger, medico vienés, inició la percusión, imitando a su padre, tabernero de profesión, que percutía con el puño (puño-percusión) los toneles de bebida para indagar cuándo iban estando casi vacíos, requiriendo su pronto relleno, sobre todo cuando la más fina percusión mostraba que ya apenas contenían líquido. Aplicando el procedimiento al tórax de los pacientes mostró su buena cualidad para apreciar derrames pleurales o pericárdicos notables, o bien la matidez recortada de las «hepatizaciones» o condensaciones del pulmón por neumonías o atelectasias (1761). Su interés declinó hasta que fue remozada por Corvisart y por Laennec simultáneamente al nacimiento y crecimiento del nuevo paradigma anatomopatológico, acompañada unos años después por la auscultación (1816) con el impulso del médico bretón Laennec, ocupando ambos métodos todo el siglo XIX. [7]
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