Ludmila Ramis - Game Over

Ahí aparecieron Tyra y Ciro. Él me llevó en su espalda a la enfermería —creyó que eso podría animarme— y Tyra hizo que el bravucón firmara una especie de declaración escrita sobre lo que había ocurrido. También una disculpa, y estoy segura de que lo amenazó para obtener esa firma. Luego, se lo llevó al director y ni puedo imaginar lo que pasó por la mente de ese hombre al ver que una niña irrumpía en su oficina para hablarle como si se hubiera cometido un delito federal.

Mientras esperábamos que citen a nuestros padres, Ciro compró un par de dulces de la máquina expendedora. Durante la primera CDE me tranquilizaron al asegurarme que no me expulsarían.

—De acuerdo, es hora de escuchar a tu mejor amiga decir exactamente lo que va a pasar. —Tyra se lame los restos de sal de los dedos y Ciro parece querer protestar por su servilleta ignorada—. Volverás a ese departamento y solucionarás el problema con ese brillante cerebro que tienes, sin la necesidad de llamar a tus padres. Irás a tu entrevista el lunes y te aceptarán, serás la mejor y más joven periodista en la historia en ganar un Pulitzer y me comprarás un yate o un McDonald’s.

Le doy mi mirada de no-puedes-estar-hablando-en-serio y Ciro me mira con la pregunta: «Está-loca-¿qué-esperabas?».

Tyra calla nuestra conversación visual con un hablen-en-voz-alta-que-no-entiendo mientras muerde otra papa.

—Creo que puedes llamar a tus padres si todo se vuelve... demasiado, ya sabes —dice Ciro con ojos empáticos mientras se encoje de hombros—. Pero es tu segundo día aquí. Estoy seguro de que lo resolverás, y Malcom y Kansas no se darán cuenta.

—Eso espero. —Me muerdo el interior de la mejilla, dubitativa—. Tengo que cumplir con mi parte del trato, porque de otra forma...

—Ni lo digas —advierte Tyra—, o voy a tener que golpearte con mi hamburguesa, y eso sería un desperdicio.

—¿Qué hamburguesa? —indaga Ciro.

La pelirroja baja la mirada a su plato y un brillo de desconcierto aparece en sus ojos seguido por la desesperación. Luego son cambiados por el enojo en cuanto levanta la mirada y ve al rubio con su postdesayuno entre las manos. Él le da un gran mordisco mientras gime de placer.

Tiene una obsesión con hacerla enfadar. Es un maestro en el arte del engaño. En el colegio, él les quitaba a sus compañeros la tarea, la fotocopiaba y luego la devolvía sin que se dieran cuenta.

Creo que así fue como llegó a la universidad.

—Si fuera una dona, estarías muerto —comento, divertida, y aparto el estrés para cuando llegue al departamento y tenga que lidiar con el chico que usa de baño la cocina.

Lo único que le faltó tras sacarse las lagañas y usar de toalla un repasador, fue sacar a su amigo del pantalón y hacer del uno ahí mismo.

Jaden Ridsley es un potencial problema.

Un potencial y antihigiénico problema, en realidad.

Ciro se inclina hacia mí y me ofrece la hamburguesa. Sin soltar mi Coca-Cola, le doy un mordisco y él le sonríe, triunfante, a una traicionada Tyra.

—Necesito calorías para enfrentar la vida —argumento con la boca llena antes de que mi amiga me lo reproche.

Capítulo 5

Cuadrado reglamentario

Billy Anne

De: Lennox

Hola, te dejé dos mensajes en el buzón de voz. ¿Los escuchaste?

¿Te gusta tu nuevo departamento? Envía fotos cuando puedas, o tal vez podrías invitarme en su lugar. El próximo fin de semana, ¿quizás?

Te extraño mucho, cuéntame cómo estás cuando leas esto.

♥♥♥♥

Borro los mensajes.

Los músculos intercostales y el diafragma se me contraen. El segundo desciende, y los primeros se elevan. Hay una diferencia de presiones; una mayor en el exterior, por lo que el aire tiene paso rápido desde las vías respiratorias hasta los pulmones.

En resumen, inhalo.

Tal vez lo que podría ayudarme sea una botella de vodka...

—¡Y le dije «¿Eres zopenco o te haces, Timberg?»! —Ríe el abuelo—. ¡Y, obviamente, lo era!

—Entonces dirías «sei stupido o fai finta, Timberg?» —traduce Ber en un extraño método de enseñanza.

Esto no era lo que esperaba. Tampoco el aroma a comida casera. No sé por qué lo hecho en casa resulta más sabroso. Tal vez sea porque está hecho con amor o, en caso del abuelo, con odio.

—¿Lista para el aperitivo de media mañana?

Jaden danza por la cocina con un delantal, pero sin camiseta. Es imprudente que abra la heladera descalzo y que maniobre una sartén caliente sin guantes de cocina. Da vuelta un huevo en el aire y espero que no termine pegado al techo.

—Son las dos de la tarde, deberían haber terminado de almorzar hace una hora y media. —Espío al abuelo sobre la barra.

Él y Bernardo están echados en el sofá con los pies sobre la mesa ratona. Charlan animadamente mientras pasan la repetición de un partido en el canal de deportes.

Estoy muy preocupada. ¿Bill ha hecho un...? ¿Un amigo? Detesta sociabilizar. Detesta todo lo que respira a excepción de mamá, tía Zoe y yo.

—Es domingo, no hay horarios para comer. —Gira las perillas de la cocina y deja la sartén allí para limpiar sus manos en el delantal mientras me enfrenta—. Mejor que te acostumbres, amor.

—Billy —corrijo en voz baja—. Y será mejor que te expliques en eso de «acostumbrarme», ¿hablaste con tu hermana?

Asiente y apoya la cadera contra la mesada antes de imitar mi pose. Cuando cruza los brazos, sus bíceps hacen un movimiento que me obliga a mirarlos con fijeza por un momento. Lo nota y las comisuras de sus labios tiran de una sonrisa torcida.

—Habla —ordeno antes de que acote algo al respecto.

—Dijo que me llamó en cuanto su vuelo aterrizó —comienza— en Nueva York.

—¿Por qué diablos se fue a la otra punta del país?

—Fue a probar suerte —explica entre el orgullo y el enojo—. Siempre quiso largarse de aquí, pero no podía arriesgarse a perder la estabilidad económica. Ahora sé que me hizo su compañero de departamento para ahorrar antes de irse. Acumuló semanas de vacaciones en su trabajo y se las tomó. Si encuentra algo mejor en Nueva York, renunciará y se mudará. Y, si dentro de unas semanas no lo hace, regresará y aún tendrá su empleo esperándola. Nadie pierde, salvo nosotros.

—Tampoco quería arriesgarse a perder el alquiler, ¿verdad? Es difícil encontrar dónde alojarse aquí por un precio accesible.

Si Ibeth no consigue quedarse en Nueva York, llegará y pateará mi trasero y el de Bill fuera de este lugar. Es eso o echar a su propio hermano. Dejará a alguien sin hogar temporalmente y, como si no fuera mucho, nos engañó a todos y nos quitó la voz y el voto en la decisión.

—Es egoísta —susurro—. Astuta y egoísta.

Estoy enojada, pero él se encoge de hombros como si no importara.

—¿Estás bien con eso? Sé que es tu hermana, pero ¿no estás ni siquiera un poco furioso?

Me sostiene la mirada en silencio. No hay un ceño fruncido ni labios apretados, tampoco un músculo que salte en su mandíbula. Su carencia de reacción ante la situación me obliga a analizarlo.

—Dos opciones —deduzco—. De verdad todo te importa una mierda o... —me tomo un segundo—, te han decepcionado demasiadas veces y estás acostumbrado, amigo mío.

Una sonrisa de comercial de dentífrico ilumina su rostro por la forma en que lo llamo. Ríe un poco y reprimo una sonrisa.

—Ahora tengo curiosidad, ¿te decepcionaron las personas o la vida? —pregunto cuando se voltea para sacar de la sartén el huevo y sumarlo a la pila que ya hizo.

Espero que me responda que solo fueron las personas. Apesta, pero no es lo mismo que te decepcione la vida. Si lo hace la gente, tienes a alguien a quien culpar, con quien enojarte; pero si es la vida la que te rompe el corazón, hay un problema. ¿A quién le gritas cuando muere alguien que quieres por causas naturales? ¿A quién maldices cuando llega un tornado, un tsunami, un terremoto, hay una inundación o lo que sea y lo destruye todo?