1 ...8 9 10 12 13 14 ...28 Mi mirada pasa a la prótesis que hay tirada junto a la cama.
—Esta es la parte donde gritas.
Me sobresalto para encontrarlo con una expresión serena. Bosteza y podría tomar una fotografía de sus amígdalas de no ser por mi repentina incomodidad, la cual me tiene tensa a dos pasos del colchón.
—¿Por qué gritaría?
Me tendría que haber quedado puertas afuera para evitar esto. Me podría haber salteado la ducha. De todas formas, es perjudicial bañarse todos los días. Muchos piensan que poner su trasero bajo un chorro de agua es sinónimo de limpieza, pero según varios expertos, bacteriológicamente hablando, no lo es.
—Porque eso hizo Bernardo la primera vez que me quedé dormido en su sofá y, cuando intentó despertarme al tirarme del zapato, se quedó con mi prótesis en la mano. El muy idiota creyó que me había arrancado una pierna. Lo quiero.
Su risa es ronca mientras rueda sobre su estómago para quedar bocabajo con el rostro apoyado en su antebrazo. Es una imagen matutina para primera plana del periódico. O de Playboy. Cualquiera de las dos funcionaría.
—A diferencia de tu esposo ficticio y por conveniencia, yo sé que no arranqué nada, la pierna ya te faltaba.
No.
No.
No.
¿Por qué dije eso? ¿Sonó tan mal como creo que sonó? El abuelo se sentiría orgulloso de saber que estoy pensando seriamente en correr hasta Cabo Verde. Incluso añadiré natación a la lista de sus castigos cuando cruce el océano Atlántico.
—No te desmayes —advierte al incorporarse sobre sus codos ante mi evidente bochorno—. No llegaré a atraparte porque no tomé mi taza de café aún y no tengo ni la fuerza ni la voluntad para salir de la cama. Todos los escritores de comedia romántica me matarían de saber que no te he atrapado en mis brazos.
Punto a favor. Sabe que la tradición del cliché en películas, obras de teatro y libros es difícil de romper. Incluso Disney promueve esa cosa, y no es que esté mal, pero aburre comer pizza todos los días.
A veces quieres una hamburguesa, como mamá, o un plato de pasta con verduras al vapor, como papá.
El cliché, en exceso, aburre. En la dosis justa te hace feliz.
—Tienes razón. No quiero terminar besando el piso. —Lo miro fijo—. Otra vez.
Sonríe ante el recuerdo.
—Ya decepcioné a los escritores al dejarte caer una vez y tus mejillas están lo suficiente coloradas de vergüenza como para que no debas aplicarte maquillaje por los próximos seis años, por lo que le haces perder una venta a las empresas multinacionales de cosméticos que fabrican rubor. —Arqueo una ceja y su sonrisa crece—. Creo que los dos estamos a mano, amor.
—Billy —corrijo.
—Billy Anne —insiste con otro bostezo—. Por cierto, ¿qué necesitabas? ¿Entraste aquí porque necesitas compañía del tipo no apta para niños y adolescentes? Bueno, en realidad, sí es apta para los adolescentes de hoy en día.
—De acuerdo, fueron suficientes indirectas sobre sexo para un día. Hora de irse. Gracias por tu tiempo. —Alcanzo el pomo y le doy la espalda.
—Debes girar las perillas de la ducha al revés, las pusieron mal —explica y vuelvo a mirarlo sobre mi hombro—. ¿Qué? ¿Creíste que iba a pasar desapercibido el hecho de que entraste en bata a mi cuarto? Necesito café para hacer funcionar todas mis neuronas, pero solo un par de ellas para reconocer que alguien anda sin ropa interior a menos de unos pies de distancia.
Sigue sobre su abdomen y tengo una vista directa a sus posaderas cubiertas por la sábana, seguidas por todos esos músculos y piel en ascenso por su espalda. Es como ir a un día de campo en las colinas: subes, bajas, subes despacio por varias millas y llegas a donde está el mantel con la canasta y la comida lista para hacer tu pícnic.
Eso me recuerda la vez que fuimos de día de campo cuando tenía alrededor de diez años. Tyra nos obligó a enrollar a Ciro en un mantel hasta que se asemejó a un burrito. Lo empujamos colina abajo y no salió bien.
—¿En qué piensas, Billy Anne? —Rueda sobre su costado—. ¿Fantasías sexuales mañaneras?
—En burritos, en realidad.
—Genial, hay un excelente local de comida mexicana dos calles abajo. Nos vemos ahí para la cena, a las siete —informa—. Es una cita.
Enarco una ceja, pero no cuestiono. Algo me dice que razonar con él estando en bata y con el tiempo contado para llegar a mi entrevista solo disparará mi nivel de estrés.
Lo último que veo antes de cerrar la puerta es su sonrisa de autosuficiencia, pero una vez que estoy en el pasillo me pregunto si toda esa excesiva confianza con la que se lleva por delante el mundo siempre fue propia de él, o es una distracción para que no presten atención o den importancia al hecho de que es una persona con discapacidad.
Ya parezco mi madre al analizar cada maldita cosa. Supongo que tendré tiempo para averiguarlo. De momento, solo quiero darme una ducha y volver al plan de ser la periodista más joven en adueñarse de todas las cadenas de comunicación.
Esa ambición es de papá, por cierto.
Jaden
—Luces espléndida esta mañana, Berta. —Entro al elevador—. Apenas se nota que estás por cumplir treinta.
—¿Qué quieres, Jaden?
—¿Por qué asumes que quiero algo?
—Porque ambos sabemos que estoy por cumplir cincuenta, ángel. Y si alguien te resta veinte años de encima es obvio que quiere algo. Además, se trata de ti. Tú siempre quieres algo, y no exactamente la paz mundial o que Santa Claus te traiga un auto a control remoto.
—De acuerdo. —Levanto las manos—. Tal vez quiero algo, como el puesto de trabajo que dejó Shaw hace dos semanas. Sé que estás entrevistando personas. Podrías ahorrarte mucho tiempo si me lo das. Soy leal, de confianza, sé más que nadie sobre deportes aquí y me gradué con un buen promedio.
—Si quieres el puesto, tendrás que hacer la entrevista. Tengo mucho potencial entre los candidatos y quiero asegurarme de elegir al mejor.
Las puertas se abren.
—Yo soy el mejor.
—Sí, el mejor durmiendo en la oficina y al vaciar la máquina expendedora del corredor. —Se carcajea al salir y la sigo.
—Berta, por favor. Dame una oportunidad. Si no funciona, regresaré a mi actual puesto y puedes entrevistar a tantas personas como quieras. Y, en mi defensa, solo descanso la vista y requiero del doble de energía calórica que el resto.
—Puedes hacer la entrevista dentro de media hora. —Pasa junto al escritorio de su secretaria temporal, también conocida como su hija, Naima—. Chica, ¿por qué tienes luces navideñas en el cabello? Estamos en marzo. Ten cuidado; las bombillas pueden recalentarse y prender fuego tu cabeza. —Le roba el café que está llevando a sus labios—. Y todavía no estás en edad de hacerte una adicta a la cafeína. Confiscaré esto.
Le da un sorbo y se mete en su oficina.
Naima me mira con los ojos abiertos de par en par.
—¿Hay olor a quemado? —pregunta, preocupada, y se lleva una mano a su cabello afro.
Tiene la manía de meterse cosas en el pelo. Es una fanática de las temáticas, así que siempre combina su cabeza con alguna festividad. Es su toque personal.
Raro, pero muy Naima.
—Iré por el extintor en un rato. —Me recargo sobre su mesa—. Solo por si acaso.
—No había pensado en que podría convertirme en una fogata humana hasta ahora. No permitas que mi madre cocine malvaviscos en mí.
—Un favor por otro favor. No había pensado que tendría que hacer la entrevista para obtener el puesto. —Suspiro—. ¿Me ayudarías al proporcionarme algo de información sobre mis contrincantes?
—¿Tienes miedo, Ridsley? —se burla.
—No, solo quiero ser precavido y saber a qué me enfrento.
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