—Tu ego tiene el tamaño de mi estómago, y debo destacar que el ensanchamiento de mi tubo digestivo equivale a un agujero negro supermasivo. —Abro la guantera por comida—. Diablos, ya me dio hambre, y el abuelo viene con nosotros porque el centro de recreación para ancianos está de paso hacia su universidad y no quiero que un taxista tenga un mal día si se topa con él.
Ciro y Tyra estudian Artes Escénicas. Unos meses después de la noche de la feria, la psicóloga de Tyra sugirió que debería reintegrarse a la sociedad mediante una actividad. Eligió el teatro y asistió a la misma escuela que fue tía Zoe de pequeña. No se animó a ir sola y, como yo tenía demasiadas actividades, Ciro se ofreció a acompañarla.
Jamás abandonaron.
—¿Por qué debo ir a un lugar donde me harán jugar al bingo y tendré que oler la muerte que se acerca? —espeta el abuelo.
—Porque la abuela quiere que improvises tus habilidades sociales antes de que se vayan de viaje. Como mínimo, debes ser capaz de estar cinco minutos sin desear y expresar tu necesidad de hacer desaparecer a la gente, y recuerda que es una de las condiciones para que vivas conmigo. —Encuentro unos caramelos y tiro dos hacia atrás al saber que Tyra los atrapará—. Además, es una buena oportunidad para pasar tiempo con gente de tu edad. —Le quito la envoltura a uno y se lo lanzo a Ciro, quien ya tiene la costumbre de ser mi aro de básquetbol personal y abre la boca en el momento justo. Me como otro y el abuelo se aclara la garganta—. Tú no. Papá dice que debes cuidarte el azúcar.
—De algo hay que morir, Billy Anne. Si es dulce, y no tiene que ver con un Timberg, un Preston ni un Hyland, mucho mejor —nombra a los alumnos de vida más irritantes que tuvo: Chase Timberg, padre de Tyra; Elvis Preston, amigo de tía Zoe y tío Blake; Hyland 1 y 2, lo que se traduce a padre e hijo.
—De acuerdo, pero solo uno porque me das pena. —Le lanzo un caramelo y antes de que pueda pestañear, ya lo está masticando.
Creo que se comió un pedazo de envoltorio. Nunca lo vi moverse tan rápido en mis casi dos décadas de vida.
Ciro estaciona frente a Adrenike Cod a la vez que mi teléfono suena. Pienso que es mi progenitor, quien va a recordarme las probabilidades estadísticas de mi éxito y mi fracaso en esta entrevista, pero es Lennox.
Gran día, ¿eh? Felicitaciones por adelantado. Estoy orgulloso de ti, MCV.
Yo estoy bien, por si te lo preguntas. Te extraño mucho. ¿Quieres hacer videollamada esta noche y contarme cómo te fue?
—¡Annie! —llama mi amigo y me sobresalto en mi asiento—. ¿Estás pensando en lo apuesto que soy? Porque te quedaste como un teléfono al que se le fue el wifi.
—Mi conexión wifi está perfecta. —Bloqueo el teléfono y espero que no me note tensa—. Va tan rápido que mi entrevistador y los aspirantes a este puesto no sabrán qué los golpeó.
Me desabrocho el cinturón y salto fuera del Jeep.
—¡Esa es mi chica! —Tyra se pasa al asiento del copiloto. El abuelo chilla y se tapa los ojos cuando el trasero de la pelirroja queda a la altura de su cara—. Mételes un virus y que te rueguen por sacárselos del...
—Muchas metáforas tecnológicas por hoy. —Le guiño un ojo cuando cierro la puerta y no dejo que termine la frase.
—Deja salir a tu Shepard-Beasley interior —aconseja el abuelo antes de aplaudir como si estuviera incentivando a su equipo antes de salir al campo—. Pero sobre todo, al sabiondo y brillante lado Beasley, solo en esta ocasión.
Así será.
Así no será.
Mi lado Shepard es una pileta de gasolina en la que acaban de dejar caer un fósforo. Me quedo de pie bajo el umbral de la puerta, pero la secretaria —que en realidad es muy joven como para ser secretaria— me empuja dentro de la habitación.
Fue raro ser guiada por un árbol de Navidad humano hasta aquí, pero es más raro el hecho que, de entre tantas personas, sea Jaden con quien deba hacer la entrevista a dúo.
Está sentado y, cuando me mira sobre su hombro, lo primero que hace es soltar una risita.
Una risita, ¿en serio? Tengo ganas de que mi bolso tropiece sin querer contra su rostro. A la velocidad de un huracán.
—¿En serio? —Sonríe—. Esto se pone cada vez más interesante.
—De todos los adjetivos existentes, ¿«interesante» se te viene a la mente en este instante? —Bajo la voz y me apresuro a sentarme en la silla a su lado—. ¿Qué hay de desdichado, desventurado, desgraciado, infortunado, malaventurado, inoportuno o desacertado?
El entrevistador podría entrar en cualquier momento, pero él está muy relajado mientras yo me aferro al borde de mi asiento.
—Jaden...
—Espera un segundo. —Frunce el ceño.
Mientras evalúa la situación y sus ojos vagan por mi rostro, asumo que acaba de percatarse de la gravedad del problema. No podemos pelear por el mismo puesto si vivimos bajo el mismo techo. Eso solo llevará problemas a casa. Ambos estamos atados de pies y de manos hasta que Ibeth regrese o hasta que nos deje saber que no lo hará. Mientras tanto no puede haber tensión, rivalidad o un odio demasiado profundo entre nosotros porque, si no, uno terminará arrojando por el balcón al otro.
Y esto es solo la cúspide del iceberg. Cuando elijan a uno para el puesto, el otro podría guardarle rencor. Por lo menos, yo lo haría. Esto significa un mundo para mí.
—¿Cuántos años tienes, amor? Pensé que estabas por empezar la universidad.
—Tengo dieciocho, pero la terminé el año pasado.
—Podría ir preso en algunos estados, ¿sabes?
—¿Por qué irías pre...? —empiezo, pero cuando ríe, entiendo su comentario—. ¡Eres repugnante! ¿Puedes dejar de tener pensamientos sobre sexo por al menos cinco minutos? Solo pido trescientos segundos de paz.
—No creo que lo consigas con él alrededor, cariño. —Me siento derecha cuando una mujer atraviesa la puerta y, sin siquiera mirarnos, toma asiento y abre una carpeta—. Jaden no sabe qué es la paz.
—Ni los minutos, aparentemente. —Junto las manos en mi regazo.
Berta Damon, una de las dueñas de la revista, me regala una sonrisa torcida. Leí su biografía en Wikipedia a pesar de que sé que no es una fuente de confianza dado que cualquiera puede editar la página.
—Sé algo de matemáticas —se defiende el chico al cruzar un talón sobre su rodilla—. Tú más yo. —Señala a la mujer—. Es igual a dueto explosivo. Tú más ella. —Me señala a mí—. Igual a dueto sin futuro.
—Mire, señorita Beasley. —Berta lo ignora para leer mi expediente—. El señor Ridsley ya es empleado de nuestra empresa desde hace dos años y está en busca de un ascenso, pero quiero que sepa que evaluaremos a todos los candidatos de la misma forma y buscaremos al mejor para el puesto. No hay favoritismo.
A pesar de eso, él tiene ventaja si ya lo conocen. Sobre todo, si les agrada, lo cual dudo, a no ser que los engatusara con sus encantos.
—Haremos una entrevista algo inusual aquí. Comenzaremos con la pregunta sobre cuándo se dieron cuenta de que querían ser periodistas
—Berta... —advierte Jaden, e intercalo la mirada entre ambos.
Es claro que saben algo que yo no.
—Si quieres el puesto, debes pasar por esto, lo siento. —La mujer junta las manos sobre la mesa. Sus uñas son tan largas como Ciro presume que es Ciro del barrio sur—. Sé que dirás que ya lo sé, pero no es justo para el resto. Debes contestar cada pregunta. Fin de la discusión.
El stripper echa la cabeza hacia atrás antes de enderezarse. Siento lástima por él. Sentirse —más bien, verse— forzado a hablar, es de las cosas que más cuestan e impotencia nos dan. Así que empiezo yo, y así le doy unos pocos minutos para que cobre valentía de lo que sea que lo está reteniendo a contestar.
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