Cuando supe que mi nieta abandonaba la casa de sus padres, sentí mucha tristeza porque la historia no era como las veces anteriores: Billy Anne estaba lista para la vida adulta. No tendría un par de años más con ella como sí los tuve con Kansas y Zoe cuando fueron a la universidad. Comí solo pasta y galletas una semana entera, encerrado en la oscuridad de mi living mientras miraba viejas repeticiones de los partidos de los Chiefs.
Luego me recuperé e intenté sabotear su partida, como el estratégico y algo egoísta abuelo como el que me describo. Admito que a veces pienso como si siguiera trazando un plan de juego para los Jaguars o los Sharps; soy algo avaro con la gente que quiero, que no es mucha.
Estuve en la época universitaria de mis dos hijas y, de repente, mi nieta y su supercerebro —maldito Beasley y su ADN— habían ido más rápido de lo que un viejo como yo puede ir. Sus años de universidad se fusionaron con los de la preparatoria, y llegó la hora de tomar vuelo. La habría encadenado al maldito nido, pero sabía que no podía hacerle eso. Tenía que dejarla crecer.
Entonces sus padres sintieron inseguridad, como todo padre lo hace cuando los hijos están por tirarse de clavado a la piscina sin agua que representa esta maldita vida. Me pidieron que la acompañara y la cuidara hasta que su vida en Kordell fuera estable. Anneley ya había comenzado a planear un viaje para animarme; pero su única condición para que viniera fue que asistiera al centro de recreación para ancianos, a modo de preparación para nuestro crucero de la tercera edad.
Por mí, lanzaría a todos esos culos arrugados al fondo del océano, pero le prometí ser más... sociable.
—¿Usas pañal?
«¿Qué diablos?».
—¿Disculpa?
—Te pregunté si usas pañal, los de tu edad ya no pueden controlar muy bien su sistema urinario, nada de lo que avergonzarse.
—¿Tengo cara de que uso pañal, Kans... Katia? —Frunzo el ceño, todavía confundido—. Tengo perfecto control sobre mi cuerpo: puedo orinar cuándo quiera, dónde quiera y sobre quién quiera.
Hace una mueca de asco.
—Eso es antihigiénico, vulgar y desagradable. —Una mujer se cruza en nuestro camino cargando una maceta con una planta de frutillas—. Oh, soy Zuria, por cierto, pero todos me llaman Zuri. Te hace falta algo de positividad, amiguito, pero no te preocupes, aquí en el centro encontrarás el espíritu del amor, de la paz y de la amistad, ¡y también te divertirás! —Me sonríe y su dentadura postiza casi se resbala de su boca. Debe detenerla y recolocarla con su mano libre—. Nos gusta jugar al ajedrez los miércoles y tejemos al estilo continental los viernes. Por cierto, ¿te apetece una Fragaria?
Santos demonios del fútbol. Ese cabello rubio, esos ojos azules, la jodida planta, el vestido floreado y las palabras que no entiendo... ¿Zoella?
¿Zoe de 75 años?
—Creo que me desmayaré —susurro antes de que una idea me llegue tan rápido como solía llegar mi pie al trasero de Chase Timberg—. Esperen, ¿también está Billy Anne aquí? —Al ver que intercambian una mirada de confusión, aclaro—: Una... Una anciana del tamaño de un gnomo. Es muy inteligente y se sabe los nombres de todo el equipo técnico de los Kansas City Chiefs —añado, orgulloso.
—Creo que te refieres a Brittany Alice —dice Kansas, o Katia, o quien sea que sea esta mujer que proyecta a mi hija dentro de tres décadas.
—De acuerdo. —Asiento con la cabeza y analizo a mis jugadores actuales; pronto, pienso en qué otros pueden estar en la banca—. Esto es importante, señoras. Díganme, por favor, que las tres son viudas —suplico.
Adiós, Beasley.
Adiós, Hensley.
Adiós, Ridsley.
Sí, sé que el nudista no es gay. No le gusta la berenjena ni la banana ni el pepino.
Kansas anciana se ríe.
—Ya quisiera, el mío está en medio de una batalla de sinónimos con el señor Gael.
—Y mi marido está dando clases de dibujo en el segundo piso —informa la otra.
Mis neuronas van a implosionar, pero antes de que eso ocurra me aseguraré de reformar cada arrugado trasero de este lugar.
—¿Ni siquiera aquí puedo descansar del patoso e irritante Hyland? También apuesto que hay un jodido Elvis Preston con la cintura dislocada y un... —me aterra solo decirlo—. Un malnacido Timberg con dedos de manteca que ahora hace idioteces a la velocidad de una tortuga solo para que lo vea en cámara lenta.
—Katia —susurra la Zoe arcaica—, creo que deberíamos llamar a la señora Akala, la exdoctora. Puede robar algo de la enfermería y sedarlo.
Me mira desconfiada.
—Akala tiene cataratas, le pondría la inyección en el trase... —recapacita un segundo—. Voy por ella, vigílalo.
¡Por amor a los Chiefs!
Tengo que salir de aquí, maldita sea. Nadie tocará mi retaguardia.
Billy Anne
—¿Por qué le mentiste a la señora Damon? —Freno en la acera.
Ya tiene la mano en el picaporte del local, por lo que echa la cabeza hacia atrás y suspira antes de retroceder y dar media vuelta. Hay cansancio en sus ojos, pero parece intentar quitarle atención a eso mientras sonríe con su usual descaro.
—No mezclemos trabajo con placer, Billy Anne.
—Billy —corrijo—. Y no hay nada aquí. —Hago un ademán al espacio entre nosotros—. Ni lujuria, ni deseo, ni nada que se te ocurra, además de tolerancia y algo de desagrado por el hecho de que vivimos juntos. Por lo tanto, podemos hablar de trabajo, sobre todo, ahora que vamos a vernos en la oficina por las próximas semanas.
Era de esperarse que Berta pusiera a algunos candidatos a prueba, lo decía en el aviso. Lo único bueno de esto es que es trabajo remunerado y voy a depender un poco menos de mis padres, pero sigue sin ser lo que quiero. Necesito el empleo, pero con Jaden y todo lo que representa en el medio, tendré que esforzarme un poco más.
—De seguro te hace feliz tener que ver este rostro las 24 horas del día —continúa, coqueto—. Y está bien, es normal sentirse ansiosa al respecto.
—Jaden —digo con severidad—, tu entrevista fue un desastre. No respondiste ni una pregunta de forma completa e hiciste todo lo que se supone que no tienes que hacer en una entrevista. Aun así, quedaste solo porque ya saben cómo trabajas. —Me cruzo de brazos—. Para colmo, mentiste respecto a lo más importante, así que dime, ¿por qué quieres este trabajo si ya tienes uno genial dentro de la empresa?
Se encoge de hombros.
—Quiero escalar en la pirámide empresarial, como todos. Me cansé de estar detrás de una computadora, quiero acción.
Arqueo una ceja.
—Todo tipo de acción —recalca pícaro.
Me toma de la mano y tira de mí hacia el local. Abre la puerta y me deja pasar primero. Aprovecho el gesto para intentar caminar más rápido, pero él no me deja. Admito que es linda la sensación de su mano entrelazada con la mía, porque su piel es cálida y suave. Debe echarse mucha crema humectante. Lo sé porque vi los potes en el baño y me pareció extraño que su hermana se los dejara. Toda chica que usa cremas los lleva consigo a todos lados, sobre todo, si son de aloe vera y aceite de oliva o, la que creo que se puso hoy por el aroma, frutos rojos y esencia de pepino europeo.
—¿De qué te ríes? —pregunta y aleja las lociones corporales de mi mente.
O casi. Ahora me pregunto dónde más se aplica la crema mientras me guía hacia una cabina.
—De nada.
—Evidentemente, no es nada.
—No estás en mis pensamientos; si digo que es nada, es nada.
Me zafo de su agarre y tomo asiento. El local de comida mexicana es colorido y sus paredes están decoradas con letreros de las distintas ciudades y pueblos de México: Guadalajara, Monterrey, Tzintzingareo, Acaxochitlán y Tlatlauquitepec.
Читать дальше