—Entonces, eh, ¿quieres besar mis...?
—¡¿Qué?! ¡No, claro que no! Solo lo recordé porque una de tus tetillas está rara, tiene un ángulo...
—Deja a mi tetilla en paz. —La cubro con la mano, fingiendo ofensa—. La asimetría es perfección a su manera, amor.
—Apoyo eso, pero no creo que llegar tarde lo sea. —Chequea su reloj y niega con la cabeza como si sacudirla pudiera reprimir el resto de los datos extraños que llenan su cabeza—. Vámonos, tengo que demostrar que soy más apta para el puesto que tú.
—Para que conste, mi cuerpo es... —comienzo, pero chillo cuando me da con el bolso para que me mueva y pueda cerrar la puerta.
—Una obra de la arquitectura moderna aplicada a la anatomía, o lo que quieras inventar para desbordar tu ego, ya lo sabemos. —Me pasa para adentrarse en el elevador donde Bill y Bernardo están esperando—. Nos vamos, si quieres perderte la oportunidad de ascender en Adrenike Cod, puedes quedarte conversando contigo mismo. Sé que es algo que te encanta.
Tengo que correr y sostener las puertas del ascensor para no quedarme atrás luego de que oprime el botón. Cuando entro, el abuelo Shepard enarca ambas cejas ante mi desnudez.
—¿No te molesta que tu novio, el zopenco, sea un exhibicionista? —le susurra a mi amigo.
—Me hace muchas cosas —responde, sugestivo, y Billy reprime una sonrisa ante la hilaridad—, ya sabes, corporalmente hablando, pero no me molesta.
Mis ojos se abren de par en par cuando siento una palmada en el trasero de parte de Bernardo. Billy Anne no aguanta y lanza una carcajada.
—Ma era necessario, scemi esibizionisti? —se queja el entrenador.
—Tu italiano es casi tan perfecto como la retaguardia de Jaden —felicita Ber.
Billy Anne
No nos dijeron a quién íbamos a entrevistar, pero honestamente no me esperaba a una niña de ocho años a quien le falta un diente.
Su nombre es Amalia. A pesar de que no es lo suficiente grande para entender la complejidad del mundo, me recuerda que a veces lo enrevesado puede resultar sencillo.
Todos los medios la conocen.
—Soy Jaden, pequeña. —Mi compañero se pone en cuclillas para estar a su altura.
Su sonrisa es grande, como su ego, pero en esta ocasión no suena arrogante. Su voz se dulcifica al hablar con ella.
La cría lo señala con el índice en una advertencia.
—No me digas pequeña.
—¡Qué coincidencia! Me recuerdas a alguien. —Ríe antes de echarme una significativa mirada sobre su hombro y ponerse de pie.
—Debe ser alguien fabuloso —le aseguro a Jaden, antes de dirigirme a la niña y tenderle una mano—. Soy Billy Anne, pero puedes llamarme Billy. Es un placer conocerte.
Su cabello azabache está recogido en una coleta tirante, lo cual expone sus mejillas enrojecidas por estar mucho tiempo al sol. Viste un conjunto deportivo como los que usa el abuelo, pero en miniatura, y también tiene un silbato alrededor de su cuello. Me recuerda a la abuela Anneley.
Mientras estrechamos nuestras manos, noto que Shepard, desde la esquina de la habitación, se cruza de brazos, reprime una sonrisa y asiente con aprobación.
—Tengo que hacer mi tarea de matemáticas, así que empecemos cuanto antes —apresura al sentarse en uno de los sofás de la planta baja del hotel, lugar en donde se lleva a cabo la entrevista, y cuya vista da a la elegante piscina con mosaicos marroquíes que hay en el patio de condominio—. Odio las fracciones... ¿por qué no puede tratarse siempre de números enteros, de todo o nada? Las cosas partidas no funcionan.
—Funcionan cuando hay más de una persona y se debe compartir, si no, sería algo egoísta, ¿no crees? Acaparar y no dar. —Tomo asiento frente a ella.
—Puede que sí, pero no es egoísta ponerse primero y elegir un todo o rechazarlo, y quedarte con nada —interviene Jaden—. A veces es para mejor. Hay cosas que, de a pedazos, no funcionan. —Se sienta a mi lado y cruza un tobillo sobre su rodilla.
Le encantan las reflexiones que terminan en debate. Es algo que compartimos; a todo buen periodista le gustan las perspectivas.
Deslizo mi grabadora sobre la mesa ratona que nos separa de Amalia. Aunque la empresa nos proporcionó teléfonos para este tipo de entrevistas, por algún motivo, Ridsley no lo trae consigo. Yo prefiero usar una herramienta más antigua: esta grabadora me la dio el abuelo. Solía usarla en su época universitaria y todavía funciona a la perfección. Asegura que grabar desde los móviles es un problema porque puedes desconcentrarte ante la primera notificación. Estoy de acuerdo.
Los padres de la pequeña esperan a un lado mientras firman los documentos que me autorizan a grabar la conversación y a redactar un artículo al usar su foto y su nombre. Jaden ríe al respecto. Dijo que con un acuerdo de palabra bastaba. Además, el nombre y la cara de la niña aparecen hasta en la sopa y ella está feliz con eso.
Le hubiera dado un sermón sobre el consentimiento y la representación de los derechos de los menores si no tuviéramos audiencia, pero aún me parece horrible que le restara importancia al asunto.
—Así que... —Me aclaro la voz con mi libreta y mi pluma en mano—. Amalia, ¿cómo se te ocurrió este proyecto?
—Para mi séptimo cumpleaños mis papás me compraron un teléfono y mi abuelo Luigi se enojó. Dijo que los niños no tienen que desperdiciar su niñez frente a pantallas. Que debes ir a columpiarse al parque, trepar árbo...
—¿Eres muy unida a tu abuelo? —interrumpe Jaden.
Le doy un disimulado codazo. Hay que esperar que el entrevistado termine de responder para hacer otra pregunta. En realidad, así debería funcionar cualquier conversación. Además, no sé si ya lo sabe —y por su pregunta no lo creo—, pero Luigi falleció el mes pasado. Salió en todos los portales de noticias. Hay que tener cuidado en cómo se aborda el tema.
Los padres de Amalia despegan la vista de los formularios al oírlo.
—¿Qué tan unido eres a tu trasero? Bueno, así era yo con él.
Jaden la mira entre divertido y perplejo, y yo reprimo una sonrisa al ver que ella lo toma con humor.
—Me agrada esta niña —señala Shepard tras una carcajada seca—. ¿Te gustaría ser mi nieta, Amalia?
—De acuerdo, omitiremos eso y lo del trasero para la revista —señalo—. Continúa, por favor.
—Eh... ¡Ah, sí! Después de que el abuelo dijera eso, me pidió que antes de usarlo fuera con él al parque. No quería ir, preferiría descargar juegos en mi nuevo teléfono, pero accedí porque se trataba del abuelo. —Se encoge de hombros—. Hacía mucho que no íbamos juntos porque siempre tenía tarea, clases de francés o porque prefería juntarme con mis amigas de la escuela.
Lo dice preocupada, como si la niña que quería hacer todas esas cosas no fuera ella. Es increíble que nuestra perspectiva siempre esté en constante movimiento. Ver hacia atrás y preguntarnos por qué pensábamos lo que pensábamos o hacíamos lo que hacíamos es la evidencia de que estamos creciendo, no solo en años, sino en mentalidad.
—Fue la mejor tarde que tuve, y todo lo que hicimos fue jugar y charlar —cuenta con ojos alegres y nostálgicos; veo por el rabillo del que sus padres se abrazan—. Al regresar a casa, yo no agarré mi teléfono, pero él se sentó frente al televisor y le pregunté por qué insistía tanto en que saliera cuando, al pensarlo, él se pasaba horas y horas frente a una pantalla.
—Eres muy observadora e inteligente —dice Jaden con cariño; las mejillas de las crías se tiñen de un rosa intenso mientras balancea las piernas al borde del sofá—. ¿Qué respondió tu abuelo, amor?
—Que él ya era demasiado viejo para hacer ese tipo de cosas. A pesar de que deseaba correr conmigo, su cuerpo no lo dejaba. Dijo que su tiempo para hacer cosas de niños ya había pasado. Me di cuenta de que toda esa tarde solo se había limitado a observar cómo yo jugaba. A pesar de que me sonrió..., noté otra cosa. Él extrañaba hacer lo que yo podía. Me enojé con cada uno de sus huesos de dinosaurio, con los pocos músculos que le quedaban sanos, con sus cataratas y con su cuerpo. Me largué a llorar porque algún día yo seré así. Querré correr con todas mis fuerzas, pero no podré porque me hallaré encerrada en un cuerpo oxidado.
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