Ludmila Ramis - Game Over

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Game Over: краткое содержание, описание и аннотация

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Los amigos con beneficios olvidan que deben pagar intereses en el banco de los sentimientos. Billy Anne quiere salir de la sombra de su apellido y trazar su propio camino. Para ella, la vida adulta es algo nuevo, pero acepta el desafío con gusto. Su familia le ha enseñado que nada es imposible. Por otro lado, Jaden Ridsley es un exjugador de fútbol americano que ama las fiestas y espera que el éxito y la estabilidad mental le caigan del cielo tras haber tenido una vida muy dura. Cuando estos opuestos terminan atados en el trabajo y, también bajo el mismo techo, la reacción química de su atracción se vuelve imparable. Mientras se desdibujan los límites de su relación, las inseguridades tienen luz verde para avanzar y provocar un choque de secretos en una calle llamada Destino. n juego terminado ofrece la posibilidad de empezar uno nuevo, pero… ¿Puede un final romperte para siempre?

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—Antes de que tú llegaras, permitían que usaran cucharas, Bill —acusa su nieta.

Él hace un ademán para restarle importancia al asunto.

—Se lo merecía porque se llama Elviro, y el punto es que ese lugar parece una guardería más que un centro de recreación. Quiero ir a otro lado a sociabilizar.

—Conozco un lugar —ofrezco.

—¿Un burdel? —dice con fingida inocencia la castaña, rubia, o cual sea el color que predomine en el mix de su cabello.

—Iba a decir que podría acompañarnos, solo por hoy, a la entrevista que vamos a hacer para la revista.

Billy Anne tose en señal para que cierre mi bocota a la vez que al coach se le iluminan los ojos.

—¡Touchdown, estoy dentro! —chilla el anciano.

—Abuelo... —empieza la chica.

—Me deberás el equivalente a tu coeficiente intelectual en millas si no me llevas contigo hoy, Billy Anne —advierte—. Necesito un descanso de esta locura.

—Yo necesito un descanso de mis seguidores. —Suspira Ber al apartar su celular—. ¿Saben lo difícil que es ser gay en Instagram? La gente me envía mensajes de apoyo como si la metáfora de salir del armario recién hubiera sido descubierta. —Toma un mondadientes y limpia el cereal que le quedó entre los dientes—. Me hace feliz la aceptación, pero a ningún heterosexual lo felicitan por quién le gusta y ser cómo es. En lugar de naturalizar mi orientación sexual, la convierten en una especie de medalla. Es tan...

—Es como cuando te operas la nariz —comento—. Algunos te dirán lo bien que te ves y que, si eres feliz así, no debes prestar atención a las críticas. Pero lo dicen siempre, todos los días, y lo único que logran...

—Es recordarte que cambiaste y que no te sentías cómodo en tu propia piel, como si eso fuera malo. Te hacen sentir incómodo, aunque no digan nada, solo basta con pillarlos cuando te miran de perfil —termina Billy Anne por mí—. Y te felicitan por ser lo suficiente valiente como para pasar por el quirófano y despedirte de la nariz con la que naciste. Entiendo que canse que lo rememoren siempre.

No todo lo que se hace con buena intención resulta ser bueno. A veces, es todo lo contrario.

A casi toda la familia de Bernardo le dio igual que le gustaran los hombres, excepto por su abuelo, quien tenía una mentalidad de otra época. Se alejó de Ber cuando se enteró e, incluso, en su lecho de muerte se negó a verlo. Creo que, de alguna manera, el apoyo que todos muestran con euforia le recuerda a quien no lo apoyó, porque miles de personas pueden estar felices por ti, pero si la única que más te importa no lo está, puede opacar al resto.

—El amor por uno mismo es amor. Puedes hacer lo que quieras con tu nariz y tus mocos —se entromete el abuelo—. ¡Con gusto les patearé el trasero a los que te hagan sentir mal, Belcamino! Estar bajo la lupa, sea para buenas o malas críticas, en exceso termina por jodernos. No dejaré que jodan a mi amigo.

—Wow, ustedes son muy apasionados a la hora de platicar —reconoce el chico—. Me pregunto si serán así de apasionados entre las sábanas.

—Bueno, ya sabes que lo soy —respondo, coqueto.

Billy Anne enarca una ceja y mi sonrisa se amplía. El show debe continuar, sobre todo, si tengo a Bill Shepard como espectador.

—Hablando de sábanas, ¿creen que pueda envolverme en una para ir a la entrevista? Eso o el pijama estaría bien por mí, detesto arreglarme —confiesa Billy.

Está usando la que reconozco de inmediato como la camiseta que usaba Malcom Beasley al jugar para los Jaguars. Debe valer unos cuantos dólares, miles si conserva la fragancia del hombre.

¿Es muy raro pensar en el aroma corporal del padre de la chica a la que le estoy viendo las piernas?

—¡¿Tenemos una situación de moda, aquí?! —Mi amigo salta de su taburete y la toma de la mano para arrastrarla a la habitación—. Sono nato per questo, primor.

El coach hace un ademán con la cabeza hacia el pasillo por el que acaban de desaparecer.

—Él me agrada más que tú, así que te recomiendo que te comportes. Asegúrate de que no salga herido, porque de otra forma te haré volar a Singapur.

Le sostengo la mirada. Sus ojos almendrados son intensos. Por un momento, creo que no está hablando de Bernardo.

—Se esfuerza mucho en aparentar que no le importa la gente cuando en realidad sí lo hace, señor. —Doy un trago a mi café.

—Te equivocas, zoquete. Me importa la gente y no tengo miedo en demostrarlo al estilo Shepard. Puedo ser un viejo gruñón y fastidioso, pero soy transparente. No oculto nada.

«Pero tú sí», parece decir con el silencio que le sigue y la forma en que me escudriña.

—¿Estás apreciando mi complexión física? —rompo el mutismo porque me siento incómodo. Bajo la mirada a mi pecho desnudo y hago un pequeño baile pectoral para él al contraer los músculos—. Porque me encanta aprecien mi cuerpo, veré qué dicen Bernardo y Billy sobre... —Mi oportunidad perfecta para escapar de la tensión que crea este hombre desaparece cuando me apunta con la cuchara.

Recuerdo que ya no permiten usarlas en ese asilo por su culpa y mis testículos se encogen un poco cuando presiona el metal contra la punta de mi nariz.

—Tú no tienes permitido ir allí, mi nieta se está cambiando.

—Solo habría un problema si Bernardo o usted se estuvieran cambiando. ¿Billy Anne? No es mi tipo.

Presiona aún más la cuchara. Temo que mi nariz termine en la parte trasera de mi cabeza.

—Tú eres menos homosexual que... —lo interrumpen el sonido de las pisadas y se aleja con rapidez.

Mete la cuchara en su cuenco de cereal y simula estar quejándose de un partido perdido de los Chiefs como si nada. Es un matón en privado y un dulce abuelo rabioso en público: gran actor.

—¿Qué opinan? —dice mi amigo de pie junto a una Billy Anne metida dentro de una camisa blanca, pantalones negros de vestir y tacones—. ¿Y no creen que este bolso que encontré no queda genial con mi tono de piel? —Se echa una cartera al hombro.

Shepard y Beasley intercambian una mirada.

—Abrirle la puerta de tu armario a Bernardo es como entregarle la llave de tu corazón —explico—. Es imposible que salga de ahí ahora. Lo digo por experiencia.

—La única llave que quiero es la de mi Jeep para que el abuelo nos lleve a la entrevista. —Le quita el bolso a Ber, quien se despide del accesorio con dolor.

El coach hace tintinear las llaves al sacarlas de su bolsillo con una sonrisa. Tengo el presentimiento de que si su nieta no hubiera accedido a darle un día libre del centro de recreación, la hubiera extorsionado con ellas.

Billy Anne parece pensar lo mismo porque bufa con diversión al abrir la puerta. Bernardo entrelaza su brazo con el del abuelo y se marchan con el primero enseñándole más insultos al segundo. A este paso, Bill podrá rendir un examen nivelatorio de italiano en tres meses y ser casi un experto.

—¿Sin camiseta? —pregunta la chica con una mano en el pomo y la otra en su cadera al examinar mi exigüidad de prendas cuando paso bajo el umbral.

Mi auto es como mi segunda casa. Tengo ropa, mi maletín, herramientas e incluso alguna lata de tomate o de frijoles guardadas por ahí. Soy un tipo al que le gusta estar preparado. Cambiarse en el asiento trasero no es ninguna novedad; resulta muy útil cuando tienes —o mejor dicho tenías— una hermana que acaparaba el baño por dos horas seguidas para delinearse un ojo.

—Justo como te gusta, ¿verdad?

Mira mi pecho con el ceño fruncido.

—¿Sabías que en las viejas civilizaciones celtas la gente creía que las tetillas del rey eran sagradas? Las admiraban. Besarlas era un gran honor en los rituales que hacían.

¿Contemplar mi cuerpo le trae recuerdos de ceremonias de la realeza? Eso está sobre el límite de mi vanidad y comprensión.

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