—¿Tan poca confianza tienes en ti mismo como para hacer trampa en el primer trabajo que nos asignan? —Le doy la espalda, lista para salir por el otro lado de la piscina—. Menudo cobarde, arschloch!
Oigo el chapuzón a mis espaldas, pero no me giro. Me concentro en llegar al borde, lo cual es una pésima idea cuando noto que la piscina es más profunda de este lado.
—Espera un segundo, por favor. —Me irrita que la súplica esté cargada de gracia, como si no acabara de arruinarme el día—. Billy Anne, detente. Esa es zona profunda y tú...
—¿Y yo qué, Jaden? —Estiro el cuello para que el agua no me tape al enfrentarlo—. Di algo sobre mi estatura y prometo que no será por tomar sol que tu retaguardia quedará enrojecida.
Contiene la risa. Es tan infantil. No hay nada que alimente más la rabia que se burlen de algo que te costó conseguir. No todos le damos la misma importancia a las cosas, eso es obvio, pero que quieran restársela a algo que tú consideras importante es lo peor. ¿El respeto dónde queda?
—No, espera, lo siento —añade con rapidez y alcanza mi brazo—. Yo...
Lo miro sobre mi hombro. La seriedad toma el lugar del júbilo en su rostro y, solo por cortesía, le doy la oportunidad de ser escuchado.
—No fue intencional, no vi que tenías esas cosas en la mano, yo venía detrás de ti. Sé que no es lo mismo, pero puedes usar mis anotaciones. Lamento reírme; no es algo que pueda controlar —asegura—, aunque claramente debería.
Suena honesto. Sus ojos lucen arrepentidos.
Pienso que todos hemos hecho algo con la finalidad de poner de buen humor a alguien, —o a modo de broma— y nos ha salido mal. A veces, la reacción de la gente a pequeñas cosas no es por ellas en sí, sino por otras más grandes. Tengo buena memoria y, aunque me gustaría que mi libreta y mi grabadora no se hubiesen arruinado, creo que puedo dejar ir esto. Al menos una parte.
Estar enojado consume mucha energía que podría utilizar de mejor forma. Hacer de un inconveniente mediano uno gigante no trae buenos resultados.
—Quiero ver tus notas, que me regales tu autógrafo de Amalia y que me compres una nueva grabadora. La libreta te la perdono. También quiero que me cedas la oportunidad de entregar primero la entrevista —negocio— a Berta.
»Y sigo molesta, no mentiré. Es probable que necesite mi tiempo para procesarlo.
—Parece justo. Dicen que el perdón no es sincero si no tarda en llegar.
—Que ponga este asunto de lado, no implica que te perdone.
Nado hasta la orilla. De un salto, me siento en el borde y me escurro el cabello mientras se acerca.
—Suenas como una persona rencorosa —observa, sin ánimo de ofender.
En la zona profunda, el agua le llega a mitad del pecho. La camisa blanca se le adhiere al cuerpo, al igual que a mí: maldigo cuando bajo la vista y veo que fue un mal día para elegir un sujetador violeta. Se trasluce, y a Jaden no le pasa desapercibido. Lo sé porque cuando vuelvo a mirarlo tiene ambas cejas enarcadas con interés.
—Sin comentarios al respecto —advierto—. Y sí, soy rencorosa, pero eso no tiene nada que ver con el perdón.
—Creo que tienen mucho que ver. Si guardas rencor y siempre te hierve la sangre al recordar ciertas cosas, no vas a perdonar a quien sea que te las haya hecho. Y, si lo haces, no creo que sea de verdad.
—Hay cosas que uno puede poner detrás de sí sin la necesidad del perdón. —Dejo de escurrir para explicar, pero no luce convencido—. Esto de la libreta es un asunto menor, pero sigue siendo uno. Lo más probable es que te perdone cuando mis ganas de aniquilarte se desvanezcan, pero no te confundas: hay cosas que no tienen perdón y que, aun así, se pueden superar.
—¿Cómo qué? —inquiere.
Pienso en algo lamentablemente cotidiano:
—Una infidelidad.
Bufa al llegar a la orilla e impulsarse sobre sus brazos para sentarse a mi lado:
—Hay infidelidades que se perdonan. Puede que no al principio, pero si amas lo suficiente a alguien, aunque te hayan lastimado, lo perdonarás por cualquier cosa. Es fácil hablar si no conoces las circunstancias. Eso no quiere decir que vayas a regresar con la persona... El punto es que puedes perdonar a todos: tu padre, tus hermanos, tus amigos, tus abuelos, tus tíos, tus...
—Pero no a tu madre, ¿verdad? —Eso lo hace callar—. Nombraste al núcleo familiar común del 80 % de la población, a todos los miembros menos a uno de los más fundamentales —explico de dónde salió mi comentario al encogerme de hombros.
—Estaba ejemplificando —se excusa con una sonrisa ladeada para aligerar el ambiente.
—Estabas describiendo a tu familia; eso hace la gente de forma inconsciente a la hora de dar ejemplos sobre asuntos cotidianos.
—Te crees muy lista, ¿no es así, amor?
Niego con la cabeza.
—Soy detallista, nada que me importe pasa desapercibido —repito sus palabras y su sonrisa crece.
—Acabas de dar a entender que te importo.
Decido ignorar su ego, aunque es tan grande que resulta difícil. No conozco la vida personal de Jaden, pero ya dejó en evidencia un posible problema con su progenitora. Sin embargo, no lo vuelvo a señalar. No quiero hacerlo recordar cosas que no quiere.
Al menos, no de forma directa.
—No todo tiene perdón.
—Si no perdonas, vives con rencor, y jamás superas la situación —insiste.
—Dijiste que solo el perdón que tarda en llegar es sincero, ¿no crees que la superación sin perdón es lo mismo? Requiere de tiempo.
Me pregunto si él, en lo que refiere a su madre y lo que sea que haya hecho, está en medio de la espera para darle su perdón o superarla sin él. No creo que sea lo primero por la forma en que habló, pero queda la posibilidad de lo segundo. Puede que no lo vea ahora, pero tal vez me entregue la razón en un tiempo.
—Lamento lo de tu libreta y lo de tu grabadora. —Trae un tema trivial y seguro a colación.
Choco su hombro contra el mío para animarlo.
—También lo lamento —aseguro, aunque no me refiero a mis cosas—. Vamos, será mejor chequear si el abuelo tuvo un pico de glucemia por el helado o si nos está esperando en el estacionamiento para patearnos el trasero por tardar.
—Cuando imagino a un anciano con un helado me parece tierno. —Se pone de pie y me tiende ambas manos. Las tomo para que, de un tirón, me ponga en posición vertical—. Pero cuando la cara de Bill Shepard aparece en la imagen, deja de serlo. Creo que se ve amenazante hasta cuando come un helado del sabor más inocente del mundo, como la vainilla.
Río. No sé qué pensará la gente de un chico y una chica que se toman de las manos al borde de una piscina mientras chorrean de pies a cabeza. Pueden verlo como algo romántico de principio a fin, o como una pelea acuática de hermano que terminó en una reconciliación.
—El abuelo tiene su lado dulce —confirmo al dejar ir sus manos—, es solo que cuesta verlo a través de todas esas amenazas.
—¿Sabes qué no cuesta ver? —indaga y espero que diga algo profundo por la circunspección en su rostro—. Tu sostén a través de esa camisa. Es lindo, el violeta es mi color favori...
De un empujón, Jaden Ridsley termina de nuevo en la piscina
—Imbécil. —Recojo mis cosas y marcho a la salida—. Sabía que no podrías resistirte a arruinarlo.
—¡Billy Anne, espera! —grita entre risas.
Reprimo una sonrisa mientras salgo con paso tan ofendido como triunfal.
—No lo perdoné todavía —dice Tyra mientras pasa las perchas de la tienda My Own Fashion Week y hace un globo con su chicle—. El profesor nos pidió hacer el típico ejercicio de confianza, ese donde te tienes que dejar caer de espaldas y confías... —enfatiza la última palabra— en que tu compañero te atrapará. Sin embargo, Ciro estaba demasiado ocupado calculando el ángulo, la velocidad y la fuerza en la que iban las tetas de la chica que estaba al lado nuestro mientras caía. Mi trasero aún duele.
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