Ludmila Ramis - Game Over

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Game Over: краткое содержание, описание и аннотация

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Los amigos con beneficios olvidan que deben pagar intereses en el banco de los sentimientos. Billy Anne quiere salir de la sombra de su apellido y trazar su propio camino. Para ella, la vida adulta es algo nuevo, pero acepta el desafío con gusto. Su familia le ha enseñado que nada es imposible. Por otro lado, Jaden Ridsley es un exjugador de fútbol americano que ama las fiestas y espera que el éxito y la estabilidad mental le caigan del cielo tras haber tenido una vida muy dura. Cuando estos opuestos terminan atados en el trabajo y, también bajo el mismo techo, la reacción química de su atracción se vuelve imparable. Mientras se desdibujan los límites de su relación, las inseguridades tienen luz verde para avanzar y provocar un choque de secretos en una calle llamada Destino. n juego terminado ofrece la posibilidad de empezar uno nuevo, pero… ¿Puede un final romperte para siempre?

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Tyra se contiene para decir algo malo de Lennox. Si supiera todos los detalles que omití, y sigo omitiendo, tal vez no lo haría; pero no quiero preocupar a ninguno de los dos por cosas que es posible que estén en mi cabeza y no sean la realidad.

—Lo siento también —se disculpa—. Lo único que debes saber es que cualquiera sea la consecuencia de lo que decidas hacer, siempre, pero siempre... —Me señala con el snack—. Me podrás pedir ayuda para deshacerte del cuerpo.

El rubio pone cara de constipado.

—A mí no, me da cosita.

Río y, en el silencio que sigue, nos observo de forma intercalada en el reflejo del espejo:

—Los dos tienen razón en cierto aspecto. Creo que el problema soy yo, y mi dilema es que a veces no sé qué hacer conmigo misma, aunque parezca que sí.

La cuestión de estar sin rumbo respecto a algo es que podemos elegir el camino equivocado al creer que es el correcto, ante la desesperación o debido al cansancio. Y, a veces, dar marcha atrás no es una opción. A partir de ahí, cuanto más caminas, más te pierdes.

No quiero estar perdida. Odio sentirme así.

Quiero el maldito mapa, pero la vida es una pésima guía turística.

Capítulo 11

Platónicos de oficina

Jaden

—«Des-pa-cito» —canta Inko y marca la separación en sílabas con un movimiento de cadera—. «Quiero respirar tu cuello despacito. Deja que te diga cosas al oído. Para que te acuerdes si no estás conmigo». —Hace que su pareja de baile, la enceradora, gire—. «Des-pa-cito. Quiero desnudarte a besos despacito. Firmar las paredes de tu laberinto. Y hacer de tu cuerpo todo un manuscrito».

Naima suspira con los codos sobre el escritorio y la mejilla recargada en sus puños.

—Lo amo. Me casaré con él cuando cumpla la mayoría de edad.

—Mayoría de edad mi trasero. —Le doy un sorbo a mi café—. No puedes casarte con mis amigos.

—Si vamos al grano, tú no puedes hacer muchas cosas como, por ejemplo, venir a pedirme que te muestre la entrevista, reflexión y conclusión de tu competencia. Conozco tus intenciones y, aunque no lo hayas pedido aún, sé que lo harás.

—No soy un tramposo —aseguro, pero me cuesta sonar ofendido y se me escapa la sonrisa.

—¿Y por qué me trajiste una malteada entonces? —Hace un ademán a la bolsa que dejé sobre su zona de trabajo al llegar.

—¿Cómo puedes saber qué hay ahí dentro si ni siquiera la abriste, Nai?

—Huelo la crema batida a millas de distancia. No vas a seducirme con eso para que acepte, pero me la quedaré de todas formas porque para soportarte necesito azúcar en sangre.

—Eres bastante inteligente para tener diecisiete. También creativa, por cierto, ¿qué le hiciste a tu cabello hoy? No es el Día de la Independencia.

Tiene banderas en miniatura distribuidas en su afro e intercaladas con moños y velas con números que deberían estar en un pastel. Intento tocar una y me da un golpe en la mano.

—¿Qué tienen los blancos con tocarme el cabello? Y aleja tus manotas de mi territorio —advierte cuando ve que desvío la mano para intentar alcanzar el trabajo con el nombre del candado vaginal impreso en él—. Lo uso porque me gusta. No se precisa una fecha especial para celebrar algo. Por ejemplo, debería ser todos los días 14 de febrero. El amor debería derrocharse a montones no solo en San Valentín. La mierda de esta sociedad sería mucho mejor con más dulzura en ella.

El enojo se manifiesta en sus palabras y en la apuñalada que le da a la malteada al ponerle el sorbete.

—No digas «mierda» —decimos al unísono su madre y yo.

Berta tiene la costumbre de aparecer cuando se supone que no debe.

—Buenos días para ti también, mamá. —La joven pone los ojos en blanco antes de rodear el mostrador con los papeles en una mano y la bebida en la otra. Su madre no deja de caminar y debe alcanzarla—. Aquí la entrega de Beasley y una malteada para endulzar tu mañana.

—¿Disculpa? —espeto, ultrajado.

—¿Jaden todavía no entregó la suya? No me sorprende... —dice la empresaria al acomodar los papeles bajo su brazo y darle un trago a la malteada—. Gracias por el detalle, cariño. Puedes irte temprano hoy, pero deja de decir groserías en mi presencia.

Pienso que Berta pide lo que no hace, porque cada vez que se cruza con Rapunzel o Morris, lanza palabrotas por lo bajo y su hija las oye.

La jefa desaparece en su oficina y Naima hace un pequeño festejo mientras se acerca. No puedo creer que haya usado mi soborno para quedar bien con su madre, pero si lo analizo, lo entiendo.

Yo hago ese tipo de cosas. Aprendió del mejor.

—Eso estuvo mal. —La señalo con el índice.

Se impulsa sobre las puntas de sus pies para tomarme por los hombros.

—Lo que está mal es que quieras espiar el trabajo de Billy Anne, tienes que confiar en que el tuyo estará a la altura o lo superará. —Me da unos golpecitos en la mejilla para animarme—. Aunque, si soy sincera, me gusta verte inseguro de vez en cuando. Me recuerda que eres humano.

—Es difícil recordarlo cuando tengo el aspecto de un dios, ¿no? —Camino en reversa para ir a las oficinas y me saca la lengua.

No existe persona que sea plenamente segura de sí misma. No me describiría como alguien inseguro, sino precavido. No había visto que Billy Anne tenía su libreta y la grabadora en mano cuando la tiré a la piscina, pero mentiría al decir que cuando me enteré, no me sentí un poco aliviado. Se supone que la capacidad de las personas debería representar un propulsor para mejorar o un ejemplo para uno, pero a veces se siente como una amenaza.

Ella tiene dieciocho y ya se graduó de la universidad. Lista es, por lo que no soy ningún tonto al intentar ojear su trabajo. Sé que debe ser brillante y solo quiero saber con qué estoy lidiando.

Soy bueno en lo que hago, pero ¿quién no pierde algo de confianza cuando aparece alguien que puede hacerlo mejor que tú?

Al entrar a la oficina, veo a mi rival apoyada en su escritorio. Está haciendo reír a Rilton.

—Te lo juro —asegura—, el abuelo se enojó tanto por esa falta que le dijo al árbitro que iba a patearle el trasero a él, al director ejecutivo de la NFL e incluso al aguatero si no la cobraba. Lo suspendieron por primera y por última vez, pero créeme que fue suficien...

—No puedo creer que hayas logrado que Rilton muestre los dientes —me entrometo—. Usualmente no ríe, gruñe. Como los leopardos. Tampoco se calla a la hora de preguntar por mi hermana, quien lo dejó.

La expresión del muchacho de rulos se suaviza hasta que ya no hay diversión en ella. Billy frunce el ceño antes de levantar tres dedos:

—El leopardo himpla, no gruñe. Hablar con propiedad nunca mató a nadie, inténtalo —pide antes de bajar un dedo—. No tienes por qué contar cosas personales. Deberías disculparte con Rilton. —Baja otro—. Es de mala educación interrumpir conversaciones ajenas. No lo hagas cuando estés frente al abuelo.

Me cruzo de brazos.

—Ese anciano te hace correr por todo.

—Iré buscando mis zapatillas deportivas entonces —dice mi compañero— porque es bastante obvio que me hará correr cuando te vaya a recoger.

Me dejo caer en mi silla giratoria.

—¿Recoger? ¿Por qué irías a recogerla?

La sonrisa regresa al rostro de Rilton. De esa forma se venga por cada vez que me negué a darle información de Ibeth. En mi defensa, es cansador. Puedes decirle que está mejor que nunca y no te creerá solo porque quiere una excusa para volver a verla.

—¿Celoso, Ridsley? —dice en respuesta, sin saciar mi curiosidad mientras enciendo el computador.

Billy responde por mí:

—Lo estará en cuanto le gane nuestra segunda prueba —asegura al mismo tiempo que la pantalla frente a mí se ilumina con la llegada de un correo de Berta con las instrucciones para el siguiente paso de nuestra competencia por el puesto—. ¿Listo para ir a cubrir la mitad del juego de los Chiefs contra los Patriots?

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