Ludmila Ramis - Game Over

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Game Over: краткое содержание, описание и аннотация

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Los amigos con beneficios olvidan que deben pagar intereses en el banco de los sentimientos. Billy Anne quiere salir de la sombra de su apellido y trazar su propio camino. Para ella, la vida adulta es algo nuevo, pero acepta el desafío con gusto. Su familia le ha enseñado que nada es imposible. Por otro lado, Jaden Ridsley es un exjugador de fútbol americano que ama las fiestas y espera que el éxito y la estabilidad mental le caigan del cielo tras haber tenido una vida muy dura. Cuando estos opuestos terminan atados en el trabajo y, también bajo el mismo techo, la reacción química de su atracción se vuelve imparable. Mientras se desdibujan los límites de su relación, las inseguridades tienen luz verde para avanzar y provocar un choque de secretos en una calle llamada Destino. n juego terminado ofrece la posibilidad de empezar uno nuevo, pero… ¿Puede un final romperte para siempre?

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—La Sra. Hyland, o la señora de las galletas o «La galleta rompehuesos» en Halloween, es mi vecina. Ella perdió la vista hace algunos años, cuando yo tenía siete.

Jaden no baja la mirada, pero veo de reojo que su mano se mueve instintivamente hacia su pierna izquierda.

—Antes de que ocurriera, le pregunté qué era lo que más le asustaba sobre no poder ver. Pensé que temería no poder cruzar la calle por sí sola o que le preocuparía no ver un escalón, tropezar y quebrarse, pero en su lugar dijo que lo que más le aterraba era no poder sentir las cosas como se supone que las hay que sentir con todos sentidos.

Hago una pausa. En realidad, la señora Hyland no fue la única persona que en primera instancia me hizo querer ser periodista, pero contar la otra historia no es posible.

Para respetar a otros a veces hay que callar; en algunas ocasiones para siempre y en otras, de momento.

No sé cuál es esta, pero elijo respetar.

Jaden

—Una acción vale más que mil palabras, todos conocen la expresión —sigue—, pero ¿si no puedes ver esa acción? La señora Hyland temía no volver a ver a sus hijos sentados alrededor de la mesa en las cenas familiares de los domingos, y la expresión placentera que hacía la gente al comer una de sus galletas. —Sus ojos brillan como si supiera un secreto que la misma señora de las galletas le dijo—. Temía que limitarse a oír cómo le narraban las cosas que sucedían a su alrededor, limitara lo que sentía. Me aseguró que pocas son las personas en este mundo que pueden contar algo de una forma tan intensa como para que, ante oídos ajenos, se vuelva real en carne y hueso.

Berta se quita sus anteojos sin quitarle los ojos de encima, pero Billy no la mira porque está absorta en el recuerdo. En su voz hay una mezcla de emoción y melancolía, pero sobre todo de agradecimiento.

—Me sentí mal por ella. Al otro día, me presenté en su puerta con un libro en mano. Le prometí que sería uno de esos narradores que te hacen sentir un mundo por dentro, que lo haría por ella porque me hubiera gustado que lo hicieran por mí si estuviese en su lugar. Pasé tres meses enteros leyéndole La noche que Salmeé corrió las estrellas, un viejo libro que me regaló mi tía Zoe. Llegó un punto donde ambas ya lo teníamos memorizado, ella por escucharme repetirlo, y yo por leerlo sin parar. A pesar de eso, ni una sola vez lo había contado de una forma que la hiciera sentir lo que ese libro debería hacerla sentir.

—Pero lo lograste —adivina Berta.

Billy Anne asiente. Una sonrisa tira de sus pequeños labios. Las mujeres suelen venir a trabajar maquilladas, incluso Naima, aunque ella lo hace para cubrir la cicatriz de su frente y también porque disfruta hacerle ojitos con máscara de pestañas a Inko. En cambio, mi compañera no usa ni una gota.

—La forma en que se transmiten las noticias puede golpear de mil maneras diferentes a alguien. Las palabras son poder, y el trabajo del periodista es buscar la verdad y hacerla llegar a todos de la forma correcta —continúa—. Soy honesta y amo investigar, aprender, conocer, debatir... La primera vez que vi a la Sra. Hyland cerrar los ojos, sentir mi voz en cada hueso de su cuerpo y sonreír para luego llorar...

Toma aire y aprovecho para terminar por ella:

—Lo supiste.

Me mira.

Me encanta que me miren, pero ahora que ella lo hace, me encanta más.

—Lo supe —asiente y vuelve a mirar a la mujer—. Me gustan las charlas que empiezan con una pregunta tonta y que terminan con una reflexión que te hace cuestionar tu existencia, también hablar de política y relacionarla con cosas como el marketing en Japón o los crustáceos de agua dulce... Sin embargo, no hay nada que me guste más que todo lo relacionado con el deporte. No solo a lo que la señora Hyland podría haber visto en la televisión cuando todavía conservaba la vista, sino a lo que hay tras bambalinas, porque es ahí donde están los detalles que hacen a la verdadera historia. El resultado solo es significativo con el proceso.

»Si solo les hubiera dicho que le leí un cuento a mi vecina y que ella lloró, no habría tenido el mismo impacto. Con el deporte siento que muchos escuchan quién ganó o perdió como si una victoria fuera sencilla de conseguir y la derrota, culpa de alguien que no hizo las cosas de la forma correcta. Ambas son mucho más que eso.

Su pasión y firmeza son admirables.

También, amenazantes.

Por primera vez creo que no podré obtener lo que quiero con tanta facilidad. Entonces, un pensamiento horrible viene a mi mente, ¿y si contratan a Billy por quién es y no por lo qué es? No puedo competir con el prestigio y con la publicidad que podría traer la hija del número 27 a Adrenike Cod.

Miro a Berta y me pregunto si sería capaz. Al fin y al cabo, esta es una empresa que busca hacer dinero.

—Su turno, señor Ridsley —dice la mujer.

Diablos. No hay forma de que diga toda la verdad frente a Billy Anne, ¿qué pasaría si se siente responsable por lo que me pasó?

Puede que no estuviera ahí, pero ella fue un factor.

Capítulo 8

Déjà vu

Abuelo Shepard

—No, por favor. —Nunca creí que le suplicaría a un zopenco de su clase—. No me dejes aquí, maldito Hyland.

Me da una palmada en el hombro, pero su mano queda detenida en el aire cuando le lanzo una mirada.

—Órdenes de su nieta, coach. Lo siento, pero no me arriesgaré a desobedecerla y ganar una patada en el trasero.

—¡Yo te daré una patada en el trasero!

—No, si no puede alcanzarme. —Sale casi corriendo por la puerta. Intento seguirlo pero la sanguijuela tiene complejo de correcaminos y va más rápido. También tiene como cien años menos—. ¡Enciende el coche, Tyra! —grita antes de saltar dentro del Jeep por la ventanilla trasera.

Sus piernas de pollo golpean el aire y niña Timberg se pasa al asiento del conductor para arrancar y alejarse a más millas por hora de las permitidas, no sin antes tocar bocina.

Apoyo la frente y las palmas de las manos sobre el cristal de la entrada mientras tomo una respiración más profunda que el infierno. Cierro los ojos y gruño en cuanto oigo una risa pastosa a mis espaldas.

—Anciano iluso, ¿no ves que correr está fuera de los límites de tus rodillas?

Me giro para enfrentar al próximo ser humano en ser partido por la mitad por la furia Shepard, pero me congelo cuando veo a un vejestorio reprimir una sonrisa. Tiene los brazos cruzados sobre un suéter con el logo de Pearl Jam, la banda que le gusta a mi hija, tejido en él.

Me llevo una mano al corazón.

—¿Kan...? ¿Kansas?

Arquea una ceja de la misma forma en que mi hija lo hace.

Grito.

—¡Exijo un reembolso, me trajeron a un loquero, no a un centro para jugar al bingo! —demando, entre asustado y encolerizado.

—Soy Katia, loco trastornado. —Rueda los ojos en ese rostro arrugado—. Te daré el recorrido de bienvenida, vamos. Mueve la retaguardia.

Es la versión fósil de mi primogénita.

Rasco mi frente. Tal vez tengo fiebre y estoy imaginando esto porque extraño a Kansas, o tal vez esto es una consecuencia de las pastillas que tomo. En el segundo caso, iré al consultorio de Akira Lee y la enviaré por correspondencia a su tierra natal. La comprimiré en una caja tan pequeña como el cerebro de los Hyland.

Katia, Kansas del futuro, o quien sea esta mujer, comienza a marchar y la sigo por respuestas.

«¡Tienes que ser social, querido! ¡Tienes que hacer amigos porque, si no, me aburriré de lo sola que estaré en tu funeral, Bill! ¡Tienes que comer más espinaca y dejar de tapar el retrete, mierda!».

Puedo oír la voz de mi esposa, el grano en el trasero con el que me casé, atormentar mis pensamientos como si fuera un taladro y mi cerebro una losa de cemento lista para romperse en dos.

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