Ludmila Ramis - Game Over

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Game Over: краткое содержание, описание и аннотация

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Los amigos con beneficios olvidan que deben pagar intereses en el banco de los sentimientos. Billy Anne quiere salir de la sombra de su apellido y trazar su propio camino. Para ella, la vida adulta es algo nuevo, pero acepta el desafío con gusto. Su familia le ha enseñado que nada es imposible. Por otro lado, Jaden Ridsley es un exjugador de fútbol americano que ama las fiestas y espera que el éxito y la estabilidad mental le caigan del cielo tras haber tenido una vida muy dura. Cuando estos opuestos terminan atados en el trabajo y, también bajo el mismo techo, la reacción química de su atracción se vuelve imparable. Mientras se desdibujan los límites de su relación, las inseguridades tienen luz verde para avanzar y provocar un choque de secretos en una calle llamada Destino. n juego terminado ofrece la posibilidad de empezar uno nuevo, pero… ¿Puede un final romperte para siempre?

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He soñado con ese puesto desde que entré a trabajar aquí. Adrenike Cod es una de las revistas deportivas más exitosas y reconocidas del país. No me molesta ser un diagramador de texto, pero es hora de escalar y ser, como lo llama Naima, el que sale a la calle por el material. No estudié periodismo para nada. Quiero ir a los partidos de cualquier deporte habido y por haber, hacer entrevistas a los deportistas más influyentes y contar qué hay detrás de cada victoria y de cada pérdida.

La oficina nunca estuvo hecha para mí. Tuve que conformarme con ella, pero no quiero que sea así para siempre.

—Según la lista que pasó Morris... —Lee en la pantalla—. Mamá entrevistará a tres hombres, cuatro contigo, y a una mujer. Todos graduados de buenas universidades y dos con experiencia laboral previa, sin contarte.

Hago una mueca al oírla decir Morris en lugar de papá. Él y Berta están en medio de un divorcio después de que Naima abriera la puerta de su oficina, hace dos meses, para encontrar sobre el escritorio a Rapunzel, apodo que usamos en código para referirnos a la secretaria de Morris, con las piernas abiertas.

Nai tiene 17 y trabaja un par de horas a la semana aquí para ganar experiencia y que eso eleve sus posibilidades de entrar a una buena universidad. Después de lo que sucedió, le dije que debería dejar el puesto, pero es terca como su madre. Quiere parecer fuerte y al final temo que estar en la línea de fuego de una batalla parental la afecte más de lo que ya lo hizo. Berta y Morris parecen estar demasiado concentrados en la pelea el uno con el otro que no se dan cuenta.

—Estás en mi equipo, ¿verdad? —insisto para mantener su mente alejada del divorcio—. Dile cosas lindas a tu madre de mí y prometo que la convenceré para que te deje salir con ese chico del equipo de natación.

Saca otro café de debajo del escritorio. Es demasiado lista; ya sabía que Berta le confiscaría el primero.

—Tú odias a todas mis potenciales citas. La última vez que Dylan, del equipo de ajedrez, vino a recogerme, te pidió indicaciones y lo mandaste a la sala de computación en el subsuelo... con Carl.

—Carl no está mal.

En realidad, sí está mal. Antes me agradaba lo suficiente como para presentárselo a Bernardo, pero engañó a mi amigo. Él, Rapunzel y Morris formaron un club de caza, y tienen los cuernos de la gente que quiero colgados en una pared.

—¡Carl lo sedujo al convidarle nachos y jugar videojuegos! Lo hiciste a propósito, sabes que nadie puede resistirse a Carl.

—Puede que sí.

Las luces en su afro, al sintonizarse con su enojo, se tornan rojas.

—Jugarás limpio hoy, Jaden. Harás la entrevista como los demás, sin tener ventaja sobre nada.

—Pero... —comienzo.

—¿Pero? —repite con desafío en los ojos. Es igual que su madre en ese aspecto. Si repite lo que dices entre signos de interrogación, será mejor que te comportes—. Ajá. Así me gusta. Callado te ves más bonito, ángel.

Me muerdo la lengua y voy a mi puesto. En cuanto paso bajo el umbral y me encuentro con una docena de escritorios, gente que va y viene, el sonido de voces, fotocopiadoras y teléfonos... Dejo salir el aliento. Estoy cansado de esto. Quiero ser el chico que juega en el campo, no el que está en la banca.

—Hola, Inko —saludo, pero me ignora mientras mueve sus caderas y su cabeza rodeada por los cascos al compás de la música y la enceradora.

—«If you wanna be my lover, you gotta get with my friends. Make it last forever, friendship never ends».

—No puedo creer que está cantando una canción de la Spice Girls. —Me dejo caer en mi silla—. Todo lo que perteneció a antes del 2000, hoy en día, parece que les perteneció a los dinosaurios.

Eso me recuerda a Billy Bebé Dinosaurio, como la llamó Bernardo.

Estaba tan incómoda esta mañana que me hizo sentir incómodo a mí, pero sé cómo tomarme las cosas con gracia. No quiero miradas de compasión porque ya tuve demasiadas. Además, que me falte media pierna solo indica que peso media pierna menos en una balanza. No me condiciona. Puedo hacer cualquier cosa con un poco más de esfuerzo, pero el problema es que la gente cree que no, y por eso me compadecen.

Lo que me molesta de eso es que se entristecen, y yo soy un antitristeza de nacimiento. Necesito hacer feliz a la gente, pero a veces cuesta hacerlo cuando eres motivo de tal aflicción. Es como luchar contra ti mismo.

—«If you wanna be my lover, you have got to give. Taking is too easy, but that’s the way it is» —sigue Inko.

Disfruta su trabajo como conserje, y si no lo despidieron por pasársela cantando se debe a que es el amor platónico de Naima y porque Berta lo usa como su propia playlist de Spotify. Canta lo que quieras a cambio de un paquete de frituras.

—¡Por amor al silencio, la paz y la serenidad, ¿alguien puede apagar esa cosa?! —Rilton entra a la oficina y se tapa las orejas con dos carpetas.

—¿A la enceradora o a Inko? —Río.

—Ambos, por favor. Y dile a tu hermana que me llame, Jaden.

Resoplo y giro en mi silla. Rilton es el exligue casual de Ibeth. Lo dejó hace dos semanas y es un pesado al respecto. Ahora que lo pienso, yo los presenté de la misma forma que a Bernardo y a Carl. Debo dejar de emparejar gente de mi vida laboral con la personal, porque es evidente que soy un pésimo Cupido.

Hago una bola de papel con un informe viejo y se lo arrojo a mi amigo de borrachera. Cuando me mira, gesticulo «toca una de heavy metal», se potencia. La enceradora casi traspasa el piso cuando escucha una canción de Metallica.

Se supone que debería prepararme para la entrevista, pero no creo que encuentren a mejor candidato que yo. Berta sabe cuál es mi trayectoria y confío en que, aunque no lo admita en voz alta, tengo 99 % asegurado el puesto.

Lo único que puede estropearlo es que aparezca alguien que represente ese 1 % restante. Eso sería, en palabras de Bernardo, una nalgada de mala suerte por parte de Dios.

Pero yo no creo en él, así que estoy a salvo.

Capítulo 7

Eleuteromanía

Billy Anne

—¿Ya saben qué harán con el cuerpo del coach cuando muera, Annie? —pregunta Ciro tras el volante—. Sus huesos son de la época de los dinosaurios, estoy seguro de que todos los museos de ciencias naturales se pelearían por ellos. Podrías organizar una subasta.

El brazo del abuelo aparece desde el asiento trasero y le regala un manotazo en la cabeza por eso.

—Cinco millas, Hyland.

Reprimo una sonrisa.

—Estamos encerrados en un auto, pero de no estarlo, sabes que cualquier posible víctima podría correr lejos de ti y jamás ser alcanzada dado que tienes como 504 años perro, ¿verdad? —indaga Tyra al entrenador—. Si corres, te puedes dislocar la cadera. Caminas al paso de una tortuga y respiras a la velocidad de un caracol.

El abuelo se gira en el asiento y la mira sin una pizca de gracia.

—¿Qué? —replica ella—. No es ilegal preguntar.

—Si Hyland saliera corriendo de este auto para esquivar mis golpes, tomaría el volante y lo atropellaría —responde—. ¿Crees que un caracol haría eso, niña Timberg?

—No, pero alguien que quiere ser acusado de asesinato en primer grado... Bueno, ese sí. —Me encojo de hombros.

—No es justo que sea yo quien siempre termina muerto cuando hablamos de asesinatos. —Ciro frena en el semáforo.

El abuelo se cruza de brazos sobre el cinturón de seguridad, con una sonrisa:

—Por eso es mi tema favorito de conversación.

—¿Alguien puede repetirme porque lo dejamos subirse al auto? —pide el rubio, pero en cuanto encuentra los serios ojos del coach a través del espejo retrovisor, añade—: Es que acapara toda la atención de las chicas que pasan por la calle y eso me opaca. Es injusto que mi belleza se vea ensombrecida.

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