—No tendría que haber salido en tu rescate en el desayuno si lo hubieras sabido manejar, ¿no crees? —pone en evidencia con suavidad—. Aunque las personas no quieran ser honestas, sus actos lo son por ellos, Jaden.
Me paso una mano por la nuca y, con un suspiro, me vuelvo en el asiento para enfrentarla.
—Puede que me sienta incómodo al hablar al respecto, pero no necesito que me salves. La próxima vez lo evadiré mejor, lo prometo.
—No se trata de evadirlo. No tienes por qué contarle tu historia a nadie, en eso creo que estamos de acuerdo, aunque no significa que el abuelo desistirá. Es curioso y tiene el olfato de sabueso para estas cosas. Su mayor defecto es que no sabe darle espacio a las personas, aunque predique que es muy importante. Soy la prueba de ello, y no creo que te lo dé a ti... —Niega con la cabeza frustrada—. Lo que quiero decir es que debes hacerle frente y decirle exactamente lo que me has dicho a mí, que te sientes incómodo y que no quieres hablar.
—Pero yo no te dije eso —contradigo y me lanza una mirada que dice que la estoy exasperando—. Está bien, déjame ver si entendí: ¿inventaste algo del trabajo solo para que te lleve, puedas pasar tiempo de calidad conmigo, y aconsejarme que debo ponerle un cartel de stop en la cara a Bill Shepard?
—Algo así. Lo del tiempo de calidad se lo inventó tu ego, pero con el resto estás en lo correcto. Solo... Recuerda que está bien poner límites. No le caerás mal a las personas por eso, y, si ocurre, lo vale mientras te haga sentir cómodo.
Puede que por circunstancias de la vida, o mejor dicho por mi hermana, hayamos terminado bajo el mismo techo, pero ella no tiene la obligación de cuidarme de los posibles ataques externos que pueda sufrir a manos de su abuelo o cualquiera.
Sin embargo, lo hace.
Billy Anne es el tipo de persona que nota cuando no te sientes a gusto con tu entorno o en tu propia piel y busca la forma de ayudarte sin que se lo pidas.
—Es lindo que te preocupe cómo me afectan las cosas. Me siento más especial de lo que suelo sentirme.
Apoya el codo sobre el borde de la ventanilla y pone los ojos en blanco.
—Solo quiero límites para ahorrarnos problemas. También que respetes los de velocidad y seguridad vial, por cierto. —Chillo cuando toma el bolso a sus pies y me golpea con él, rencorosa por mi homenaje a Toretto.
—¿Puedo preguntarte algo y tener la certeza de que no volveré a ser atacado por tu cartera y tu falta de amor por mi impulsividad automovilística?
—Tu impulsividad en general —corrige y asiente.
—Eres muy estructurada y centrada. —Giro la llave para traer el motor de vuelta a la vida—. Te gusta la tranquilidad y tienes plan A, B y C para que las cosas coexistan y salga bien al final, pero ¿alguna vez te dejaste estar? ¿No te resulta aburrido establecer reglas y planes cuando estas pueden prevenir algunas de las mejores vivencias?
Me sonríe, pero no es una de sus mejores sonrisas. Es una ensayada.
—Las reglas no impiden que te diviertas, solo te protegen de los excesos y de posibles percances. Mi vida no es aburrida. Ya deberías saberlo a esta altura y, si no es así, te lo voy a demostrar en algún momento.
Es una promesa cargada de picardía.
Nuestra relación es extraña. Un momento me está golpeando con su bolso porque lo merezco y al otro, está bromeando muy coqueta conmigo porque soy irresistible.
—¿Cómo pretendes que no imagine cosas no aptas para todo público cuando escoges palabras tan sugestivas, Beasley?
—Imagina lo que quieras, pero no lo digas en voz alta —advierte—. Así se manejan los caballeros.
—Aún no puedo creer que con ese lado de tu personalidad no hayas quebrantado las reglas antes.
Cierto porcentaje de su humor se desvanece.
—Nunca dije que no lo haya hecho. Es solo que la vez que lo hice, salió muy mal.
De forma automática pienso en el chico que le envió un mensaje más temprano. Me pregunto si el tal Lennox fue la causa o la consecuencia de que las haya infringido.
Abuelo Shepard
—¡Hyland, te lo advierto...! —Me aferro al marco de la puerta con ambas manos, pero sigue tratando de que pase por ella—. ¡Como me dejes aquí, pondré una recompensa por tu cabeza, te cazaré yo mismo por todos los malditos continentes y me autopagaré al atraparte y cortarte las extremidades con una cuchara!
No hay forma de que entre ahí con esas momias locas otra vez.
—Pero las cucharas no cortan —dice pensativo y deja de empujarme por el segundo en que dos de sus neuronas hacen sinapsis.
Me sorprende que sepa pensar.
—¿Crees que eso me impedirá algo? Le sacaré filo con los dientes si es necesario. Ahora escóltame al Jeep, paremos para que puedas comprarme un helado, y llévame a casa para que pueda ver una repetición del partido de los Chiefs en la cómoda soledad infernal de mi sillón.
Se aparta y le echo una mirada de triunfo sobre mi hombro. No sabía que era lo suficiente inteligente como para entender qué es lo que le conviene hasta ahora.
Inteligentemente cobarde, en realidad. Sabe que le voy a dejar el trasero como un maldito tomate de huerta.
Ciro mira a la pelirroja, quien se lima las uñas apoyada en la pared de ladrillos.
—Ty, no voy a lograr que entre. Haz tu cosa terrorífica y oblígalo.
La chica suspira.
—¿Tan inservible eres que no puedes hacer que un dinosaurio de su edad pase bajo el umbral de una puerta? —A veces me agrada niña Timberg, pero oculto mi sonrisa de aprobación y me esmero en fruncir lucir molesto—. ¿Qué? No es ilegal preguntar —añade en cuanto el zopenco rubio se cruza de brazos y le reprocha su elección de palabras.
¿No ve que tiene razón? Los Hyland poseen una carencia de habilidades para todo. Lo único en lo que son buenos es en inflar su ego y darme ganas de estrangularlos con el cable de un teléfono fijo.
—Tengo demasiada autoestima, tus intentos por hacer caer en picada solo logran dispararla hasta el infinito y más allá —le informa.
—¿Saben qué cosas irán al infinito y más allá para caer dentro de un agujero negro y nunca volver? —No suelto el marco porque no puedo confiar en que no me empujarán por las puertas del infierno cuando tengan la oportunidad—. ¡Sus retaguardias! Exijo que me lleven al departamento de vuelta, no importa lo que Billy Anne les haya dicho. Soy más aterrador que ella, así que tiemblen bajo mis amenazas y hagan lo que les conviene.
Niña Timberg me señala con su lima y echo el rostro hacia atrás para que no me rebane la nariz.
—Eres un dramático, Shepard. Atravesarás esa puerta antes de que me enoje y le haga honor a mi madre al mostrarte mi mal genio, ¿entendido? Y, si no te basta, llamaré a Billy, y sabes lo mucho que le molesta que la interrumpan cuando trabaja. ¿Sigues sin querer entrar? —presiona. Mi nieta dejó en claro que no debo interferir con su trabajo si quiero seguir aquí, y al final accedí a venir a ser sociable al centro como una condición de mi estadía—. Porque puedo decirle a tía Kansas que te llame. No creo que ella esté feliz, y tampoco tu esposa...
Alzo las manos a regañadientes.
—¡Está bien, está bien! ¡Me rindo!
Sé cuáles son mis propios límites. No puedo contra tantas mujeres con carácter.
—Creo que nos estamos entendiendo. —Sonríe y guarda su arma. Es perturbador que pase de estar enojada a ser cordial en media cuestión de segundo—. Diviértete y ten un lindo día, abuelo Bill.
Me agarra el rostro a la fuerza y deposita un ruidoso beso en mi frente antes de quitarle las llaves a Ciro y encaminarse al coche.
—¿Quiere un beso de mi parte también, coach? —se atreve a preguntar el zopenco irrespetuoso.
—Lárgate de aquí antes de que te haga volar hasta Varzuga, Hyland. —Amago a avanzar hacia él, lo que hace que se sobresalte y, por instinto de supervivencia, corra hacia el Jeep.
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