Ludmila Ramis - Game Over

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Game Over: краткое содержание, описание и аннотация

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Los amigos con beneficios olvidan que deben pagar intereses en el banco de los sentimientos. Billy Anne quiere salir de la sombra de su apellido y trazar su propio camino. Para ella, la vida adulta es algo nuevo, pero acepta el desafío con gusto. Su familia le ha enseñado que nada es imposible. Por otro lado, Jaden Ridsley es un exjugador de fútbol americano que ama las fiestas y espera que el éxito y la estabilidad mental le caigan del cielo tras haber tenido una vida muy dura. Cuando estos opuestos terminan atados en el trabajo y, también bajo el mismo techo, la reacción química de su atracción se vuelve imparable. Mientras se desdibujan los límites de su relación, las inseguridades tienen luz verde para avanzar y provocar un choque de secretos en una calle llamada Destino. n juego terminado ofrece la posibilidad de empezar uno nuevo, pero… ¿Puede un final romperte para siempre?

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—Esto está buenísimo, chicos. —Tyra le da su pulgar arriba a los cocineros mientras habla con la boca llena—. ¿Me envuelven algo para llevar después? Todas las sobras y también el jarabe. Y un tenedor, si se puede.

Belcamino alza una mano y Shepard choca los cinco al ver que su desayuno es un éxito.

—Tú eres un traidor —señalo a mi amigo—, pero estás perdonado porque te amo.

—Yo también te amo, primor —me sigue el juego. El búho rabioso arquea una ceja en nuestra dirección sin dejar de engullir carbohidratos.

—Ya que están cariñosos, ¿por qué no nos cuentan cómo se conocieron? —Billy Anne se cruza de brazos y se reclina en su silla mientras espera que se enfríe su té.

—Fue cuando él jugaba para los Pythons. Yo quise audicionar para ser animadora, pero no me dejaron. —Bernardo hace un puchero al recordar la universidad—. En fin, ellos se perdieron mi talento.

Se extiende el silencio y caigo en la cuenta de lo que acaba de revelar. Cruzo miradas con mi amigo, quien se lleva la mano a los labios. No lo culpo, ni yo me di cuenta de lo que conllevaba su error hasta que tengo todos los pares de ojos puestos en mí.

—¿Tú jugabas al fútbol americano, Ridsley? —pregunta el coach, con el tenedor suspendido a medio camino de su boca.

Fuerzo una sonrisa.

—Sí, pero fue hace mucho. —Trato de restarle importancia, pero para una familia que respira por el deporte, cuesta dejarlo ir.

—Quiero toda la historia —demanda Shepard.

—Abuelo —advierte su nieta.

Incluso Tyra, quien parece amar la comida, ha dejado de comer. Ciro me mira extrañado y bajo la mirada a mi café para rotar la taza mientras pienso qué decir.

Si les cuento, podrían atar cabos sueltos. Eso no resultará bien. Solo abrirá viejas heridas. No quiero relatar la historia del número 19, pero sé que saldrá a la luz. Es cuestión de tiempo.

—¿Alguien quiere Nutella? —ofrece Bernardo en un intento de sacarme del aprieto.

La pelirroja extiende la mano sin decir nada. Al mismo tiempo, ella y Ciro dan un respingo para luego empezar a hablar, uno sobre el otro, de cosas diferentes y terminar involucrados en una discusión.

Sé que Billy le dio un puntapié a cada uno por debajo de la mesa. Le sonrío agradecido y ella arruga la nariz con ternura, como si no fuera nada. Sin embargo, Bill Shepard no es un fanático de la evasión, y que yo sea un experto en el tema no le hace gracia.

Ni un poco.

Capítulo 13

Vial

Jaden

Bill Shepard nos hizo correr a todos.

No soy una persona que tiende a sentirse nerviosa, pero me inquietó que me lanzara esas miradas curiosas que me obligaron a acelerar el ritmo.

Creo que Shepard no quería ser demasiado duro por el hecho de que tengo una prótesis transfemoral, aunque esta no me impide mantener su ritmo. Al menos, no a esta altura. Corro con ella desde hace años; las dificultades quedaron en el pasado. El truco no está tanto en la actividad en sí, sino en las horas que uno pasa en el gimnasio fortaleciendo las zonas que absorben el impacto en medio de la carrera, es decir, el tronco.

Benditos sean mis abdominales...

Además, muchas personas ignoran que el mundo de las prótesis es amplio: hay básicas, intermedias, avanzadas y personalizadas. Están las deportivas, que suelen usarse solo cuando la actividad lo requiere, con las que, por ejemplo, puedes nadar o andar en bici. Yo solo tengo una, pero se adapta a mis necesidades; sirve para mi día a día y también para entrenar de forma moderada. Berta se encargó de pagarla, aunque me negué.

Tras una ducha, estuve listo para salir hacia el trabajo. Sin embargo, Billy Anne se interpuso en mi camino y me preguntó si la podía esperar y llevar. Me desconcertó. Creí que iría con sus amigos, quienes dejarían al entrenador en el centro de recreación, pero les mintió en el rostro al decirles que Berta nos había encomendado convencer a un exatleta para una entrevista y una sesión fotográfica, por lo que debíamos ir juntos. Abrazó con rapidez a sus amigos y depositó un beso en la mejilla del anciano antes de ducharse a la velocidad de la luz.

Yo no podría hacer eso. Lo de la ducha, digo, no lo de la mentira... Necesito tiempo para encremarme.

—¿Tantas ganas tenías de estar a solas conmigo en un espacio reducido que tuviste que mentir? —pregunto ya en el auto.

Se abrocha el cinturón y salgo de la cochera del edificio.

—Créeme, compartir oxígeno contigo no es mi prioridad matutina. Necesitaba que estuviéramos a solas para hablar, ¿y por qué demonios no tiene puesto el cinturón de seguridad?

—Nunca lo uso. —Me encojo de hombros mientras llegamos a la calle y comienzo el trayecto—. No me... —Las palabras quedan atascadas en mi garganta cuando se estira de su asiento al mío—. ¿Qué estás haciendo, amor?

—No me llames así.

Si bajo la vista, me encontraré con su escote. Lo miro de reojo. Me gustan mucho sus camisas, pero más que nada el...

—La seguridad vial es primordial, idiota. —Tira del cinturón sobre mi pecho—. Ojos al frente.

—¿Por qué no te limitas a pedirme que me lo ponga? —Hacer esa pregunta deriva en que nos imagine en una situación donde debiera ponerme un condón y ella insistiera en hacer los honores—. A menos que esta sea tu excusa para tocarme —considero.

Inhalo hondo cuando pasa su cabeza bajo mi brazo derecho que está al volante. Su cabello con crisis de identidad cae sobre mi regazo y su boca está tan cerca del cierre de mis pantalones que mi mente queda en blanco por unos segundos.

—Porque al conocerte poco, pero demasiado bien, sé que no lo harás para molestarme o terminarás por decirme que te lo ponga. —Escucho el «clic»—. Así que me ahorro la situación, ¿o estoy equivocada?

Desvío la mirada hacia abajo y arquea una ceja, desafiante. No la puedo contradecir. No puedo dejar de mirarla ahí abajo. Tampoco puedo prohibirle a mi cerebro que fabrique imágenes, a mi sistema nervioso que reaccione y al circulatorio que envíe sangre hacia el sur para que el gran oso polar se eleve en sus patas traseras con la salida del sol.

Mucho menos puedo esquivar un reductor de velocidad en la calle.

El auto salta y de forma automática nosotros también. Billy se golpea la parte posterior de la cabeza con mi brazo antes de que su rostro termine enterrado entre mis muslos.

—¡Ridsley! —grita al incorporarse—. Tomaste esa calle a propósito, ¡sabías que el reductor estaba ahí!

Me echo a reír al verla despeinada, con el ceño fruncido, mientras aparta los mechones que le atraviesan el rostro como si fueran mosquitos que la tienen harta.

—Estaciona el auto.

—¿Qué? —replico, divertido—. ¿Por qué...?

—Detén el auto antes de que te extermine.

Hago una maniobra rápida en letra U. Ella ahoga un chillido por la brusquedad, pero yo lanzo uno de emoción en cuanto logro estacionar el coche entre un vehículo y un contenedor de basura. Rebotamos sobre los asientos y apago el motor. Toretto de Rápidos y furiosos me felicitaría y hasta podría llegar a considerar darme su papel. Él ya está viejo de todas formas, y sé que mi rostro rompería las taquillas.

—¿De qué querías hablar? —continúo.

Cuando la miro, vuelvo a reírme porque está aferrada con una mano a la manija del techo y con la otra, al asiento. Parece que acaba de pasar por una turbulencia.

—Podría darte un reporte detallado del índice de mortalidad que respecta a los accidentes de tránsito en el último año, pero... —recobra el aliento—, creo que me ignorarías. Vamos al grano: aunque le diga al abuelo que no insista con tu historia, sé que lo hará, así que lo siento por adelantado.

—Está bien, puedo manejarlo.

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