Noelia Hernando Real - Voces contra la mediocridad

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De 1915 a 1922 los Provincetown Players fueron la fuerza más viva del teatro norteamericano. Desde su pequeño escenario en el embarcadero Lewis en Provincetown (Massachusetts), revolucionaron el teatro norteamericano. Ni Broadway, ni la censura, ni la Primera Guerra Mundial consiguieron poner fin a una aventura que pretendía dar a los Estados Unidos un teatro propio, que hablara de ellos y para ellos. Este volumen celebra, por primera vez en castellano, la historia de esta compañía, de la que surgieron los padres del teatro norteamericano, Susan Glaspell y Eugene O?Neill, así como otros grandes dramaturgos, diseñadores, escenógrafos y directores. El broche a esta celebración es la publicación de ocho obras nunca antes traducidas al castellano y firmadas por autores tan diferentes como G. Cram Cook, L. Bryant, P. King, J. Oppenheim, B. Crocker, E. St. Vincent Millay y S.Glaspell.

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La idea de utilizar a los propios trabajadores como actores, así como el fin último de recaudar fondos, levantó ampollas en la prensa. Como Rosemary McLaughlin recoge, el Paterson Guardian no tardó en alzar la voz:

Ahora van a usar a los trabajadores y trabajadoras como marionetas en un desfile. … Si los huelguistas solo pueden ser inducidos a explotar su propia miseria y a hacer un espectáculo público de ellos mismos para satisfacer la vana curiosidad del público neoyorquino, los agitadores de los I.W.W. tendrán éxito en su último esfuerzo para sacar dinero de los huelguistas de Paterson. Ese es el motivo por el que los agitadores están tan ocupados estos días en sus reuniones diarias para que el espectáculo de Nueva York sea un boom. (2006)

Pero las 15.000 personas que vieron esta puesta en escena no dudaron en calificarlo como un éxito rotundo. Periódicos como el New York Tribune resaltaron su “ultramodernidad,” aunque para otros, como el New York Times , fue una mera “sucesión de estampas en acción … diseñadas para estimular una loca pasión contra la ley y el orden y para promulgar el evangelio del descontento” (en McLaughlin 2006). El evento fue ampliamente cubierto por la prensa y especialmente por críticos teatrales que resaltaban ante todo la teatricidad vanguardista de la puesta en escena. De hecho, como Brenda Murphy apunta, “el objetivo era la autenticidad, la simplicidad y la unidad de efecto a las que Gordon Craig y los seguidores del New Stagecraft llamaban en Europa” (2005: 6). Más aún, tal y como señala Watson, el desfile de la huelga de Paterson inspiró a los habitantes del Village para perseguir sus propias vocaciones en el teatro. Por ejemplo, a Jig Cook y Susan Glaspell

El evento les conmocionó tanto que esa noche se quedaron hasta tarde imaginando en qué podría convertirse el nuevo teatro americano. Como si predijera su propio futuro con los Provincetown Players, Cook había escrito unos días antes, “Es posible que esta representación que tiene un propósito fracase de forma provocativa – que el impulso que genera pueda ser refinado por una destreza artística mayor más tarde.” (1991: 149)

Los Provincetown Players son el producto de las revoluciones que en diferentes ámbitos estaban teniendo lugar en los Estados Unidos, del mismo modo que el desfile de la huelga de Paterson “preparó el camino para los Provincetown Players. Fue una mezcla de arte, política, e intriga social, como las primeras obras [de los Players]” (Egan 1994: 106).

Una revista altamente ligada a los Provincetown Players que también se hizo eco de la puesta en escena de la huelga de Paterson fue The Masses , que también había cubierto la huelga. De hecho, en junio de 1913 John Reed publicó un artículo titulado “Guerra en Paterson” y, tras su visita de campo, tras ser arrestado allí y encerrado durante cuatro días, escribió otro artículo en el que hablaba de su relación con los trabajadores encarcelados y de la pasividad de los sindicatos y del partido socialista. Los artículos de Reed hicieron que el Village hiciera la causa suya incluso antes del desfile, y fueron muchos los que cada domingo se desplazaban a Paterson a manifestarse con los trabajadores y sus familias.

The Masses aunaba arte, política e intriga social y daba a muchos de los futuros y presentes miembros de los Provincetown Players un espacio desde el que proyectar sus revoluciones políticas, sociales y artísticas. The Masses fue ante todo una oportunidad para que escritores y artistas se expresaran con total libertad y para que su trabajo transcendiera las fronteras del Village. Los veinte editores eran los propietarios de la revista y publicaban una gran variedad de materiales, desde tiras cómicas, relatos breves, reseñas de libros y dibujos a poesía, obras de teatro, editoriales de índole política y noticias relacionadas con el mundo laboral. Su historia comenzó a escribirse en enero de 1911, cuando Piet Vlag, un socialista holandés, la fundó. Vlag confió en los pintores Art Young y John Sloan, en los escritores Inez Haynes Gillmore y Eugene Wood, en el poeta Louis Untermeyer y en el artista Maurice Becker para sacar adelante este proyecto. El primer número dejaba claro que pretendían ser una nueva fuerza de índole política y social. Se publicitó como una revista dedicada a los intereses de la clase trabajadora, “lo quieran o no” (en Parry 1960: 285). En un principio The Masses estaba dedicada a difundir el socialismo y, bajo la dirección de Vlag, sobrevivió hasta el verano de 1912, cuando Rufus Weeks retiró su financiación. Aunque Vlag quería llevarse la revista a Chicago, los editores decidieron que debía quedarse en Nueva York y eligieron a Max Eastman, un profesor de Filosofía en Columbia, como editor jefe. Eastman consiguió convencer a varios inversores y dirigió la revista desde diciembre de 1912 hasta diciembre de 1917, cuando el gobierno la clausuró por criticar la política de los EE. UU. en cuanto a la guerra. The Masses costaba diez centavos y era una publicación mensual de veinticinco páginas. Aunque se llegaron a vender hasta catorce mil copias, The Masses no era autosuficiente desde el punto de vista económico, por lo que debía financiarse a través de donaciones, de lo que Eastman cobraba por dar conferencias y de los beneficios que se sacaban de las fiestas de disfraces que se organizaban en el Webster Hall, en la calle Once.

John Reed se unió a la revista a principios de 1913 y fue él quién puso en palabras cuál sería la misión principal de The Masses :

El amplio propósito de The Masses es social: atacar eternamente los viejos sistemas, las viejas morales, los viejos prejuicios – todo el peso del pensamiento obsoleto que los muertos nos han encasquetado – y comenzar sistemas nuevos en su lugar. … Queremos ser arrogantes, impertinentes, de mal gusto, pero no vulgares. No vamos a encorsetarnos en el credo de nadie ni en una teoría de reforma social, sino que vamos a expresarlas todas, siempre y cuando sean radicales. (en Humphrey 1978: 41)

Al querer dar voz a todo tipo de revolución, la revista combinaba el feminismo y el socialismo con desnudos y psicología freudiana. The Masses se enorgullecía de la diversidad ideológica que tenía cabida entre sus páginas. En teoría, su público también era variado, de hecho debería ser “las masas,” socialistas y no socialistas, como Eastman escribió en su primer número como editor. Pero lo cierto es que The Masses no era en absoluto una revista para las masas, sino para los rebeldes que tenían una educación. Si se tiene en cuenta que The Masses abogaba por el amor libre, el nudismo y la danza moderna, no es difícil preguntarse cómo iban estos temas a llegar a las masas. De hecho el trovador Bobby Edwards, escribió unos versos más que satíricos al respecto:

Pintan mujeres desnudas para Las Masas muchachas gruesas, desgarbadas, feas.

¿Cómo ayuda esto a la clase que trabaja? (en Humphrey 1978: 43-44)

Pero también es cierto que otros temas que trataron a lo largo de su trayectoria fueron el control de la natalidad, la prostitución, la reforma de las prisiones, la educación, los males del capitalismo, de la iglesia y la entrada de EE. UU. en la Primera Guerra Mundial, tema que le costaría grandes problemas con la justicia y su clausura.

La mayoría de los que participaban en la revista era personalidades del Village, como Floyd Dell, que ejercía de ayudante del editor, Harry Kemp, Sherwood Anderson, Wilbur Daniel Steele, Mary Heaton Vorse, Susan Glaspell, Jig Cook o John Sloan. El contenido de la revista se decidía de forma democrática; se leían en alto los trabajos recibidos y se mostraban las diferentes ilustraciones que podrían publicarse. Esto, por supuesto, no estaba exento de crear disputas entre artistas y escritores. Dado que partían de la premisa de que la creatividad no estaba reñida con políticas de índole radical, nadie consideró que podría darse un conflicto entre el compromiso ideológico y el dar alas a la imaginación. Pero de hecho, este conflicto dio lugar a grandes peleas en el comité editorial. Por ejemplo, Mary Heaton Vorse recordaba que era horrible que lo que había escrito fuera destrozado por los artistas (1935: 42). Obviamente, al final Eastman y Dell decidieron poner fin a esta práctica. Los rifirrafes entre escritores y artistas cada vez eran más evidentes. A los artistas no les gustaba que Dell y Eastman pusieran pie a sus ilustraciones, convirtiéndolas en lo que ellos consideraban que era burda propaganda política, y los editores literarios, a su vez, se quejaban del revuelo que los artistas armaban con frecuencia. El conflicto se hizo más evidente en marzo de 1916 cuando John Sloan, que capitaneaba a los artistas descontentos, propuso que Eastman y Dell no pudieran decidir sobre la parte gráfica de la revista, dejando esto a elección de los artistas. Cuando Eastman consiguió suficiente apoyo para echar atrás esta propuesta, Sloan y el resto abandonaron la revista, y su lugar fue ocupado por artistas que estaban más que dispuestos a cumplir con el objetivo de crear propaganda política, como Boardman Robinson y Robert Minor (Humphrey 1978: 40-41).

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