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Sinopsis Sinopsis Fuga a dos voces - es el itinerario de dos personajes femeninos que proponen la evasión de su entorno para recrearse a sí mismas. Provenientes de espacios y contextos diferentes, ambas construyen caminos paralelos que rebelan huellas semejantes; recursos que las convierten en creadoras de un discurso resonante para conjurar el dolor que las asedia, un dolor obstinado que, en su acoso, fortalece estrategias de huida y, al mismo tiempo, de redención. Frida, Fisita, Santa Juana es la maga de los colores, del punto y la raya altanera. La décima musa, Minerva, Juana Inés es la monja de los mil nombres que recurre a la noche para esquivar la mirada de jueces inquisidores.
Fuga a dos voces
Prólogo Prólogo Fuga a dos voces es el itinerario de dos personajes femeninos que proponen la evasión de su entorno para recrearse a sí mismas. Provenientes de espacios y contextos diferentes, ambas construyen caminos paralelos que rebelan huellas semejantes; recursos que las convierten en creadoras de un discurso resonante para conjurar el dolor que las asedia, un dolor obstinado que, en su acoso, fortalece estrategias de huida y, al mismo tiempo, de redención. Frida, Fisita, Santa Juana es la maga de los colores, del punto y la raya altanera. De sus dedos cuajados de piedras estridentes emanan combinaciones dadivosas de tintes sin recato. Su pincel azaroso se desplaza entre lienzos indistintos: papeles, cueros, espejos, alabastros corrompidos o pieles arrebatadas de pasión para mitigar la visita recurrente del amante que mancilla su cuerpo cubierto de oro e incrustado entre fósiles petrificados. La décima musa, Minerva, Juana Inés es la monja de los mil nombres que recurre a la noche para esquivar la mirada de jueces inquisidores. La punzada constante que le susurra al oído se desvanece cuando el personaje se despoja de la mordaza que cubre su cuerpo para exorcizar el demonio que intenta convertir su memoria en una celda sin recuerdos. En el desvelo, ella se deleita con vocablos provenientes de su mente alquimista. Entre planetas y estrellas, el yugo del agobio se desprende de su frente para burlar al rector que la vigila… azorado. La autora
Psss, psss, ¿me escuchas? Psss, psss, ¿me escuchas? Psss, psss, ¿me escuchas?… Anoche te escuché quejarte, pero no quise molestar. Por momentos pensaba que era el dolor de tu cuerpo la causa de tus gemidos, pero quizás también, diría yo, el placer de darle a tus mordazas un sentido. El placer de cuchichear y saber que el otro apenas te entiende, el gozo de saber que tienes un secreto que se fuga en cachitos, a tu mero antojo. Soy tú, y me desalienta prolongarme en tu cuerpo. La muerte me parece una amante insatisfecha. Va y viene a su antojo. Nos recorre una y otra vez, y nos hace morir de formas diferentes. Una vez sería suficiente. Una vez, y definitiva. Sin regreso. Sin puntos suspensivos ni estaciones con preámbulos de espera. Una vez y basta. La vida es la misma cosa. Hecha de fragmentos, pedacitos abreviados que cuentan reiteradamente la misma historia. Relatos breves que se acomodan para darle sentido a la vida, a tu vida, a mi vida poblada de fantasmas, sombras sigilosas que a veces cantan, y otras tantas gimen. ¿Las oyes? ¿Las alcanzas a oír? Anoche te oí hablar, y no quise interrumpirte. Más bien te escuchaba atenta, dispuesta a ser partícipe de tus secretos. Porque has de saber que yo tengo secretos, ¡vaya que si los tengo!, rollitos de recuerdos hábilmente resguardados en mi memoria, poemarios de amor repartidos entre labios entumecidos, códigos y preceptos que escondí en mis adentros para que aquellos no se vanagloriaran de saberse dueños y señores de mis sueños. A veces soñar se me antoja un juego perverso. El espacio propicio para creerte otras vidas. ¡Ah!, la vida y la muerte, tan amigas, tan siempre fraternas, hermandadas, solidarias, cachondas y cómplices alternas que inventan la vigilia cuando se encuentran hartas de sí mismas. Y entonces sí, la mayor de las perversiones: el sueño y con él, el simulacro, sombras revestidas con máscaras, videntes que tiran sus cartas al viento para hacerte creer que el azar trae consigo un juego infinito de posibles caminos, caminos inciertos. Enloquezco. Tengo nostalgia por saberme yo, pérdida en un desierto de asfalto. Caminar y saber que nadie me reconoce, toda yo ajena, lejana, irreconocible; distante y segura de no ser acechada ni vigilada, ausente del entorno pero concebida en mí misma. Desde mi útero vacío, engendrarme sola. El yo me aterra, preferiría disolverme en otra cosa para no anclarme en el sueño del uno irrepetible. El uno te condena a la integración.
Me llaman Santa Juana Me llaman Santa Juana Me llaman Santa Juana… Santa Juana de la cultura liberadora, pero yo estoy presa en la forma sin forma de mi cuerpo altanero. A veces sucumbo a la pasión de los colores, del punto y la raya y me entrego a mis sentidos. Es entonces cuando le tiendo trampas al dolor y me dibujo con tinta de granada. Disfruto el camuflaje del color y el grosor de los pinceles. Me complace desdibujarme de mil maneras y hacerle creer a los otros que soy su guerrera, su amantísima deidad azteca. Me agradan mis vestidos coloridos y las cintas que entretejen mi cabello con colores intensos, sin recato. Adornar mis dedos con piedras estridentes le otorga a mis manos un placer disoluto. ¡Ah!, si les contara mis paseos por los cafés parisinos…, las caras de regidores de sueños incapaces de concebir mi fantasía hecha historia; manifiestos surrealistas que reclaman el derecho a engendrar cadáveres exquisitos, pero no son capaces de reconocer mi corporeidad de rótulos fulgurantes. Soy fuego, soy tierra, soy aire, soy agua. Me gusta diluirme en la lluvia y renacer en huesos de sandía. Pintarme toda de invisible y resurgir en viñas, en frutas, en monos. Procrearme a mí misma a través de seres-piedras, seres-aves, seres-astros. Perderme y reinventarme sin dolor y con olvido. Transmutarme. Me regodeo en historias ancestrales. Mis genes de gitana errante me invitan a peregrinar sin remilgos; mis semillas de india agreste me obligan a comulgar con dios y hacerle el amor, irreverente. ¿Amantes? Suficientes. Intenciones frugales para mitigar la veleidosa ausencia de mi forjador de sueños. El amante-amado de mi vida coja, de mi vida entera, de mi vida loca. Dios-Diego: unívoco ser que yo venero, tu nombre cobija cinco letras, cinco. La suma de los cuatro puntos cardinales, y del centro, el universo manifestado. ¿Sabías, Diego, que cinco es también el número del corazón? El santo, el sagrado corazón al que acudo para conjurar mis heridas divinas, manchas que aparecen en mi carne cuando te sé distante y ajeno; cuando te imagino acurrucando tu cuerpo de sapo en el lodo espeso de vulvas y pechos que no son los míos. Entonces, mi amadísimo Diego, quiero gritar, correr y desaparecer: íntegra. Pero la pesadez de mi cuerpo me recuerda que soy tuya, y que me debo a ti, quien eres todas las combinaciones de números. La vida. Me conmueve parir…me a mí misma. Concebir en la inmovilidad del tiempo los minutos de los no-relojes y los no-calendarios. En este breve estadio, engendro recuerdos de mi maternidad truncada, mi génesis abortada que alude a la oquedad y a la ausencia de colores…, la nada. Por eso me proclamo la gran ocultadora, la visionaria que acude a la sinrazón para hacer lo que le da la gana. Detrás de la cortina del dolor, me reinvento…
Y sueño Y sueño Estoy tendida, y espero esquiva su embestida. Parecería que me hallo suspendida en la nada, quieta, enclavada en el dorado solar que me cobija. Para evitar sus ojos, espadas verdes dentro de mi carne, desvío la mirada. No deseo el encuentro y me pierdo en mis raíces, ramas color marrón que evocan a la tierra, corrientes castañas que me cobijan, y me amparan de la desintegración.
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