Pilar Chehín - Fuga a dos voces

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"Fuga a dos voces" es el itinerario de dos personajes femeninos que proponen la evasión de su entorno para recrearse a sí mismas. Provenientes de espacios y contextos diferentes, ambas construyen caminos paralelos que rebelan huellas semejantes; recursos que las convierten en creadoras de un discurso resonante para conjurar el dolor que las asedia, un dolor obstinado que, en su acoso, fortalece estrategias de huida y, al mismo tiempo, de redención.
"Frida, Fisita, Santa Juana" es la maga de los colores, del punto y la raya altanera.
"La décima musa, Minerva, Juana Inés" es la monja de los mil nombres que recurre a la noche para esquivar la mirada de jueces inquisidores.

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Me agradan mis vestidos coloridos y las cintas que entretejen mi cabello con colores intensos, sin recato. Adornar mis dedos con piedras estridentes le otorga a mis manos un placer disoluto. ¡Ah!, si les contara mis paseos por los cafés parisinos…, las caras de regidores de sueños incapaces de concebir mi fantasía hecha historia; manifiestos surrealistas que reclaman el derecho a engendrar cadáveres exquisitos, pero no son capaces de reconocer mi corporeidad de rótulos fulgurantes.

Soy fuego, soy tierra, soy aire, soy agua. Me gusta diluirme en la lluvia y renacer en huesos de sandía. Pintarme toda de invisible y resurgir en viñas, en frutas, en monos. Procrearme a mí misma a través de seres-piedras, seres-aves, seres-astros. Perderme y reinventarme sin dolor y con olvido. Transmutarme.

Me regodeo en historias ancestrales. Mis genes de gitana errante me invitan a peregrinar sin remilgos; mis semillas de india agreste me obligan a comulgar con dios y hacerle el amor, irreverente.

¿Amantes? Suficientes. Intenciones frugales para mitigar la veleidosa ausencia de mi forjador de sueños. El amante-amado de mi vida coja, de mi vida entera, de mi vida loca.

Dios-Diego: unívoco ser que yo venero, tu nombre cobija cinco letras, cinco. La suma de los cuatro puntos cardinales, y del centro, el universo manifestado. ¿Sabías, Diego, que cinco es también el número del corazón? El santo, el sagrado corazón al que acudo para conjurar mis heridas divinas, manchas que aparecen en mi carne cuando te sé distante y ajeno; cuando te imagino acurrucando tu cuerpo de sapo en el lodo espeso de vulvas y pechos que no son los míos. Entonces, mi amadísimo Diego, quiero gritar, correr y desaparecer: íntegra. Pero la pesadez de mi cuerpo me recuerda que soy tuya, y que me debo a ti, quien eres todas las combinaciones de números. La vida.

Me conmueve parir…me a mí misma. Concebir en la inmovilidad del tiempo los minutos de los no-relojes y los no-calendarios. En este breve estadio, engendro recuerdos de mi maternidad truncada, mi génesis abortada que alude a la oquedad y a la ausencia de colores…, la nada. Por eso me proclamo la gran ocultadora, la visionaria que acude a la sinrazón para hacer lo que le da la gana. Detrás de la cortina del dolor, me reinvento…

Y sueño

Estoy tendida, y espero esquiva su embestida. Parecería que me hallo suspendida en la nada, quieta, enclavada en el dorado solar que me cobija. Para evitar sus ojos, espadas verdes dentro de mi carne, desvío la mirada. No deseo el encuentro y me pierdo en mis raíces, ramas color marrón que evocan a la tierra, corrientes castañas que me cobijan, y me amparan de la desintegración.

Me inquieta su llegada. Por eso construí este lecho de caoba con cuatro columnas que sostienen el paisaje de mi cuerpo. Sí, mi cuerpo turbado, mancillado, retablo cuajado de lágrimas y de sangre seca que reposa en mi sexo harto de invasiones, de manchas que evocan atropellos impíos.

Adivino su presencia. Su imagen prepotente de guerrero azteca se bifurca en falos; lingotes de oro lacerantes dispuestos a explotar y perderse en mis adentros, polen de flores amarillas ansioso de perpetuar su estirpe.

Su astucia quebranta mis estrategias de fuga. El manto viril se empecina en cubrirme toda, y yo aquieto mi zozobra y me dispongo a soñar…

Sueño y me resguardo bajo el baldaquín de mi cama. Aspiro los colores del entorno y cierro mis ojos. En la oscuridad resurge su rostro y su mirada lasciva. Su boca alberga la perversión, sus dientes de pedernal me acosan altaneros, los labios de berenjena madura prometen la lujuria, la devastación.

Intento conjurar su aliento al anclar mis pensamientos de necia fugitiva: vaciarme, no hablar, no dormir, no oír, no querer. Sin embargo, el olor acre de unas flores revestidas de arco iris delata su insistente acoso. Seductor, porta el ramo que intentará embriagar mis sentidos antes de ensillarme y cabalgar mi cuerpo erosionado, mi cuerpo de rocas, amortajado.

La titiritera

Yo quisiera ser lo que me dé la gana, pero soy tan solo una maga disuelta en su propio embrujo. Goteo poco a poco, y después me desprendo de mí misma a borbotones.

Para evitar ser testiga de la traición, me ocupo de jugar con marionetas, y tejo sus propios hilos con venas de mi cuerpo inerte. Estoy sola, y dolida: por eso pinto al hijo furtivo con coágulos de tinta magra. Me inquieta su imperiosa necedad por la no espera. Iracundo se suelta de mi vientre tibio para aspirar el aire, el humo de fábricas iracundas, allá… distantes. Empecinado por nacer, no nace y me deja hundida, ahuecada, maniatada a mis juegos infantiles. Soy la madre-ventrílocua. Cua…cua…cua. Floto en aguas putrefactas.

Curioso, me mira un caracol flotante. Su viscosidad evoca mi humedad de antaño. Aquel espacio acogedor de granos militantes se agrieta, imposible dar asilo al molusco inquisitivo: no hay tibieza en mi cuerpo de madre renegada. Soy agua putrefacta.

No puedo irme de los días, ni regresar a tiempo al otro tiempo. Entonces, distraigo mi memoria ausente recogiendo la orquídea no fecunda del jardín de mis recuerdos. Flor ingrata que, al menor desaire, sucumbes como yo, y te desvaneces. Aquí estás a mis pies y pálida te apagas: tus morados evocan el tinte que fluye entre mis piernas; nos marchitamos a través de vapores citadinos.

Lo que más importa es la no-ilusión. El frío pesado del títere-máquina nos observa taciturno, indiferente. Su forma evoca a la cámara mortuoria: al espacio que recibe, irreverente, los cuerpos desollados de madres-ausentes. Mujeres creadoras de seres amorfos, delatores de la no-creación. La raya y el punto denunciados, abortados. Pintoras de lo absurdo y lo fugaz ·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-· el infinito.

Mi muñeca-pelvis reclama ser presencia. Su forma casta me recuerda yo, sin fracturas. Yo, antes de ser violada y deconstruida en aquel camión cuajado de oro y de sangre…, de augurios malignos; hueso de pedernal astillado.

Un maniquí frente a mí navega con pesadez liviana. Sujeto a mis cuerdas se transforma en Baubo, la diosa acéfala que gesta espermas suicidas; sus labios vaginales me miran curiosos y yo lloro e invoco al desertor, que, indiferente, cruza sus piernas y brazos para proclamarse emperador de la tierra infecunda.

El azul-gris del cielo resguarda la puesta en escena. Los personajes-globos circundan mi lecho extranjero; ¿yo?, les hago creer que me importan.

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