Walter Huertas - Saga del ángel caído. El resiliente

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Saga del ángel caído. El resiliente: краткое содержание, описание и аннотация

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En una novela con la impronta «road trip», el protagonista es narrado y observado en un mundo que parece no ser habitado por él sino que lo describe yendo en busca de su propia naturaleza, entonces el mundo, el suyo, se grafica de una forma muy distinta.

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Externamente se veía como un niño, aunque para él, aquel cuerpo de once años, esa cara, ojos, piel, cabello, se sentían casi como aquel traje de Batman.

“Me siento de cuarenta y sólo tengo once años… ¿qué me pasa?” Reflexionaba el Churi. Nadie con quien hablar, silencio de TV prendida, sólo lo acompañaba ese murmullo electrónico.

Pero todo llega a su fin. La falta de dinero, las infidelidades de Poroto y la Marina, toda esta larga etapa llegaría al final. Vertiginosamente sucederían cosas que harían variar esa gris realidad.

Ojos. Churi miraba fijamente los ojos de cada persona al verla. Así descubrió la temporalidad, en aquella actitud. Aprendió a identificar cuándo ese ser moriría, no con fecha exacta, pero sí podía saber si le quedaba poco, si tenía alma o si simplemente se trataba de un traje de vida.

(5) Esther

Rellenita en sus partes deseadas, delgada en la cintura, baja estatura, pelo castaño. Había nacido en Calingasta y tenía la piel algo cobriza, con rasgos europeos y ojos color del tiempo. Su voz era femenina, pausada, y cuando hablaba parecía acariciar con las palabras.

Tierna al caminar, Walter observaba a aquella hermosa avanzar justo delante de él.

-Hola Churi. -le dijo sonriente. Estaba calentando agua en la cocina.

El niño la miró a los ojos verdosos y los vio enormes, tenía las cejas depiladas y bien formadas. Esther le dio un beso al terminar de hablar y Walter le respondió, mojándole la mejilla con sus labios no muy pequeños a pesar de ser un jovencito.

Observó con atención todos los movimientos de la joven y pudo sentir el aroma que desprendía en cada uno de ellos.

-¿Querés té o yerbiado? -volteó a preguntar.

-Yerbiado. -respondió secamente el Churi, pasmado.

Tuvo la sensación de que Esther sabía que él la estaba mirando. Ella tenía un pantalón algo ajustado, de botamanga chupín que le llegaba hasta un poco más abajo de la pantorrilla y dejaba libre su tobillo, calzaba ojotas. La blusa era algo corta y dejaba entrever apenas su ombligo. Aquello era verdaderamente un maravilloso espectáculo a los ojos de Walter.

“Para que no estés solito”, Esther invitó al Churi a tomar el yerbiado con unas ricas galletitas que le dijo que tenía en su habitación.

Esther tenía dieciocho para diecinueve años y Churi iba camino a los doce, pero era corpulento y algo grande para su edad. Parado junto a la muchacha parecía que ambos tenían la misma altura.

-Ayudame, abrí la puerta por favor. -le pidió Esther que llevaba la bandeja con tazas. Walter movió el picaporte y entró. Nunca había estado en la habitación de una chica y menos universitaria, así que se quedó observando detenidamente todo a su alrededor.

Había un escritorio pequeño, una cama, dos sillas y un ropero. En las paredes no había crucifijos ni estampitas, sino un póster de The Beatles y lo más llamativo era un gran espejo al lado de la puerta del baño. Estaba todo sumamente ordenado y había un tablero apoyado en una esquina junto con grandes carpetas de dibujo.

Walter permaneció inmóvil, casi en posición de firme, mirando todo.

-Sentate Churi, acá tenés las galletitas. -le dijo Esther, cumpliendo su promesa. La palabra rompió el hechizo, y sentándose suavemente comenzó a degustar las galletitas rellenas con el yerbiado, un verdadero manjar en esos tiempos.

-Vos dibujás, me contó Feliza. -dijo la muchacha.

-Sí, algo. -contestó Walter. -Fui a un curso de acuarela en la Universidad cuando era más chico.

-Ah…eso no me contó tu mamá… ¿y cómo fue que pudiste ir al curso? -preguntó Esther, pensando que Walter exageraba para impresionarla o simplemente le mentía.

-Mi papá trabajaba en las oficinas del decano, entonces pudo conseguir el curso. -continuó el Churi -Mi mamá me acompañaba porque sólo no podía llevar el tablero…ahora sí podría…-y continuó comiendo galletitas.

Esther clavó los ojos en el Churi, con una mirada extraña para él.

-¿Tenés algo para mostrarme de los dibujos que hacés? -le preguntó, tocando delicadamente el brazo de Walter. El Bonito sintió un estremecimiento, al percibir la calidez de la mano, la voz dulce y cariñosa. Saber que alguien se interesaba por él y por sus dibujos fue un verdadero flash.

-Sí, claro, tengo una carpeta parecida a esa, llena de dibujos - contestó alegre el Churi señalando la carpeta junto al tablero apoyado en la esquina de la habitación. -¿Querés que los traiga y te los muestro? -siguió diciendo con la voz agitada y sintiendo cómo los latidos parecían salírsele del pecho.

-Bueno, me los podés mostrar mientras llevo todo esto a la cocina. -contestó Esther y se fueron caminando juntos hasta la cocina. Walter fue hacia su habitación, tomó la carpeta y en unos minutos estaban los dos de nuevo en la piecita del fondo mirando sobre el escritorio los dibujos pintados con acuarela. Esther miraba detenidamente cada dibujo, y Walter supo que le gustaban mucho.

-Son muy lindas tus acuarelas, dibujás re bien, Walter. -le dijo Esther con una chispa especial mientras no dejaba de mirar y admirar las bondades estéticas de las obras del Churi.

-¿Vos pintás también? -fue la pregunta que lanzó el Churi a la bella joven y que desencadenará una serie de acontecimientos, tanto en la vida de Esther como en la del joven Walter.

-Trato…pero no tengo el don maravilloso que vos tenés, Churi. Me encantan tus dibujos. -contestó ella, acompañando lo dicho con un gesto dulce tomando con sus manos por la pera al joven y dándole otro beso en mejilla. Walter quedó clavado al piso, se puso colorado, rojo rubí, escarlata, en fin, toda la gama de rojos pasó por aquel rostro.

-Cuando necesites ayuda para tus láminas o dibujos, yo te ayudo. -se apresuró a decir el chico luego del beso. Los ojos verdosos de Esther se dieron cuenta de todo, y Churi, a pesar de su estado, notó cómo se habían agrandado sus pupilas.

Entonces continuó la charla, ellos se acercaron más y siguieron mirando los trabajos de Walter, mientras Esther le prodigaba toda clase de elogios y lo abrazaba, maravillada por aquellas obras.

-Voy a poner música. ¿Te gusta la música? -le preguntó de pronto mientras se levantaba.

-Si, claro. -contestó Walter.

La joven tenía un pequeño tocadiscos que parecía una maleta. Lo enchufó, sacó del ropero un disco pequeño de The Beatles y le dijo a Walter:

-¿Querés bailar? -

Walter nunca había bailado, así que turbado y con voz finita contestó:

-No sé bailar. -

-Vení, yo te enseño a bailar y vos después me enseñás a pintar. - Bailaron un twist, luego otro, hasta que puso un disco lento.

-Así se bailan los lentos. -dijo Esther mientras tomaba al Bonito por el cuello y le indicaba que lo abrazara por la cintura. Sus cuerpos se pegaron, Churi sintió los pechos de Esther sobre él, su corazón se bamboleaba suavemente y sus manos, que estaban sobre la parte superior de las nalgas de la muchacha, hacían que pudiera sentir muy bien su contorno.

-Vos seguime a mí. -le ordenó muy dulcemente al oído la bella joven de Calingasta.

El afortunado muchacho sintió poco a poco cómo sus partes bajas comenzaban a erectarse. A pesar de su corpulencia, era todavía un niño, pero hay que decir que su desarrollo también llegaba a esa parte. Su miembro tenía cierta relevancia, la dureza era tan buena como sus dibujos y de tamaño no venía nada mal el jovencito.

Esther sintió cómo se agrandaba y endurecía el miembro del pequeño. En ese momento comenzaría toda una nueva forma de percibir la realidad para el Bonito.

Esther tenía el morbo por las nubes.

-Apretame la cintura. -le dijo con voz sensual, segura. Aquel hombrecito respondió el pedido, y de repente, el disco había terminado.

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