Walter Huertas - Saga del ángel caído. El resiliente

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Saga del ángel caído. El resiliente: краткое содержание, описание и аннотация

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En una novela con la impronta «road trip», el protagonista es narrado y observado en un mundo que parece no ser habitado por él sino que lo describe yendo en busca de su propia naturaleza, entonces el mundo, el suyo, se grafica de una forma muy distinta.

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-El eclipse, es hoy ¡vamos rápido al kiosco! - dijo Mónica y comenzaron a correr. Luego de comprar la revista, le dijo al Churi que se fuera a su casa mientras ella buscaba algo para poder ver el gran fenómeno astronómico.

En la esquina estaban Andrés, el chico rico de la cuadra, Gabriel, el negrito, hijo de la sirvienta “Ketty”, mirando el eclipse con una radiografía. Walter se acercó a ellos

- Hola chicos, ¿me prestan para ver? - preguntó.

Los chicos lo miraron y sin más, siguieron viendo el cielo, ignorando completamente al Churi.

-No sean malos, déjenme ver un ratito…- insistió el niño.

Gabriel lo miró amablemente esta vez y accedió.

-La radiografía es mía, te la presto un ratito… tenés que mirar por la parte negra. - le señaló.

Andrés se enojó y se fue a buscar otra radiografía a su casa.

- ¿Ves cómo la luna tapa al sol? - preguntó Gabriel.

- Sí…sí. - respondió emocionado el niño. Día histórico si los hay para nuestro pequeño Walter Cuevach, alias el Churi.

En esos instantes Mónica llegó a la esquina, tomó a Walter del brazo y le dijo:

-Vamos a tu casa, tu mamá te espera. - y se alejaron del grupito creciente que miraba por turnos cortos el cielo con la radiografía de Gabriel.

En su casa la puerta estaba sin llave, entraron y Mónica corrió rauda hacia el fondo. Churi se quedó sentado en un sillón mirando el maravilloso “Billiken”, que parecía no decir nada del eclipse, pero traía un bricolaje para recortar muchas cosas, entre ellas un periscopio. Walter, fascinado, miraba y re miraba cada hoja.

Mónica se sentó a su lado y comenzó a enseñarle a leer con la primera hoja como le había prometido. El Churi ya algo sabía, algunas vocales, sonidos y palabras le habían enseñado su hermano y su padre, y en la escuela, ya que iba bastante adelantado, algo más había aprendido. En menos de una semana, y ya con siete años recién cumplidos, nuestro niño ya podía leer la totalidad de aquel “Billiken”.

Se acercaba el día de Reyes, otra fecha que sería histórica para Walter. En esta oportunidad sería por un acontecimiento triste que lo acompañaría hasta su vejez. Una historia de descontento y muerte.

Pero durante los días que siguieron al Eclipse pasaron varias cosas más en la vida del “Bonito”.

Todos los días se levantaba, desayunaba y corría al living donde estaba la biblioteca y la colección de “Lo sé todo”, una serie de libros tipo enciclopedia estudiantil de aquella época.

Leía de a poco, con perseverancia, desde la mañana hasta entrada la tarde. Leyó todos los libros de la colección, que eran en total doce y que su padre conservaba en aquella biblioteca. El Churi se enteró de los cavernícolas, del Universo, el tren bala japonés, la historia del automóvil, entre muchos otros temas variados.

Pero no encontró mención alguna a la vida en otros planetas, ni sobre la cantidad de estrellas. Descubrió muchas cosas, pero aquello que lo intrigó esa noche, no tenía respuesta aún.

Pasó fin de año y los padres de Andrés, los ricos que vivían en la casona de dos pisos de la esquina, adornaron, como todos los años, un pino enorme que tenían en el patio delantero y que llamaba la atención de todos los que pasaban por allí. Lo llenaron de focos de 45 watts de distintos colores, que el jardinero de los Casab (el apellido de Andrés) prodigaba con un gran cableado.

Era verdaderamente imponente ver en la esquina, casi al lado de la vereda, el pino de unos ocho metros de altura, con ramas enormes abajo, iluminado de todos colores. Una imagen que siempre sería recordada en aquel barrio.

Nadie se imaginaba que aquella sería la última vez que se iluminaría aquel enorme pino.

La tarde anterior al día de Reyes, un amigo de nuestro protagonista, que vivía unos cuantos metros más allá de la esquina, se juntó con los chicos de la esquina, ya que tenían planeada una carrera de autitos en la que todos los varones del barrio querían participar.

Hablaron largamente acerca de dónde construirían la pista, cuál sería el premio, qué tipos de autitos correrían, en fin, las reglas en general de aquel campeonato.

Uno de los participantes, hijo del bodeguero de la vuelta de la esquina, tenía el timón de la charla, ya que era el más grande junto con otros dos chicos que rondaban los once y doce años. En medio de la reunión tuvo lugar una disputa y Andrés, como siempre, se fue a su casa. Churi les discutía el tamaño de la pista, argumentando que debía ser en la tierra, mientras que los muchachos más grandes querían hacerla de tiza en el cemento de la vereda.

- ¿Qué sabés vos, pendejito? A ver, ¿Quiénes son los Reyes? - le increpó el chico más grande -No sabés… los Reyes son los padres y vos de carreras de autitos no sabés nada, si ni siquiera sabés quiénes son los Reyes. -

-¡¡Mentira!! - gritó Walter después de mirarlo unos instantes y también corrió a su casa.

“¿Será cierto? Y si…yo no los vi nunca…” pensó. No era la primera vez que escuchaba esta afirmación, ya durante el año y en la escuela, en varias conversaciones de recreo el tema de los Reyes había sido discutido.

Esa noche esperó pacientemente en su cama a que todos estuvieran dormidos y finalmente pudo ver cómo su madre guardaba algo en el mueblecito de la sala de estar. Churi sabía abrirlo, su hermano Jorge ya le había enseñado.

Sigiloso, caminando por la galería interna, entró al living estar y con mucho cuidado abrió el mueble, sacó el paquete y lo tanteó con sus manos. Había algo como de plástico finito. Sacó el objeto un poco y notó que era de color gris y negro. Sí, lamentablemente tenía el sello de Batman en la parte negra. Era sin lugar a duda el traje de Batman, el regalo que le había pedidos a los Reyes.

Lo guardó con el doble de sigilo, con una suavidad extraordinaria y sin hacer ni un solo ruido, volvió a la cama donde desolado, lloró hasta que se durmió.

A la mañana siguiente, Jorge lo movía para despertarlo.

- ¡Churi, fíjate, hay un paquete en la mesa de la galería! ¡Es tu regalo de Reyes! -

Walter lo miró, se miraron, y en unos segundos Jorge entendió que su hermano ya no se despertaría gritando y corriendo hacia sus zapatos para ver si los camellos se habían comido el pasto y tomado el agua.

Se vistió tranquilo, caminó sin prisa y tomó el paquete con desilusión. Lo llevó hasta su cama y lo abrió. Efectivamente, adentro había un traje de Batman de puro plástico, con capa, pechera, máscara, guantes y cinturón.

Salió a la calle sin desayunar, a mostrarle a Gabriel, su vecino de al lado, el traje de brillante látex y plástico.

Había afuera otros pibes reunidos en la esquina. Al acercarse, divisó otro Batman, que tenía el traje completo, como el original. Era el hijo del bodeguero que presumía orgulloso su disfraz.

Andrés llegó corriendo también. Era más pequeño y tenía una especie de negación de la realidad. Se acercó con un traje completo, con botas y todo, de Superman.

-Yo soy Superman…Superman vuela…Batman no. - les dijo a los chicos que estaban en la esquina y luego se fue a su casa. El bodeguero también tomó su ruta y Gabriel, que tenía el traje del Zorro, volvió a su casa y la reunión se dispersó.

Esa tarde, Churi vio su programa favorito vestido como el personaje que tanto le gustaba y veía por TV en blanco y negro. No había visto, hasta ese momento, ningún Robin por el barrio.

Llegando la noche, cuando en la casa de Walter estaban por cenar, se escucharon sirenas y algunos gritos y alguien tocó el timbre.

Feliza fue a ver quién era, pues habían tocado, pero no entró con nadie. Walter y Primo (así se llamaba su padre) se quedaron cenando hasta que de pronto apareció de nuevo Feliza con lágrimas en los ojos y voz nerviosa esbozó:

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