Walter Huertas - Saga del ángel caído. El resiliente

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Saga del ángel caído. El resiliente: краткое содержание, описание и аннотация

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En una novela con la impronta «road trip», el protagonista es narrado y observado en un mundo que parece no ser habitado por él sino que lo describe yendo en busca de su propia naturaleza, entonces el mundo, el suyo, se grafica de una forma muy distinta.

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-¡Andá, empezamos a las tres y media!”-

Cuando llegó a la casa de la profesora, tuvo lugar el “ritual de señas” con la vieja, como le decía el Churi. El pequeño cerró la puerta, no completamente, y espió a través del marco para asegurarse de que la vieja se iba a la cocina a ver la novela. Entonces aplicó la técnica sigilosa, aquella que utilizó para descubrir el traje de Batman. Abrió la puerta y se fue muy silenciosamente.

La tarde estaba muy fría y comenzaba a lloviznar. Los pibes siguieron jugando igual. El Churi corría y corría, sin el pulóver. Había dejado la ropa y las carpetas debajo de un árbol.

Jugó por más de una hora, hasta que muy transpirado y mojado, se puso el abrigo y partió hacia su casa. Su madre no estaba, había salido a lo de Ketty a jugar a las cartas y a tomar café o coñac. Churi tenía mucho frío, se sacó las ropas y las colgó en unas sillas junto con la toalla cerca del brasero, al que le agregó unos carbones nuevos.

Se puso ropa seca y fue a la heladera a buscar dulce para comer con galletas. Prendió la tele y cerró las puertas del comedor diario ya que tenía mucho frío.

Al poco tiempo, el pequeño comenzó a entrar en un sopor profundo y a dormitarse. Apoyó sus bracitos en la mesa y acomodó su cabeza mientras sentía cómo lentamente una tibia calma inundaba su cuerpo. Así se durmió muy profundo y totalmente quieto.

Feliza había terminado su reunión de cartas y regresó a su casa. Caminó desde el living por la galería interior. Le costó abrir la puerta del comedor diario, y cuando entró vio aquella impresionante escena; el Bonito, totalmente flácido y tirado en la mesa, el olor del brasero, las puertas y ventanas cerradas herméticamente.

Feliza corrió hacia él y dio golpes secos en la espalda y el pecho de ese niño moribundo por los gases que comenzó a toser. La mujer lo llevó al patio grande de atrás para que tome aire, pero Walter apenas respiraba. Desesperada fue hacia la habitación en busca de almohadones para ponerle en la espalda y la nuca y lo recostó. El Churi no se movía.

La madre, rápidamente salió como un rayo hacia el médico, que vivía enfrente. Ella sabía que justo ese día hacía consultorio en su domicilio. Era el pediatra de Walter, y Feliza había sido nodriza de todos sus hijos.

Abrió de par en par las puertas del consultorio y llamó al doctor gritando como si la mataran. El médico salió alarmado y la vio. Feliza le relató entrecortadamente lo que había sucedido y él inmediatamente se dirigió con su maletín hacia la casa del Churi, que ya conocía.

El doctor encontró al niño tirado, inmóvil. Allí mismo le aplicó una inyección, realizó maniobras de resucitación, masaje torácico, lo alzó, lo llevó al frente, lo subió al auto y fue a buscar a su madre para ir al hospital.

Llegaron a la guardia, y es aquí cuando se sella un secreto que aquel niño descubriría muchos años después. Casi cincuenta años pasaron para que el Churi supiera la verdad.

En el trayecto, Feliza contó la verdad, cómo lo dejaba sólo, que a ella le gustaba estar fuera y sentía soledad y que ella era culpable de lo que podía pasar con el Churi. El doctor, tranquilizándola le dijo:

-Feliza, vamos a hacer lo siguiente. Vamos a decir que tiene tos convulsa, lo voy a internar en terapia. Vos no digas nada, te puede costar el matrimonio. -

Luego lo llevaron a terapia, y como había una epidemia de coqueluche o tos convulsa, tenían varias carpas de oxígeno para niños. A Walter lo colocó en una habitación sólo, con un tubo de oxígeno y mandó a los familiares a que esperaran fuera.

Aquí es donde volvemos al principio; ya los tíos y el padre estaban en el hospital. Feliza lloraba desconsolada junto con la tía, quien con los años le contaría al Churi la verdad. Y Primo, que se fue de este mundo sin saber cómo habían sido las cosas realmente, sollozaba acongojado.

Entretanto, el médico ordenó que atendieran a las personas afuera y se quedó sólo con su pequeño paciente que estaba de espaldas y con la cabeza hacia abajo, sobre la almohada. En ese momento, el pequeño sufrió un paro cardiorrespiratorio. El doctor le hizo masajes en la espalda primero, luego lo volteó y le hizo masajes cardíacos. Pasaron varios minutos, y aquel indefenso ser exhaló débilmente. El médico lo volteó nuevamente, cuarenta y cinco grados sobre la almohada y con los ojos llenos de lágrimas comenzó a susurrarle a su vecinito, a quien había visto crecer, de quien había confiado y afirmado ante las dudas e impaciencia de su familia que Walter estaba completamente sano y que iba a hablar cuando quisiera.

-Por favor, no te vayas Churi. -rogó, incrédulo a la idea de que ese precioso niño se fuera tan pronto -Volvé, tus padres…vos tenés todavía mucho por recorrer…Por favor, volvé Churito…-y rompió en un silencioso sollozo.

El niño mientras tanto, en un sueño que era real, sintió cómo poco a poco se elevaba y pasaba sobre el doctor, escuchando las voces de las personas que estaban cerca. Miró las ventanitas redondas de las puertas de la habitación y las atravesó como si los vidrios no existieran. Churi flotaba, no tenía cuerpo. Al salir de la habitación pudo ver a sus padres y tíos llorando desconsoladamente. La madre apenas se sostenía aferrada a su esposo.

Primo, desolado, pareció mirar de reojo hacia donde estaba ese Churi etéreo, como creyendo ver algo. Fue en ese momento en que el niño sintió un fuerte impulso y vio la luz, que se encontraba al final de una especie de túnel de nubes. También había varias personas que se dirigían hacia allí, algunas iban muy rápido y desaparecían en la luz, otros se arrastraban, y algunos simplemente caminaban tranquilos. Nadie miraba para atrás, ya que lo que había adelante emanaba un olor fabuloso y una magnética e intensa sensación de paz y tranquilidad.

En ese momento, una voz grave, tranquila y cariñosa le dijo al niño:

-Todavía no es tu tiempo, volvé a tu mundo. -

Walter sintió un golpe, entró nuevamente a su cuerpo, tosió…y volvió a respirar.

El médico lo dio vuelta, le acomodó la mascarilla y junto con la enfermera le aplicaron suero. Churi volvió a dormirse suavemente.

La enfermera lo miró dulcemente y comentó con voz muy suave:

-Otro milagro… -

El Churi había decidido volver, aunque mientras dormía tuvo la sensación de que tendría que haberse ido nomás. Hasta ese día Walter fue un niño muy feliz y hermoso, pero también a partir de ese día supo algo que no entendía bien. Su intuición lo guiaría de allí en adelante.

Aquel chiquilín, destructor de demonios, estaba de vuelta en su mundo. Nada lo detendría salvo la muerte, a la que encontraría varias veces más y siempre la vencería.

Poroto y Feliza entraron.

-Tranquilos, no lo toquen, no abran la carpa. -pidieron las enfermeras. Así que los padres del Churi observaron de lejos y en silencio aquel milagro.

Todo el personal del hospital se agolpó en la puerta de la habitación, el niño había entrado en un estado irreversible, querían saber cómo había sido, averiguar, pero el médico los llevó lejos. Unos días más tarde, les contaría a todos que el Churi estaba en casa, y se preparaba como siempre para ir a clases de piano.

Aquel día Feliza preparó arroz con leche y canela, un postre que le gustaba mucho a Walter.

Al llegar a la clase de piano, Zara lo trató dulcemente. Ella había estado en el hospital desde el primer día y fue quien le avisó a Poroto lo que había sucedido. Ketty también estuvo a disposición de la familia, y se quedó con Feliza las dos noches de la carpa de oxígeno.

Por el jarabe que tomaba, el pequeño se sentía muy tranquilo y controlado, así que dio su lección y por primera vez la maestra le dio un beso y lo felicitó.

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