–Vamos a asomarnos.
–Ya es muy tarde, mejor da vuelta en Florencia.
Que si había ido a La Ciudadela. Hoy no, pero otros días sí. Y que cómo estaba. Ocupada por los granaderos en todas partes; además seguían provocando a los estudiantes y a quienes lo parecieran. Sí, había leído la protesta publicada por el director de la voca 5. Alrededor del «Reloj Chino» el tráfico estaba congestionado y por todas las calles que atraviesan Bucareli los encuentros eran frecuentes. Casi toda la zona estaba cubierta de piedras y vidrios. Al doblar una esquina se topaba uno con un batallón de granaderos que cerraba la calle.
–Pues en todos los periódicos les siguen echando leña a los estudiantes y vagos que agreden a la policía.
–¿Y qué esperabas?
–¿Pagas el estacionamiento?
–Yo por qué, el carro lo traes tú. Además en la calle hay lugar.
–Bueno, yo lo pago; pero tú disparas los refrescos.
En la calle se comentaba que la manifestación había sido disuelta por la policía, pero no sabíamos cuál de las dos manifestaciones.
Estuve un rato en mi celda corrigiendo unos apuntes sobre los sucesos de septiembre de 1968, en particular la parte referente a la defensa que se hizo del rector Barros Sierra a raíz de su renuncia. Me faltaban algunos datos y no había manera de conseguirlos pronto. Tampoco tenía a mano la respuesta del cnh al informe presidencial. Se había pensado en la posibilidad de escribir un relato conjunto que recogiera la experiencia de 1968 vista desde dentro, pero el trabajo estaba muy atrasado.
Hacía una semana que, hablando con Raúl, habíamos pensado que, de iniciarse la huelga de hambre de la que ya se hablaba, el famoso libro quedaría suspendido por mucho tiempo más y tal vez definitivamente olvidado. Tomé los apuntes y salí a buscar a Gilberto. Lo encontré acostado cuando entré en su celda.
–No sé cómo puedes vivir con los pescados.
–Sólo comemos juntos y nunca hablamos de política, mucho menos acerca del Movimiento. Hoy se inició la conversación porque estabas tú. En otras circunstancias, Pablo hubiera hablado de las piedras y de ahí habríamos brincado a Sofía, o al viaje en tren por Yugoslavia antes de llegar a Sofía.
Bueno, por qué no veíamos lo de julio y agosto, le dije. Ahí estaba encima de la mesa. ¿Quería que leyéramos lo que yo había hecho?, pero antes lo de él. ¿Y Raúl?, preguntó. Que estaba escribiendo con el Chale.
Afuera empezaron a golpear una puerta. El ruido era insoportable, como martillazos sobre metal. Salimos al pasillo, los golpes venían de la celda de Baldovinos, lo había encerrado.
–Abran esa puerta –decía Jacobo apartando a los que se encontraban cerca–, ¡qué ocurrencias! ¿No tienen nada que hacer?
Mientras Gilberto ponía en orden su trabajo bajé a la celda de Raúl por las copias que le faltaban a mi parte y que habíamos estado leyendo un día antes. Toqué en la puerta y adentro preguntaron qué quería. Abrió Raúl y aparto la cortina. Al fondo de la celda estaba Saúl, a quien todos le dicen el Chale por su tipo oriental, sentado frente a la máquina de escribir y con un gran vaso de Nescafé al lado.
–Cerramos porque es una lata. Entran y salen como si estuvieran en su casa. Todo el que no tiene que hacer llega silbando y se mete en lo que no le importa, se llevan los cigarros: son una peste.
–¿Y este horror qué hace aquí? –pregunté señalando al Chale.
– Je suis ton père –respondió en su espantoso francés.
–Mira, Shalimar, no seas tan respondón y aprende a pronunciar bien la ü. A ver di: üi, üi, üi ; ándale, Shalimarcito, haz la trompita así.
Saúl sacó la lengua e hizo un mohín.
–Te has de ver muy bonito, pinche Chale. Sigue escribiendo.
Al salir de la celda vi que el Pirata estaba cabizbajo, oyendo sin responder a algunos de sus amigos. El Pirata es un muchacho de escasos 20 años que, cuando lo conocimos en la crujía de turno, antes de ser trasladados a la «c», no quería ni formarse cerca de nosotros cuando nos daban el «rancho». Entonces todos se divertían obligándole a hablarnos.
–Mira, ésos son los del Consejo, siéntate con ellos.
El Pirata casi nunca les respondía. Nos miraba un momento y apartaba la vista. Cuando preguntamos a los demás a qué se debía tanto recelo, nos explicaron que estaba convencido de que, si se le veía cerca de los miembros del Consejo, nunca saldría de la cárcel. En cuanto sus compañeros se enteraron de su temor, y vieron sus reacciones, no dejaron de explotar un motivo de diversión como era molestar al Pirata. Después se supo que, durante el interrogatorio en la Jefatura de Policía, le preguntaron mucho por uno de los delegados del Poli al cnh, llamado Sócrates, y que por causa de este nombre había recibido una golpiza.
–¿Conoces a Sócrates?
–No, no lo conozco.
–No te hagas, dinos la verdad.
–Si la verdad es que yo iba pasando por la calle en la que incendiaron un tranvía…
–Eso ya lo oí; te estoy preguntando por Sócrates, ¿qué hacía Sócrates?
–Les aseguro que yo no sé lo que hacía, ando muy mal en Historia.
Ahora, más de un año después, el Pirata, como otros detenidos en circunstancias similares, sigue en la cárcel; aunque ya no teme acercarse a «los del Consejo», le han descubierto otra debilidad: basta decirle que ya el procurador dijo que no va a salir nadie, para que se le llenen los ojos de lágrimas y agache la cabeza. A eso se dedicaban los tres que están en la reja, y a pesar de las numerosas ocasiones en que le han dicho lo mismo, el procedimiento aún surte algún efecto: dentro de un rato se meterá a su celda.
–Aquí está ya todo –le dije.
–Lee tú primero y después yo.
–Pero lo mío empieza en septiembre.
–No importa.
El Hemiciclo a Juárez ya estaba desierto cuando llegamos. Al regresar a la Ciudad Universitaria nos habían informado que las dos manifestaciones habían sido agredidas cuando se juntaron en la avenida Juárez.
Los politécnicos, encabezados por la fnet llegaron al monumento a la Revolución y ahí decidieron pedir a los dirigentes que llevaran la manifestación hasta el Zócalo, pues el recorrido que habían efectuado no incluía ningún lugar importante donde pudieran hacer oír su protesta por las salvajes agresiones que habían sufrido durante tres días consecutivos. La fnet se negó terminantemente a salirse de la ruta marcada por la policía y continuó el recorrido hasta el Casco de Santo Tomás, lugar en donde lo dio por concluido; pero una gran parte del contingente politécnico siguió desde el monumento por la avenida Juárez. En la Alameda Central se efectuaba el mitin con que daba fin la manifestación celebrada para conmemorar el 26 de julio. Los politécnicos y grupos desprendidos del mitin entraron a Madero. La columna engrosó con los estudiantes que, habiendo seguido hasta el Casco de Santo Tomás, posteriormente habían ocupado camiones urbanos para alcanzar a los que se dirigían hacia el Zócalo. A la altura de Palma hicieron su aparición los granaderos y se inició la agresión que habría de cambiar cualitativamente el curso de los acontecimientos, hasta entonces circunscritos y locales. Los granaderos habían sido avisados por los dirigentes de la fnet.
Dimos vuelta en Cinco de Mayo. Nos dirigíamos a San Ildefonso, la prepa 3; pero todas las calles laterales continuaban cercadas por los granaderos. Eran las once de la noche y las calles estaban absolutamente vacías. No habíamos encontrado a Escudero en la Facultad y salimos Osorio y yo en su Volkswagen para enterarnos de los sucesos de esa tarde. En la esquina de Palacio Nacional, donde principia Moneda, se veía una fuerte guardia de granaderos y muchos autos de agentes. Pasamos junto a ellos y seguimos de largo; a las pocas cuadras dimos vuelta hacia San Ildefonso y dejamos el auto a espaldas de la preparatoria. Por ese lado no había vigilancia; llegué hasta la puerta y entré. Osorio me esperaba en un lugar cercano. Cuando iba entrando, los granaderos que se veían en la esquina de Palacio emprendieron un nuevo ataque y los muchachos que se encontraban en la puerta retrocedieron en desorden y la cerraron. Adentro la tensión era muy grande, por los patios y las galerías con arcos deambulaban grupos armados de palos y varillas; se veían botellas, ladrillos, tubos, estopa para las «molotov». Pronto me encontré un conocido, con él venía un estudiante del Poli.
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