Luis González de Alba - Los días y los años

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A 47 años de su publicación, el lector tiene en sus manos un testimonio irremplazable. Un joven —Luis González de Alba— representante de la Facultad de Filosofía y Letras ante el Consejo Nacional de Huelga, recrea la vida en el Palacio Negro de Lecumberri de los presos políticos del movimiento estudiantil de 1968. Al mismo tiempo rememora los acontecimientos y el espíritu de aquel despertar que acabaría por modificar de manera radical el ánimo público en México. Asambleas, marchas, brigadas, debates, son el combustible de los recuerdos. Pero también, las esperanzas, los planteamientos, las diferencias, las corrientes políticas que marcaron aquella movilización libertaria que se topó con el autoritarismo y la paranoia del poder. Los días y los años fue el primer texto publicado por uno de los dirigentes del 68 cuando aún se les mantenía en la cárcel; es un relato certero vívido, informado, por momentos gozoso y por momentos trágico, un mural de los anhelos truncados de una generación que reclamó y ejerció la libertad en un ambiente opresivo; de unos estudiantes que reivindicaron la necesidad de un Estado de derecho y que inspiraron, queriéndolo o no, a muchas de las generaciones que los sucedieron.

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–Ya me voy. Cada que vuelvo a oír los «argumentos» que presentaron en noviembre se me revuelve el estómago. Milagro que no has hablado de que la vuelta a clases fue para «reorganizarse»…

Al salir Gilberto se hizo un silencio embarazoso. Esperé a terminar el café.

–Es que no entiendo por qué ustedes pretenden…

–Dejemos eso, Pablo. No tiene sentido volver a lo mismo. Tenemos más de un año discutiéndolo cada vez que de alguna manera tocamos el tema. Ustedes como todos los partidos comunistas, juegan su papel y lo hacen muy bien, por lo mismo no estaremos nunca de acuerdo.

26 de julio de 1968 en cu

No, no iríamos a la manifestación. Estábamos sentados en el «aeropuerto» de la Facultad, llamado así porque allí aterrizan toda clase de pájaros. Eran las cinco de la tarde y todos los pasillos estaban atestados; en las escaleras el congestionamiento era mayor. ¿Por qué? estábamos hartos de las manifestaciones del partido, limpias, bidestiladas, inodoras, insaboras e insípidas. Pues entonces que hiciéramos la nuestra, respondió el «militante». Junto a mí alguien le mentó la madre. Eso no está bien, dijo Escudero. ¡Y por qué no! Enrique parecía molesto por la observación de Escudero. El «militante» desapareció: era el único que conocíamos en Filosofía, donde los grupos políticos eran muy reducidos y sin una línea precisa de acción, como no fuera un vago izquierdismo. El Comité Ejecutivo no asistiría a la manifestación ni había hecho propaganda, nos habíamos limitado a respetar los carteles de la cned y la Juventud Comunista. Pues porque no, porque no está bien que los insultes. No dejábamos de sentirnos molestos por no haber organizado un acto propio para celebrar el aniversario de la Revolución Cubana, pero sólo en el último momento habíamos decidido no asistir a la manifestación organizada por el pc. Sería como siempre, dos veces al año: una por Vietnam y otra por Cuba: la glorieta de la scop como punto de partida, Niño Perdido, San Juan de Letrán. Aquí se programan siempre porras a Vallejo al pasar frente al sindicato de ferrocarrileros y mueras a los «charros»; poco antes el programa dice: rumor de que Siqueiros ha llegado, y después: alerta con los provocadores. Al llegar a la Torre Latino el programa dice: vuelta a la izquierda, parada frente al Hemiciclo a Juárez, mitin sin provocadores, mueras al imperialismo, vivas a Cuba (o a Vietnam, según el caso), silencio en torno a México. A las seis dijimos: ahora van los muertos a los «charros», Siqueiros ya llegó. Tampoco entramos a clase, nos sentíamos un poco culpables. El partido celebraba el 26 de julio, aunque fuera con su peregrinación usual, ¿y nosotros? Hubiéramos podido organizar otra si todos los grupos políticos nos hubiéramos puesto de acuerdo, pero no lo habíamos hecho: ya era tradicional asistir a la manifestación del partido y tratar de imponer consignas propias, en los mítines algunas veces se repartían algunos golpes.

Por entonces, el sectarismo de los grupos políticos se había agudizado, las subdivisiones se multiplicaban. El por, grupo supuestamente trotskista, iluminado por el pensamiento de un tal J. Posadas, daba gritos porque Fidel Castro había mandado asesinar al Che; según ellos el Che era «trojkista inconsciente», la «j» de «trojkista» la tienen todos los miembros del por y la sacaron posiblemente de J. Posadas, el mítico fundador y profeta. Los maoístas de la Liga Espartaco se subdividían una vez por mes, o con más frecuencia cuando les era posible. Los «troskos» de la revista Perspectiva Mundial … seguían sacando la revista. José Revueltas, fundador de la Liga Espartaco, y posteriormente expulsado de ella, sostenía la nueva tesis de la «democracia cognoscitiva» en sustitución del leninista centralismo democrático, pero aún no estaba claro qué era aquello de la «democracia cognoscitiva»; en torno al nuevo concepto se formaría un núcleo encaminado a… etcétera. Los grupos «político-culturales» demostraban su rotundo fracaso en la tarea de integrar equipos de trabajo con formación ideológica consistente; la «lumpenización» hacía estragos entre la izquierda «amplia» que había cobrado fuerza después de la huelga de 1966: a un activismo que rindió frutos entre la base estudiantil, pues hizo posible una mayor politización de los estudiantes, no siguió la formación ideológica de la dirección, ni de los nuevos elementos reclutados. Pronto los grupos «político-culturales» se quebraron por un punto que siempre han tenido débil: se acabaron de convertir en receptáculo de intrigas y resentimientos porque la actividad política era casi inexistente. Los «espartacos» y otros maoístas pedían el revertimiento de los grupos estudiantiles sobre las organizaciones obreras y los sindicatos «charros» como única tarea para un estudiante revolucionario; el olímpico desprecio por los problemas educativos o simplemente estudiantiles se desprendía de todas sus tesis. Y mientras los estudiantes revolucionarios hacían mítines a la salida de las fábricas, comían con obreros y discutían con ellos los problemas sindicales, no era posible afrontar con seriedad ningún problema universitario. Las autoridades daban las soluciones que creían convenientes y la izquierda las aceptaba porque para cambiar el carácter de la Universidad era necesario cambiar primero el sistema social; los grupos o individuos que no aceptaban esa tesis eran «pequeñoburgueses», «grillos» y «estudiantilistas».

De la Facultad no había salido ningún contingente para participar en la manifestación.

–¿Y no es hoy también la del Poli? –pregunté.

–Sí –respondió Roberto Escudero–. No sé por qué la habrán permitido hoy, será porque la va a controlar la fnet.

–Se quieren sacar la espina del año pasado.

En 67 la fnet no había participado en la huelga del Poli y Chapingo, que apoyaban las demandas de la escuela Hermanos Escobar, de Chihuahua. La fnet quedó al margen y no pudo controlar las huelgas, cosa que al gobierno no le gustó pues demostraba que la organización «charra» no era ya el cauce por donde actuaban los estudiantes técnicos.

–Ésa del Poli, ¿es por lo que pasó en la Ciudadela? –preguntó un muchacho que yo no conocía.

–Sí.

En un cuarto de hora los pasillos y escaleras quedaron vacíos.

–Las seis y cuarto. ¿Por qué no le pides el carro a Alma y nos vamos a ver la del Latino?

El 22 de julio se celebró un juego de fútbol en la Plaza de la Ciudadela. Un equipo lo formaban alumnos de la preparatoria particular Isaac Ochoterena; y el otro, la pandilla de los «ciudadelos». El encuentro terminó a golpes y los de la Ochoterena salieron perdiendo. Como algunos «ciudadelos» se dicen alumnos de las vocacionales 2 y 5 del ipn, los de la Ochoterena apedrearon, al día siguiente, la voca 2. Al tercer día, por la mañana, varios cientos de alumnos de las dos vocacionales marcharon sobre la preparatoria Isaac Ochoterena sin que nadie lo impidiera. Cuando los politécnicos dieron por terminada su venganza, los granaderos decidieron que había llegado la hora de intervenir y esperaron a los politécnicos que regresaban en las calles cercanas a La Ciudadela, los cercaron y empezaron a golpear. Perseguidos por los granaderos, los estudiantes se refugiaron en las vocacionales; pero las escuelas no fueron obstáculo, en su interior los granaderos la emprendieron no sólo con alumnos, sino con maestros y maestras que igualmente fueron golpeados sin conocer la causa de la agresión. No se trataba de imponer el orden, sino de romperlo, de golpear como si se tratara de una venganza personal.

–¿No sabes qué ruta iba a seguir la manifestación del Poli?

–No, pero creo que pensaban detenerse en el Monumento a la Revolución –respondí.

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