Luis González de Alba - Los días y los años

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A 47 años de su publicación, el lector tiene en sus manos un testimonio irremplazable. Un joven —Luis González de Alba— representante de la Facultad de Filosofía y Letras ante el Consejo Nacional de Huelga, recrea la vida en el Palacio Negro de Lecumberri de los presos políticos del movimiento estudiantil de 1968. Al mismo tiempo rememora los acontecimientos y el espíritu de aquel despertar que acabaría por modificar de manera radical el ánimo público en México. Asambleas, marchas, brigadas, debates, son el combustible de los recuerdos. Pero también, las esperanzas, los planteamientos, las diferencias, las corrientes políticas que marcaron aquella movilización libertaria que se topó con el autoritarismo y la paranoia del poder. Los días y los años fue el primer texto publicado por uno de los dirigentes del 68 cuando aún se les mantenía en la cárcel; es un relato certero vívido, informado, por momentos gozoso y por momentos trágico, un mural de los anhelos truncados de una generación que reclamó y ejerció la libertad en un ambiente opresivo; de unos estudiantes que reivindicaron la necesidad de un Estado de derecho y que inspiraron, queriéndolo o no, a muchas de las generaciones que los sucedieron.

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–Pero, ¿no te digo? ¡Ah, qué Zama! –decía pausadamente Gilberto–. Mira nomás. Y todo lo hiciste tú sólito, sin ayuda de nadie. Aprende al señor, Champiñoncito.

El Champiñón, como siempre, se limitaba a ver y sonreía a todo lo que le dijeran. Como las piernas no le llegaban hasta el suelo, las balanceaba sentado en la litera. A veces un ruido previo anunciaba que iba a decir algo.

–¡Miren! ¡Si tam-bién ha-bla! –decía Gilberto haciendo voz de tonto y arrugando la nariz, luego lo veía con la boca abierta, como alelado–. Come, niño; para otra vez que vengamos con los señores me acuerdes de traerte tu cojincito para que alcances la mesa y no te eches la sopa en tu camisa limpia, como Zama.

–Y hablando de otra cosa –dijo Pablo mientras Zama terminaba de limpiar el piso–, el domingo me vinieron a ver unos compañeros que estuvieron en la manifestación del 26 de julio.

–¿Del año pasado?

–Sí. Y me estuvieron contando detalles muy interesantes.

–¿Reconocieron que Unzueta sí le robó la bolsa a una señora y se echó a correr? ·

–¡Por favor! Estoy hablando en serio.

–Yo también –le dije–; pero no te enojes, pues. Era sólo una posibilidad. Después de todo sería muy interesante descubrir ahora que sí fue cierto, ¿no crees?

–Me dijeron que en los botes de basura –continuó Pablo sin hacer caso–, a todo lo largo de Juárez, Madero y Cinco de Mayo, había piedras. Sólo tenían que voltearlos.

–¿Y quién las puso ahí?

–Si supiera.

–¿Tú no fuiste a la manifestación?

–¿Yo? –respondió Pablo–. ¡Si estaba en Bulgaria!

–¡Ah! pues sí. No me acordaba.

–No sigas, no sigas –exclamó Zama que exprimía el trapeador– o tendremos que soplarnos otra vez «Pablo y Sofía». Ya tuvimos suficiente en el desayuno, cuando nos recetó por vigésima quinta vez «Pablo y el meteorológico».

–Que era prácticamente una beca…

–¡Ándale!: que era prácticamente una beca.

–No, de veras, algo hay de eso –respondió Gilberto–. Desde los primeros días, en La Ciudadela, la policía actuó como el principal provocador.

–Y la pradera estaba seca –agregó Pablo.

–Pero el caso de las piedras es distinto. Una cosa es que la represión, en la forma en que se desarrolló, se convierta en una chispa, y otra que a la hora de la bronca encuentres piedras en Madero.

–Es cierto, pero tampoco se puede exagerar o llegaremos a conclusiones absurdas. El Movimiento tuvo sus causas propias e independientes aunque mucha gente se muriera de ganas por meter la mano dentro. Es indudable que hubo ese tipo de gente y que mucha estaba dentro del mismo gobierno; pero siempre hicimos lo que nos pareció correcto. Tú te dabas cuenta, ¿no?, de que entre los mismos estudiantes algunos traían su propio «boleto», ahí está el caso de Ayax y sus declaraciones; pero en el cnh las posiciones raras apestaban a leguas, como cuando el mismo Ayax se soltó diciendo que había que crear una organización militar. Cualquier fulano de ese tipo se hacía sospechoso de inmediato. La verdad es que con el sistema del cnh y las asambleas diarias en cada escuela nadie podía andar chueco, y si lo hacía se quedaba solo, pues nunca iba a lograr que todo el cnh aceptara una porquería. Al delegado que metía la pata lo esperaba la asamblea de su escuela, al día siguiente; y a la sesión inmediata del Consejo ya sabíamos cómo le había ido. Para maniobras poco claras éramos demasiados: más de doscientos delegados y unas ochenta escuelas. Sólo al final se pudo «transar» descaradamente, pero eso mejor no discutimos porque el Partido Comunista, como siempre, no queda muy bien parado que digamos.

Zama y Pablo cambiaron de inmediato. En ese momento ya nadie haría una broma.

–Está por verse lo que dices –respondió Pablo.

–Yo no creo que esté por verse, sino que es lo más claro del mundo; pero bueno, no hablemos de eso. Lo que digo es que las características del cnh impedían lo que siempre sucede: la «transa» por parte de los líderes. En el caso del Consejo, la verdad es que ninguno de nosotros hubiera podido hacer nada, de haber tenido malas intenciones. Los muchachos lo sabían y así se explica uno la confianza completa que tenían en el Consejo, y la tremenda autoridad que éste llegó a tener a pesar de su lentitud y de todos sus defectos.

–Pero imagínate qué habría sucedido si se admiten grupos políticos como parte de la representación estudiantil. ¿Te acuerdas de cuando llegó Arturo Martínez con la nueva de que representaba la cned? Después hubiera llegado cada grupo político de cien escuelas y eso hubiera sido una olla de grillos, literalmente. Si así... ya ves que nos pasábamos hasta las 5 de la mañana en una discusión absurda. Los «espartacos» hubieran mandado representantes por cada grupito de seis o siete gatos, los «troskos» otro tanto y lo mismo cada conjunto de siglas que se pueda hacer, el mnl, mlm y hasta el mxyzptlk.

–Ése es el Supermán.

–De cualquier manera –respondió Pablo–, la cned es una organización nacional que no puedes comparar con esos grupitos de locos y de policías. Por eso les quedó tan bien lo de «grupúsculos».

–Por la misma razón que das se les respondió claramente –continúo Gilberto– que, en vista de que eran una organización nacional y brazo derecho de todo un partido comunista, conciencia de la clase obrera, seguro tendrían fuerza en muchísimas escuelas y que, aunque no admitíamos a la cned como organización, seguro obtendrían la representación de innumerables escuelas, cosa que nos daría mucho gusto. Y se vieron los resultados, ¿verdad? ¿Cuántos delegados eran del pc?

–Pues no lo sé –dijo Pablo–. Yo llegué cuando ya estaba formado el Consejo.

–No, no te hagas, ¡cómo no vas a saber cuántos «peces» había en la cnh!

–Ni siquiera supe que hubiera peces.

–Bueno pues, ¿cuántos miembros del pc?

–No estoy seguro.

–A ver, piensa. Éramos en total unos doscientos veinte; ¿serían treinta?

–No, por supuesto.

–Entonces veinte, diez...

–Unos diez o algo menos.

–¿Diez?

–Menos.

–Eran cuatro o cinco, y de ésos la mayoría renunció después de lo que hizo el partido en noviembre, cuando los «peces» que no habían sido detenidos se dedicaron a romper las huelgas y a justificar la intervención del Ejército con el aplauso de todo el partidito, que los apoyaba con desplegados y felicitaciones.

–¿Por qué el partido? ¡El partido no hizo nada! ¿O qué sólo quedaron comunistas en el cnh? Las decisiones, hasta donde yo sé, las tomaba el Consejo en pleno y no sólo los delegados comunistas.

–Por favor, Pablo, quieres decir «los delegados miembros del partido», porque eso de llamar comunistas sólo a los del partido es una trampa de ustedes, pues de ahí se puede llamar anticomunista a quienes lo atacan.

–Pues, si acaso hay comunistas sin partido…

–¿Tú crees que no? Eso sí está hecho.

–Como quieras. Yo pienso que no. Pero lo que quiero decir es que, en todo caso, la responsabilidad fue de todos.

–Pero principalmente de ustedes, que son la vanguardia de la clase obrera y que habían tomado fuerza dentro del Consejo desde la aprehensión de los que aún estamos aquí.

–En primer lugar, no me incluyas en ese «ustedes». Yo, para entonces, estaba aquí en el bote contigo, y en segundo no sé a qué te refieres con tus críticas al partido. Tal parece que el Movimiento se acabó a partir de tu aprehensión; pues no lo sabía.

–No a partir de que nos aprehendieran, sino cuando ustedes tomaron la dirección, hechos que se dieron juntos.

Gilberto había escuchado la última parte de la conversación con expresión de rencor, sin intervenir para nada.

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