Esta tensión duró escasamente un día, pues no perdí tiempo, llamando inmediatamente al comandante Ródenas. Éste a su vez transmitió mi reclamación al jefe del X Cuerpo de Ejército, quien por motorista remitió al jefe de mi Brigada una orden escrita, tajante, de que se atuviese, en cuanto al servicio de Transmisiones, a facilitar al jefe de este servicio su obligado cumplimiento. Esta orden sorprendió visiblemente a los jefes de servicio y de Estado Mayor de la Brigada de Guardias de Asalto.
En realidad yo tenía un contacto más directo con el jefe de Estado Mayor, ya que jamás pernocté en el puesto retrasado de la unidad. Alguna rara vez surgió algún pequeño enfrentamiento y en realidad hubo un ten con ten, para evitar tensiones. Como de tonto no tenía nada conoció por su servicio de información que yo había pertenecido, durante un año, siempre en línea de frente, al Estado Mayor, primero de Trigueros y después de Jover. Esta continua relación nos permitió conocernos más a fondo y la mala impresión que me causó, por el recibimiento que recibí al llegar, fue difuminándose a medida que por sus comentarios bélicos y políticos deduje era un profesional adicto a la República. Esta lealtad quedó más tarde de manifiesto al traspasar la frontera francesa, pues tanto él como el jefe de la Brigada se quedaron en Francia y supimos que ambos pertenecían a la secta masónica catalana.
A principios de enero de 1939 las noticias que se recibían de los distintos frentes de Cataluña eran muy alarmantes y nos llegaban por nuestras propias líneas telefónicas, ya que carentes de prensa los comunicados que daban por radio las autoridades republicanas eran muy confusos. Las fuerzas que habían participado en la ofensiva sobre el Ebro, las mejores unidades de nuestro ejército, que habían intervenido en los frentes de Madrid, Guadalajara, Aragón, Teruel, Ebro y Segre, se encontraban muy desgastadas y empezaba a cundir el malestar al no ser relevadas escalonadamente. Se tuvo que recurrir a improvisar unidades con personal muy joven junto a mayores. El 15 de enero cae en manos de los nacionales Tarragona y conociendo que no hubo ninguna resistencia, ya era previsible que el ataque a la ciudad de Barcelona era cuestión de días. El 23 de enero, al sur de nuestro sector correspondiente al X Cuerpo de Ejército, se pierden las posiciones de Bóixols, isona y Abella de la Conca, donde yo había estado unos días con mi compañero del Batallón de la FUE, Rafael Talón. En nuestro frente la línea estaba trazada por picos montañosos con trincheras atípicas que invitaban, por su enorme peligro, a mantenernos en estado de frente estable, con intercambio esporádico de algún tiroteo, que servía para ratificarnos que cada uno estábamos en el mismo lugar. Aunque en este crítico momento no nos atacaron percibíamos ya el olor de la derrota, que se hizo más aguda al conocer la pérdida de Barcelona, sin combatir y con desorden el 26 de enero. Este mismo día en el sur de nuestro sector se perdió también Coll de Nargó (Lleida).
En la población de Alins, próxima a mi puesto de mando, a la que yo acudía con alguna frecuencia, tenía muchas simpatías entre los vecinos, pues en un fuerte temporal de nieve nosotros estuvimos cerca de diez días incomunicados y desde la población, con gran voluntad y peligro nos trajeron carne lanar y cereales de sus cosechas. Al recibir la Compañía nuestro suministro me mostré agradecido y generoso obsequiándoles con arroz, lentejas, aceite, alimentos difíciles de conseguir para ellos. El alcalde que tenía la única taberna y posada del pueblo era mi mejor amigo. Sobre el 1 de febrero de 1939, me dijeron que gran parte de los vecinos de Alins se iba a evacuar a Andorra. Por la noche me presenté allí para conocer más de cerca la situación. Por la mañana mi Brigada me ordenó hacer los preparativos para abandonar nuestras posiciones y dirigirnos ordenadamente a La Seu d’Urgell. Esta orden nos sorprendió pues en el Estado Mayor y a la vista de la gravedad de la situación militar, como nos encontrábamos a un paso de la frontera andorrana, nos imaginábamos que era por este trayecto que pasaríamos la frontera. La orden era totalmente distinta pues teníamos que retroceder hasta La Seu d’Urgell.
Al llegar a Alins, en efecto, gran parte de la población se preparaba para cruzar la frontera andorrana, con los caballos repletos de maletas y utensilios diversos. El alcalde me dijo que se habían puesto de acuerdo para que todas las familias que se evacuaban dejasen a algún familiar, con la intención de regresar tan pronto se supiese que no les iba a ocurrir nada, no habiendo nadie en el pueblo que se hubiese significado socialmente. Seguramente el más comprometido era el alcalde y algún familiar suyo. Estaba justificada la evacuación, pero como el temor es tan contagioso todos se decidían por la aventura. Me invitó a pasar la frontera con su familia aduciendo lo absurdo que era retroceder, con el peligro que suponía en sí una retirada y sus consiguientes bombardeos y ametrallamientos, que era el medio más utilizado por las fuerzas franquistas. Le argumenté que me tenía que atener a la disciplina militar y pasar la frontera con mi unidad. Por otra parte, la guerra aún no había terminado y precisamente nuestra unidad, entre otras, tenía la misión de proteger la retirada de las fuerzas con orden. En el comunicado de nuestro X Cuerpo de Ejército especificaba claramente que junto a lo que quedase del XI y XVIII Cuerpos de Ejército debíamos ir sobre puigcerdà y Camprodón, cruzando en último lugar, cuando lo hubiese realizado el resto de las unidades del Grupo de Ejércitos de la Región Oriental (GERO). También se indicaba en la orden superior que nuestra brigada, por tratarse de fuerzas de seguridad, tenía que replegarse sin perder el contacto con las fuerzas enemigas y ofrecer resistencia cuando intentasen avanzar a mayor ritmo que el que nos interesaba a nosotros, para evitar que se originasen bolsas estratégicas.
Al llegar a Seu d’Urgell encontré la ciudad bastante distinta a como la había dejado meses antes. Había sido una plaza muy animada por militares ya que había sido la sede del X Cuerpo de Ejército y por ello frecuentada por los que pasaban en tránsito para incorporarse a las unidades de rango inferior situadas en el frente y también de obligada estancia para los que salían de permiso. Ahora el ambiente era tenso y trágico a la vez, donde deambulaban y se mezclaban los paisanos y militares, ya que el éxodo de la población civil iba originando una larguísima caravana de hombres ancianos, mujeres y niños que junto a los militares constituían la zona pirenaica republicana en retirada.
Sobre el 5 o 6 de febrero, las fuerzas mandadas por Muñoz Grandes alcanzan las puertas de Seu d’Urgell y nuestra Brigada de Asalto se atiene, desde este momento, a las instrucciones de repliegue ordenado por el GERO de no perder nunca el contacto con el enemigo, lo que origina una marcha muy lenta y llena de peligros por los ataques frecuentes de la aviación enemiga.
El trayecto hasta Puigcerdà lo hice a pie al frente de mi compañía, sin que entre mis hombres hubiese ninguna deserción, lo que resultaba muy fácil sencillamente quedándose escondido en el campo esperando la llegada del enemigo. Yo sabía que entre mis hombres, al llegar a la frontera y pasar a Francia, algunos se volverían inmediatamente, pues como todos eran movilizados por sus quintas, no tenían responsabilidades políticas. Como tenía conocimiento de que en la mayor parte de las unidades los abandonos eran muy frecuentes me sentía muy satisfecho de la sinceridad de mis soldados, ya que se atrevían a decírmelo claramente. Algunos me decían:
–Mi teniente, sabes lo que están haciendo muchos soldados por temor a los bombardeos y ametrallamientos que nos están infligiendo intensamente los franquistas en estos lamentables momentos del fin de la guerra en Cataluña. Yo desapruebo y considero criminales estos ataques sobre las columnas humanas de mujeres y niños y te aseguro que no abandonaré la compañía.
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