Juan Marín García - Si tuviera que volver a empezar...

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Las memorias de Juan Marín constituyen un relato en el que la historia y las vidas personales se entrecruzan en una narración, que arranca con los acontecimientos convulsos de los años 30 y 40 del siglo XX. En ellas relata los orígenes de su compromiso político, la influencia de un ambiente familiar ilustrado y republicano, su afiliación a la FUE y a las JSU, su participación en la Guerra Civil y en la resistencia española en la Francia ocupada, su internamiento en los campos de concentración franceses y en la cárcel de La Santé y el servicio militar en África, antes de volver a Valencia. Su narración de los años de la posguerra, la Transición y la normalización de la democracia en España constituye un interesante documento sociológico. Es además un homenaje a sus amigos de la FUE por los años compartidos en la juventud y por el reencuentro en la madurez de sus vidas.

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Al enterarse el comandante Ródenas de mi detención vino a verme y me rogó no presentase ninguna reclamación, ya que en el Estado Mayor del Cuerpo de Ejército le habían dicho que, como a los dos días la División de vivancos la desplazaban al frente del Segre, se evitaban tener que enfrentarse con él. Yo de muy mala gana accedí.

Esta vivencia me desanimó en mi ingenuo modo de pensar sobre las personas y empecé a reconocer que la politización de las unidades iba a dificultar la victoria de nuestra tan legítima causa, si no se tomaban medidas para la más recta disciplina militar a la que todos estábamos sujetos, según nuestra responsabilidad. Las decisiones unilaterales de militares incontrolados había que atajarlas de inmediato y había que profesionalizarse más militarmente si queríamos ganar la guerra, y esta exigencia tenía que afectar desde los más altos cargos hasta el último soldado.

Estando influenciado por estos sentimientos pensé en presentarme a las oposiciones de Estado Mayor que se habían convocado. Esta decisión le gustó a mi comandante Ródenas, pues existía la posibilidad de que le destinasen a un centro de Transmisiones en Barcelona y, en este caso yo quedaba pendiente de la ratificación de mi cargo, que era de confianza, por el nuevo jefe de Transmisiones del Cuerpo de Ejército. Presenté mi solicitud de examen a la Escuela de Estado Mayor de La Garriga (Barcelona) y por disponer de los requisitos exigidos me la admitieron, teniendo que pasar por un examen en mi Cuerpo de Ejército, que pasé muy justito. Eran estas perspectivas muy interesantes, ya que en el peor de los casos, de no aprobar el curso de cuatro meses para salir diplomado de Estado Mayor, para mí, con 18 años, sería una experiencia para futuras convocatorias, independiente de los conocimientos militares que se adquieren en estos cursillos tan especializados.

Con los preparativos en ciernes para acudir a La Garriga, recibimos en nuestra jefatura la noticia de que desplazaban a la zona pirenaica, en línea de frente, a la III Brigada de Asalto, integrada exclusivamente por Guardias de Asalto de la Generalitat de Catalunya. Obligatoriamente tenía que permanecer en el frente durante el periodo de seis meses. Por tratarse de un cuerpo de seguridad esta Brigada no disponía de transmisiones propias. Se nos comunicaba que teníamos que agregarle a esta Unidad una Compañía de Transmisiones para asegurarles los servicios de comunicación telefónica y su mantenimiento. Nos pusimos en contacto inmediato con la Jefatura de Transmisiones del Ejército del Este, que estaba ubicada en La Garriga, donde yo tenía que acudir a la Escuela de Estado Mayor. Nos contestaron que nos enviaban una Compañía pero que de momento no disponían de oficial adecuado como jefe de la Compañía, pero que nos enviarían un capitán lo antes posible.

Este contacto atípico militar-seguridad podía ser conflictivo, por tanto mi comandante, el comisario y yo tratamos de elegir el oficial que nos mereciese suficiente confianza para que se hiciese cargo de la Compañía. No pudimos conseguirlo, ya que a nosotros tampoco nos sobraba ningún oficial y todos los puestos estaban cubiertos. Decididamente me ofrecí para asumir la dirección de la Compañía. No valieron de nada las protestas de mi comandante Ródenas ni las del comisario Herranz.

Antes de tomar el mando de la Compañía el comandante Ródenas me hizo formar la Compañía, que acababa de llegar por la noche a La Seu d’Urgell, y les notificó que iba a hacerse cargo de la misma un hombre de su total confianza, ya que había sido su ayudante durante un año. Al romper la formación un soldado se me acercó en estos términos:

–Mi teniente ¿es usted de valencia?

–Sí, en efecto.

–Le he reconocido enseguida. Usted es de la FUE y le he visto muchas veces en compañía de Ricardo Muñoz Suay en el local de la calle de la Concordia y también en algunas reuniones en el Instituto Escuela, que venía usted con Fernando Ferraz.

–¿Eres del Instituto Escuela?

–Sí y me llamo Ramón Calpe Blasco. También soy afiliado a la FUE y he pertenecido a la directiva en el Instituto Escuela.

–Me puedes tutear y debes de saber que por este sector hay algunos compañeros de la FUE, entre ellos Collar y Talón. Por ser uno de Medicina y el otro de Filosofía no creo que les conozcas, aunque a Talón por ser plusmarquista en atletismo y jugador del baloncesto puede ser que lo recuerdes.

–Tienes razón, a Talón le tengo muy oído, pero no le conozco personalmente. Quería decirte que al salir esta mañana de La Garriga, el comisario de Transmisiones me dijo que escribiría a esta Jefatura para que me ratificasen como delegado político de la Compañía.

–No te preocupes, pues esta misma noche hablaré con el comisario del grupo de Transmisiones para que nos remita a destino la acreditación oficial.

Había que salir hacia primera línea de frente de madrugada y tanto el comandante Ródenas como el comisario Herranz me agasajaron con una cena de despedida. Transcurrió esta reunión con bromas, recordando anécdotas de los acontecimientos pasados, durante un año en primera línea. Ya a última hora mantuvimos una conversación sin desperdicio, adecuada a nuestra despedida:

Ródenas: Me ha causado muy buena impresión la compañía que han enviado, aunque me hubiese gustado que hubieses podido tener la oportunidad de darle el toque definitivo en instrucción, como lo hiciste con la de la 68. ¿Te acuerdas? Espero que los Guardias de Asalto no te hagan difícil tu misión. Tan pronto pueda pediré un capitán que te pueda reemplazar y conseguirte un puesto en retaguardia, que todos lo tenemos ya bien merecido.

Herranz: A mí también me ha gustado la compañía y ese soldado valenciano de la FUE espero te ayude en la misión. No tanto me ha agradado el teniente que viene en la compañía. Ya nos informarás para catalogarlos adecuadamente.

Ródenas: Te recuerdo nuevamente que vas a tener muchas dificultades con la oficialidad de la Brigada de Asalto, pero ten siempre presente que tanto Herranz como yo estaremos a tu lado para apoyar en el Cuerpo de Ejército las decisiones que tomes. ¿Supongo que no estarás preocupado?

Yo: No, pero me ha llamado la atención la juventud de la mayoría de los soldados de la compañía. Comparándolos con los de la compañía de nuestra Agrupación, son niños.

Ródenas y Herranz ante mi súbita reflexión no pudieron reprimir una descarada y sonora carcajada.

Herranz: Tiene mucha gracia lo que acabas de decir. Muy pocos de ellos tienen tu edad. De los más jóvenes muchos son de la quinta del 40 y muy pocos de ellos son de la tuya del 41, recién incorporada. Creo que te has olvidado que te presentaste voluntario a los dieciséis años. Lo dicho, Juan, creo que tienes una buena compañía.

Lo conflictivo de mi misión se hizo patente tan pronto llegué al puesto de mando avanzado de la Brigada de Asalto, donde yo establecí mi puesto de mando. Nada más llegar el comandante jefe de Estado Mayor me ordenó que tenía que establecer mi puesto central, junto al teniente coronel jefe de la Brigada, que estaba en un pueblecito situado a siete kilómetros en la retaguardia. Esta manera de actuar me servía de anticipo de lo desagradable de mi misión. Y la alternativa la tenía yo muy clara. Acceder sumisamente a los criterios de esta oficialidad o actuar como yo conocía para asegurar las transmisiones de la Brigada. No lo dudé mucho. Olímpicamente le informé de la misión de mi compañía, que estaba agregada con una estructura independiente, de tal modo que yo podía establecer los puestos de mando allí donde la brigada los tuviese y que, a tal efecto, como mi misión primordial era asegurar las transmisiones desde la brigada a los cuatro batallones que estaban en primera línea, y que por tanto, me quedaba allí y al puesto de mando atrasado de la brigada enviaba a un oficial y el mínimo de soldados para que asegurasen el buen funcionamiento de una sola línea de transmisiones, que era la que enlazaba los dos puestos de mando. Al solicitarle que la central telefónica de campaña que tenía en el interior del puesto de mando tenía que funcionar con personal especializado de mi compañía, se negó rotundamente y me advertía que tenía que limitarme a mis centrales exteriores de Brigada a Batallones. No le repliqué lo más mínimo, pero debió deducir que no estaba de acuerdo, y quizás para dar más firmeza a su orden su despedida fue excesivamente disciplinaria.

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