Pocos meses después de su entrada en vigor, cuando se estaban poniendo en marcha las estructuras organizativas para su puesta en práctica, se hicieron evidentes dos tipos de barreras que trababan la ley: la primera fue la grave crisis económica que se inició en 2007 y ocasionó una pérdida masiva de puestos de trabajo, con una tasa de paro oficialmente reconocida que llegó al 26,94% (EPA, primer trimestre de 2013). Los presupuestos públicos sufrieron grandes recortes y no solo se cortó la expansión del gasto en nuevos servicios sino que se redujo en cantidad y calidad el nivel previamente ofrecido. El segundo frente de problemas vino de la propia ley; no se había previsto con suficiente exactitud el coste en tiempo y dinero de la gestión (sistemas de localización, evaluación y reconocimiento de derechos; tramitación y traspasos entre el Estado y las comunidades y entre comunidades; ejecución de ayudas, vigilancia y control) ni se había anticipado la magnitud y elasticidad de la demanda potencial de cuidado frente a la rigidez de la oferta de servicios públicos.
En su conjunto, la Ley de Promoción de la Autonomía Personal y Atención a las Personas en Situación de Dependencia ha sido una de las grandes leyes producidas en el periodo que comenzó en 1978 con la instauración de la Constitución democrática, y sus efectos han sido beneficiosos. Sin embargo, su aplicación puso de relieve que los problemas son más graves y difíciles de resolver de lo que se preveía, especialmente por la enorme magnitud del trabajo no remunerado de cuidado desempeñado en los hogares y el alto coste de su sustitución, aunque solo sea parcial, a precios de mercado.
4. EL NACIMIENTO DE UNA NUEVA CLASE SOCIAL: EL CUIDATORIADO
4.1 Sin nombre y sin cifras. Un colectivo social creciente pero todavía poco identificado
La imagen de una estructura de clases es la representación del modo en que una población se distribuye según algunos criterios: los más utilizados son la relación con los medios de producción (trabajo, capital, tecnología), el nivel de ingresos y patrimonio (alto, medio, bajo) y el nivel educativo. En algunas sociedades son importantes otros criterios como la etnia, el linaje o la condición ciudadana. En el siglo XIX, al inicio de la industrialización, los movimientos sociales revolucionarios promovieron imágenes dualistas de la estructura de clases, con solo la burguesía y el proletariado como protagonistas/ antagonistas. Sin embargo, a finales del siglo XX el proletariado se había transformado, trasladándose en buena parte como nueva clase social a los países en vías de desarrollo. En la Europa occidental todos los estudios empíricos coincidían en la consolidación de una estructura en que la clase media era la más numerosa tanto de hecho como por la aspiración a formar parte de ella. La expresión «clase social» era multívoco, contenía una gradación de conceptos que iban desde una definición muy restringida y fuertemente politizada hasta otras versiones que en nada se diferenciaban de un mero agregado estadístico. Al uso de esta expresión se añadió o superpuso el de «grupo de estatus»: el grupo de estatus era característico de sociedades con alta movilidad social, en el que no se era de una clase social sino que se estaba en ella en tanto se mantuviesen los niveles de ingresos, estilo de vida o prestigio. El concepto hizo fortuna, corroboraba el sueño de la igualdad de oportunidades y la posibilidad del ascenso social. Lo que no era tan explícito en el concepto es que igual que podía ascenderse en la escala del prestigio o las recompensas sociales, también se podía bajar. Esta constatación se hizo evidente con las crisis económicas (en España, en 2007) y con el proceso de envejecimiento. Ambos factores crearon millones de inconsistencias de clase entre los parados, los jubilados y los insatisfechos con los servicios públicos relacionados con el cuidado.
Las clases sociales, al menos así ha sido para gran parte de la investigación y de la acción social en los últimos cien años, no se «construyen» con instrumentos estadísticos. Tienen una existencia real, socialmente construida, previa a que los investigadores pongan su mirada en ellas. Lo que sucede es que la observación y el análisis le añaden reconocimiento, fortalecen su capacidad de consciencia, la despiertan. En ese sentido, la investigación social construye la realidad cuando la estudia, dar nombre es una forma de crear.
Quien nombra aporta herramientas para la acción; de ahí la avidez de palabras de los movimientos sociales, que necesitan vocabulario y teorías que los interpreten. A diferencia de la física o la biología, en las ciencias sociales la frontera entre el análisis y la acción es siempre frágil, porque el sujeto observado responde a la observación externa modificándose. Pero quizá sea injusto llamar fragilidad a lo que no es sino vitalidad, capacidad de trascender las supuestas barreras que separan obligatoriamente la ciencia de la política.
La capacidad de nombrar es desigual. El lenguaje ofrece una riqueza de matices extraordinaria para referirse a la posición que el sujeto ocupa en la estructura social, y es dinámico, se modifica constantemente; pero mientras algunos apenas consiguen que sus palabras se acepten y extiendan, otros no solo generan palabras sino que disponen de suficientes recursos para imponerlas, para nombrarse a sí mismos y a los demás del modo que desean ser nombrados. Los nombres no son gratuitos ni neutrales, todos tienen una historia detrás que los carga de significados invisibles a la mirada superficial. La investigación empírica extensiva no suele entrar en matizaciones sobre el significado de las palabras con las que se pide a los observados que se identifiquen y, sin embargo, las respuestas se refieren a un contexto sobreentendido. Los cuestionarios emplean lenguajes «normalizados», pero sus palabras evocan promedios o ideas-síntesis cuyos componentes no están especificados en ningún sitio; los entrevistados las toman y devuelven dándoles a su vez significados propios, relativamente homogéneos, pero sometidos a subculturas de grupo y a idiosincrasias personales.
Para que una clase social se consolide dentro de una estructura social tiene que existir un gran grupo de población con una relación específica respecto al proceso productivo, con un estilo de vida similar y cuyos miembros sean conscientes de sus semejanzas y coincidencia de intereses. También es necesario que este grupo tenga una imagen clara de cuál es su posición en la estructura social y cuáles son sus relaciones de antagonismo respecto a otros grupos sociales. Tanto la concentración en el espacio como la existencia de agentes movilizadores favorecen la creación de una clase social.
La existencia de relaciones asimétricas de cuidado no es una novedad social, siempre existieron personas que recibían cuidado y otras que lo proporcionaban. Lo novedoso es el volumen y tipo de cuidados requeridos, así como la relación que se establece entre los cuidadores y los receptores del cuidado. En las sociedades desarrolladas industriales y postindustriales del siglo XXI existen suficientes recursos económicos colectivos como para permitir que grupos importantes de población permanezcan durante muchos años ajenos a la producción directa de bienes y servicios para el mercado. Los trabajadores se incorporan tarde al mercado de trabajo, tras un largo proceso de escolarización, y el aumento de la longevidad ha hecho que entre la edad de jubilación y la de fallecimiento medien más de veinte años de vida, durante los cuales los extrabajadores están desligados de la producción directa de bienes y servicios para el mercado. Su subsistencia depende de la gestión del ahorro obtenido (en su mayor parte de modo obligatorio) durante los años de participación en el mercado de trabajo, que son mayoritariamente gestionados por el Estado en forma de pensiones públicas.
Читать дальше