El Estado Docente y el partido radical
La ideología jacobina francesa tendrá su asiento principal en la Universidad Central de París. Creada por Napoleón, le sobrevivirá por muchos años, y de ella dependerá la entera enseñanza de la nación. Ha sido el alma del “Estado Docente”, decidido a configurar una sociedad secularizada al máximo, ante todo por vía de enseñanza (y también del servicio militar obligatorio). En la misma línea, ejercerá su influjo la prensa de mayor tirada del país, propiedad de la más alta burguesía ya desde los años de su oposición a Napoleón III (1848-70) y a la república “no republicana” (1870-79). Y aún más influirá esta poderosa prensa a partir de 1879, ya con el viento a favor del republicanismo radical en el poder sin casi interrupción hasta 1946, fin de la III República.
En los anteriores Apuntes 5 se ha señalado cómo aquella minoría de grandes burgueses53, que alcanza el poder en 1879, ha ido extendiendo sus ideales para construir una nación sin presencia de la fe en su vida pública. A las altas burguesías de París secundaron las burguesías medias por todo el país (comerciantes, abogados, farmacéuticos, propietarios medianos de tierras...). Estas burguesías son las que engrosarán entonces el principal grupo político de la III República: el partido radical.
El partido había nacido por la decisión de Gambetta de resistir en 1871 hasta lo último a las tropas prusianas que sitian París y provocar una reacción patriótica del pueblo francés como la de 1793 ante la invasión extranjera. El nombre de “radical” lo puso Gambetta por considerar a su partido como el genuino republicano, el consecuente con los principios e ideales de la Revolución francesa, a diferencia de otros liberalismos, “acomodaticios” (en realidad, con la Iglesia), que proclaman los principios de 1789 pero no los aplican con rigor, como sucedió durante la monarquía de Luis Felipe (1830-48), y aún más a continuación de la Revolución de 1848, por la que mucha burguesía liberal, antes más o menos volteriana, vira hacia la Iglesia.
En el curso de su no breve historia, el partido radical pasa por distintas divisiones internas. Con frecuencia carece de mayoría en las cámaras, y necesita para gobernar formar coaliciones con otros partidos republicanos, más conservadores, o con el socialista, adversario declarado del burgués partido radical54, pero éste, invariablemente, une a todos cuando los llama a la lucha contra “el clericalismo”, con la particularidad de que con tal término no se designa lo que propiamente expresa –conducta injusta del clero al abusar de su condición– sino que con él se califica toda actuación de la Iglesia que trascienda o repercuta en la vida pública de la nación55.
Coherente con este espíritu laicista, entre los años 80 y principios del XX, el bloque de izquierda (radicales, oportunistas o republicanos moderados, y también socialistas), “bajo la égida de la francmasonería del Gran Oriente” (como señala Bertier de Sauvigny)56, lleva a cabo (sobre todo desde que Combes en 1902 accede a la presidencia del gobierno) la disolución de las congregaciones religiosas en Francia, la incautación de sus bienes, el cierre de sus tres mil escuelas y la expulsión en los años 1903-1904 de unos 20.000 religiosos y religiosas dedicados a la enseñanza de la juventud.
En vano el ministro de Exteriores de cinco gabinetes seguidos, Delcassé (1898-1905), trata de frenar la aplicación de estas leyes antirreligiosas por contrarias a los intereses internacionales de Francia, sobre todo en las colonias. No lo consigue en la metrópoli, pero sí en gran parte en el recrecido imperio colonial francés, entonces diez veces más extenso que en 1871 (“el anticlericalismo –decía– no es producto de exportación”; los misioneros son “la mejor carta de presentación” de Europa en las colonias)57.
La gran expansión colonial francesa
Desde 1880 el radical Jules Ferry inicia el lanzamiento de Francia hacia la gran expansión colonial, que proseguirán todos los gobiernos de la III República. A partir de Argelia, dominio francés desde 1832, se extiende la colonización hacia Túnez, Marruecos y el desierto del Sahara. Y a partir de sus antiguos establecimientos costeros atlánticos creará dos grandes dominios –el África Occidental Francesa y el África Ecuatorial Francesa– que, unidos al Sahara, formarán un solo e inmenso territorio al tomar la región intermedia del lago Chad expediciones militares enviadas desde Argelia, El Congo y Senegal.
La siguiente expansión –hacia el Este, hacia las fuentes del Nilo– fue detenida en 1898 por el ultimátum del gobierno inglés cuando ya la expedición del capitán Marchand, que cruza África de Oeste a Este, había llegado hasta Fachoda y parecía que alcanzaba el dominio de Egipto, crucial sobre todo desde la apertura del Canal de Suez en 1869. Ante la amenaza de guerra, el gobierno de París retrocede. Entre 1895 y 1907 es conquistada la isla de Madagascar58.
El imperio francés al comienzo del siglo XX
En Asia, desde el dominio de Indochina y el protectorado de Camboya establecidos por Napoleón III, Jules Ferry trata extender la presencia francesa en Annam y Tonkín, lo que provoca una corta guerra con China que concluye con el reconocimiento en 1885 del protectorado galo sobre estas regiones. La construcción de un ferrocarril que desde Tonkín llega hasta a la provincia china de Yunán abre al influjo de Francia, y en especial al de su comercio, una extensa zona59.
El agravamiento de la cuestión social
Al gran auge económico del país durante el Segundo Imperio (1851-70)60, sucede en los años 90 una grave crisis. Los muy numerosos propietarios agrícolas, con el apoyo de los gobiernos radicales, que en gran manera cosechan sus votos, aún logran salir adelante. Pero bastante más grave fue la crisis para el obrero industrial, ya muy numeroso, que percibe, salvo una minoría profesionalmente cualificada, salarios muy bajos, sometidos a la amoral ley de la oferta y la demanda; salarios, de los que un 90% los han de destinar a la comida y el alojamiento. Viven “sin reservas”, en la inseguridad material. Principia entonces a establecerse una seguridad social para la vejez y los accidentes, pero no aún para la enfermedad y el paro. Los gobernantes, a fuer de liberales, son reacios a intervenir en el mundo de las relaciones laborales; una muy extendida falta de sensibilidad social impera en la política.
Surge un movimiento sindical –la DGT– liderado por los obreros más cualificados e instruidos, pero de muy débil afiliación (sólo un 7% ya en 1911, mientras en Inglaterra, de gran tradición gremial, no destruida como en Francia por la Revolución franesa, alcanzaba entonces el 25%). En el Parlamento son representados los sindicalistas por algunos diputados (socialistas, y también radicales) que aspiran a integrar el movimiento obrero en la legalidad del sistema. Pero la gran mayoría de la DGT entiende que las mejoras no han de venir de los políticos; no renuncian a la violencia ni a las revueltas. En muchos pervive el recuerdo de La Commune; prefieren la ideología de un Proudhon o el anarquismo de Bakunin (1814-76) al socialismo legal de Jaurés que, separado de ellos, funda la SFIO, asociada a la Segunda Internacional61.
Nota sobre viejos agravios entre Francia y Alemania
Los antiguos mutuos agravios entre Francia y Alemania tendrán reconocido peso en el estallido en 1914 de la Primera Guerra Mundial. De ello se ha tratado en los anteriores Apuntes62. Aportamos aquí un breve resumen. Es un aspecto clave de la historia de Europa. Drama capital ha sido que los dos pueblos, corazón de la Cristiandad medieval, franco y germano, unidos por una misma fe y un grandioso designio de unidad universal presidida por la soberanía de Cristo y en el seno de la Iglesia, hayan tenido desde incluso algo antes de la quiebra de la Edad Media en el XIV una frecuente relación difícil con los consiguientes enfrentamientos armados.
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