En 1879 fundan el Partido Socialista, liderados por Pablo Iglesias (1850-1925), los militantes expulsados de la Federación bakuninista, y unos años después crean el sindicato obrero de la UGT. El partido socialista crece muy lentamente, y duda durante tiempo entre practicar la violencia o adherirse a la legalidad, a lo que le instará sobre todo el líder liberal José Canalejas. El PSOE se decide a participar en las elecciones, pero no logrará hasta 1910 más que un solo diputado: el mismo Pablo Iglesias.
Contrasta con la fuerte organización y disciplina de los socialistas la actitud del anarquismo que, aunque llega a sindicarse, sigue practicando la “revolución espontánea”, con la idea de transformar la sociedad por la vía de la violencia cuando así lo decidan sus asambleas y comités. A partir de 1905, los anarquistas publican el periódico Tierra y Libertad y promueven las “escuelas modernas”. La más conocida de ellas, la de Barcelona, es dirigida por Ferrer Guardia, implicado en los desmanes de la Semana Trágica en 1909.
Convencidos por las ideas de Sorel de que la revolución se ha de imponer por la acción, organizan en 1902 la primera huelga general y actos terroristas que, aunque esporádicos, no cesan. Prosiguen los lanzamientos de bombas. Atentan en 1906 contra Alfonso XIII y su esposa a la salida de la boda. Participan en gran manera en la anarquía de la Semana Trágica, aunque seguramente por su modo desorganizado de proceder resultó después difícil precisar responsabilidades.
Cobran fuerza en Barcelona a partir de 1907 el sindicato anarquista Solidaridad Obrera y el periódico del mismo nombre, dirigidos ambos por Angel Pestaña, y al que acompaña, con gran demagogia y arrastre popular, Salvador Seguí. En 1910 tienen ya los anarquistas capacidad para crear la CNT, confederación de sindicatos de ámbito nacional, irregular y desorganizada, con asambleas muy informales y tras las que cada uno actúa según le parece. Pero a partir de entonces, aumentan las huelgas y actos de terrorismo; especialmente, en Barcelona hasta que Primo Rivera imponga el orden público. Y en 1936, llegará el anarquismo quizá a los dos millones de afiliados206.
183Cf. CRR, 336-451; JV, 693-822; PR1, 385-428; Aps5, 417-439
184Señala al respecto José Luis Comellas: “El hecho de la desamortización –o más exactamente, el despojo y empobrecimiento de la Iglesia a mediados del siglo XIX– debe tener relación con un proceso de descristianización de las clases más modestas en los barrios de las ciudades y en las zonas campesinas de más concentración. A comienzos del siglo XIX estas clases eran las de sentir más tradicional y de más profundas convicciones religiosas; a finales del siglo, se encontraban, en un gran número de casos, en el polo opuesto. La propia Iglesia, que necesitaba vivir de los recursos de la burguesía, centró en ella su labor. Reconquistó una buena parte de sus miembros, pero ella misma, por contacto, en gran parte se aburguesó. Entre tanto, quizá sin darse cuenta, millones de españoles cambiaban de alma” (cf. CO3, 155)
185“Millones de españoles –señala Comellas– , sobre todo en el campo o en los barrios pobres, quedan sin instrucción. El resultado fue, en la época de Isabel [1843-68], una tasa de analfabetismo sin precedentes. Incluso en el caso de que la Iglesia, desprovista de rentas, mantuviese instituciones docentes, éstas tenían que ser de pago. El Estado se preocupó de las Universidades, que progresivamente pasan a su dependencia, y se fundan distinguidas academias para los hijos de la burguesía. La educación popular fue en gran parte abandonada (cf. CO3, 155)
186Cf. CO3, 279-289
187Cf. FERNANDEZ ALMAGRO, Melchor, Historia política de la España Contemporánea, III (1897-1902), Alianza Ed., Md 1968, 9-215
188Cf. MO3, 287
189Cf. MR, 232s; CO3, 297-302
190Cf. FERNÁNDEZ ALMAGRO, Melchor, Historia política de la España contemporánea, II (1885-1897), Alianza Ed., Md 1969, 208
191Cf. MR, 232s; HE5, 279-282.
192Cf. REGLÁ, Introducción a la Historia de España, Teide 1974, 394; VC1, 310-312; DOMINGUEZ ORTIZ, Antonio, Sociedad y Estado en el XVIII español, Ariel, Bna 1981, 37-48; Aps3, 485s
193Cf. CANALS VIDAL, Francisco, La tradición catalana en el siglo XVIII ante el Absolutismo y la Ilustración, Fund. Elías de Tejada, Md 1995, 63-80; Aps4, 212s
194Cf. SOLDEVILA, Ferrán, Síntesis de Historia de Cataluña, Eds. Destino, Bna 1973, 249-252; CO3, 313-316; SC3, 735
195Cf. CRR, 524-527, 631; CO3, 263, 314-316; SOLDEVILA, Ferrán, Síntesis de Historia de Cataluña, Eds. Destino, Bna 1973, 254
196Cf. SOLDEVILA, Ferrán, Síntesis de Historia de Cataluña, Eds. Destino, Bna 1973, 254.
197Cf. España y la revolución del siglo XVIII, Aguilar, Md 1973, 256-260; RIBECCHINI, Celina, De la Guerra de la Convención a la zamacolada, Ed. Txertoa, Donostia-San Sebastián 1996, 20s, 28; Aps4, 239-241
198Cf. PP, 10s, 14
199Cf. CC, 349-351, 514-518
200Cf, PP, 1-3; CO3, 316s.
201Cf. PP, 1-26, 55-56, 66
202Cf. CO3, 317s
203Una síntesis matizada sobre los problemas económicos de España al final del XIX y parte del XX, puede consultarse en: CO3, 310-312; SC3, 796-801; y más amplia en CRR, 374-411
204Cf. CRR, 421
205Cf. CRR, 438-443
206Cf. CO3, 307-312; CRR, 427-456
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