– Estoy segura de que te encantaría visitar Egipto y especialmente Abú Simbel, además, por lo que me ha contado mi madre eres un experto en historia, así que ya sabrás de lo que estoy hablando.
– La historia de Egipto la estudié y la disfruté en su momento, pero me gustaría poder ver in situ los vestigios de esa civilización. Y, ¿por qué no?, que me acompañaras para mostrármelo, ya que simplemente con la pasión con la que lo cuentas estoy deseando verlo – dijo Juan con cierto sonrojo.
– Veo – interrumpió Mercedes – que tenéis muchas cosas que contaros para poneros al día, así que dejaremos para otro día la visita a la Casa de los Frailes de la que te hablaré largo y tendido, por cierto ¿te sirvió lo que te mostré el otro día sobre esta casa, o necesitas volver a recorrerla?
– Por supuesto que me sirvió, ya que no es lo mismo la descripción que hacen los libros de algo, que poder verlo con tus propios ojos y más aun de la mano de una experta como usted.
– Hemos quedado en que me tutearías – insistió Mercedes tras sentirse alagada por el joven.
– Es verdad perdona, de todas formas… - hizo una pausa prolongada.
– Dime querido.
– Es que hay un tema relacionado con esta finca al que llevo muchos años dándole vueltas.
– Si te puedo ayudar, soy toda oídos – insistió intrigada la anfitriona.
Entonces, el joven relató la leyenda que había escuchado de labios de su abuelo, la cual se había transmitido en su familia de generación en generación, preservando la creencia de que existía un túnel que comunicaba la finca de la Granjilla con el Monasterio de El Escorial.
Al instante, Juan percibió una reacción de tensión y preocupación en Mercedes, que con una expresión de maldad, que hasta ese momento no se había traslucido, miraba a su hija al tiempo que ésta miraba a su madre como si ambas estuvieran intercambiando mensajes telepáticamente, hasta que Mercedes volvió su mirada inquisitiva hacia el joven.
– ¿Quién te ha contado eso y quién más lo sabe? – preguntó de forma exigente.
– Tal y como te he dicho, me lo contó mi abuelo, pero como una leyenda popular - respondió Juan queriendo quitarle importancia al percibir que, de algún modo, había inquietado a su anfitriona -, y hasta donde yo sé, mi padre también conoce esa leyenda.
– Has de saber, que es la primera vez que escucho tal cosa, lo cual me extraña porque, tanto con tu abuelo como con tu padre, he conversado en numerosas ocasiones sobre la historia de esta finca y jamás lo han mencionado.
– Bueno, en el caso de mi padre es lógico ya que él mismo no le da al tema ninguna credibilidad. En cuanto a mi abuelo, no se realmente porque no lo mencionaría, pero supongo que siendo como yo historiador, no daría mucha validez a una leyenda popular sin ningún soporte histórico.
– Esta bien, no obstante si llegases algún día a averiguar que pudiere haber algún atisbo de veracidad en ello, me gustaría que me informes antes que a nadie – solicitó Mercedes volviendo a su expresión de dama educada -, ya que no querría que empezasen a aparecer por aquí un montón de espeleólogos curiosos.
– No dudes que así lo haré – se comprometió el joven historiador.
– Bueno no os entretengo – dijo Mercedes como si de repente necesitase quedarse sola -, ir a dar un paseo que tendréis muchas cosas que contaros.
Poco después de abandonar la pareja de jóvenes la casa, Mercedes cogió el teléfono y marcó los dígitos de un número que tenía perfectamente memorizado. Al otro lado de la línea sonaba un teléfono móvil entre un grupo de frailes agustinos que se encontraban en el Monasterio del El Escorial, cuando uno de los más jóvenes percibió el sonido.
– Padre prior, creo que es su teléfono el que está sonando.
El prior, un hombre alto y fuerte que a pesar de su edad aun conservaba una figura atlética y una cabellera blanca totalmente poblada, al identificar el origen de la llamada se apartó del grupo antes de responder.
– ¿Dígame?
– Padre Servando, soy Mercedes y tenemos que vernos en privado lo antes posible.
– Esta tarde estaré confesando feligreses en la basílica del monasterio, así que acércate al confesionario y hablaremos. Pero, ¿no puedes adelantarme algo por teléfono?
– No padre, prefiero contárselo cara a cara, porque lo que le voy a revelar puede influir positivamente en nuestros intereses y necesito conocer su interpretación al respecto.
– Entonces, aquí nos vemos más tarde.
La mañana en La Granjilla con una temperatura ideal, se prestaba para que los dos jóvenes se dedicaran a pasear por la finca bordeando sus estanques, lo que aprovecharon para relatar sus respectivas experiencias universitarias en París y Madrid respectivamente. Isabel terminaba su relato con su estancia en Egipto e insistiendo una vez más en la espectacularidad de Abú Simbel.
– Y lo que hubiera sido una tragedia y una pérdida irreparable, es que con la construcción de la presa de Asuán hubiera quedado sumergido bajo las aguas para siempre, ya que con el transcurrir del tiempo nos habríamos olvidado de su existencia. Pero gracias a la pericia de unos ingenieros, consiguieron desmontar todo el templo pieza a pieza y volver a reconstruirlo sobre una bóveda de hormigón, construida fuera del alcance de las aguas, la cual forraron con todas las piedras previamente rescatadas. Y todo ello para que hoy podamos disfrutar de su majestuosidad.
Terminaba de hablar Isabel cuando llegaron a la orilla del estanque grande, donde Juan se detuvo repentinamente quedando maravillado ante la magnitud de ese lago artificial, y ello a pesar de la cantidad de veces que había tenido ocasión de contemplarlo.
– Miras el estanque – dijo Isabel sorprendida –, como si fuera la primera vez que lo ves.
Juan, aunque oía a Isabel, seguía absorto en la contemplación del paisaje que tenía delante y no era porque lo viera por primera vez, sino porque ante el relato de Isabel sobre Abú Simbel, era la primera vez que se le ocurría que quizás la entrada del famoso túnel legendario estuviera justo delante de ellos, oculta bajo las aguas del lago y fuera ese el motivo por el que nadie lo había visto, pudiendo ser esa la razón por la que con el tiempo había quedado en el olvido. Lo mismo que habría sucedido con el templo egipcio de no haber sido previamente rescatado.
– ¿Estás aquí? – preguntó Isabel agitando su mano frente a los ojos de Juan intentando reclamar su atención.
– Si perdona – respondió el joven como despertando de un sueño y dudando, sobre si debía revelar lo que se le acababa de ocurrir o esperar hasta estar más seguro -, es que…
Ante el silencio repentino de Juan, la joven volvió a insistir.
– Es que, ¿qué? – preguntó Isabel casi a punto de echarse a reír ante el estado de despiste de su acompañante.
Juan desvió su mirada hacia el rostro de Isabel, pero apenas dos segundos después volvió a desviar su atención hacia las aguas del lago.
– Es que – decidió no desvelar su posible descubrimiento -, cada vez que veo este lago me parece distinto, dependiendo del punto de la orilla en que estés situado, si lo ves en la mañana o durante la tarde, si el día es soleado o nublado y sobre todo cambia con la estación del año en que nos encontremos. En definitiva, en cualquier caso es una auténtica belleza, como tu.
En ese momento, Juan desvió su mirada desde el lago nuevamente hacia Isabel, cogió la cabeza de ella entre sus manos mezclando los dedos bajo su espeso cabello negro, para acercar sus caras lentamente y fundir sus labios en un cálido e interminable beso.
– Perdóname – dijo Juan separándose de ella -, ha sido un impulso incontrolable que no he podido evitar.
Читать дальше