– Bueno Juan, espero haberte sido útil. No obstante, cuando quieras o puedas vuelve otro día, sólo o con tu padre, y te mostraré la Casa de los Frailes.
– Le agradezco el “tour” que nos ha hecho por la casa y por descontado que acepto la invitación, por lo que espero volver pronto. Para entonces intentaré traerle un avance de mi tesis en la que, si me lo permite incluiré una referencia sobre la primicia que me ha contado en relación con los amoríos del rey Felipe II con su antepasada en esta finca.
Sin más dilación, padre e hijo junto con sus cestas y cañas, iniciaron el regreso por el mismo camino por el que habían llegado. Mientras regresaban a su casa, Juan comentó con su padre que le había sorprendido la amabilidad y disposición de Mercedes a colaborar con él, ya que cuando era niño le parecía una mujer poco accesible e incapaz de trasmitir algún sentimiento de cariño.
– No te fíes de las apariencias – aconsejó Alejandro a su hijo Juan -. Mercedes es una mujer de dos caras, con doble personalidad. No se si recuerdas a su marido Antonio Corrales, un prestigioso arqueólogo que finalmente, y aun teniendo que abandonar a su hija, se marchó para no volver jamás. Todos los que le conocieron, dicen que en ese abandono tuvo mucha culpa el carácter de la propia Mercedes, la cual creo que no ha sido capaz de asumirlo, y desde entonces le dan algunos arrebatos de los que nadie se entera de puertas afuera de esta finca, pero que sufren en silencio Joaquina y Amalio.
– Es decir, que sigue siendo la bruja mala del cuento, exactamente tal y como yo la recordaba. Del tal Antonio Corrales no me acuerdo mucho, a la que si recuerdo perfectamente es a la hija, se llamaba Isabel y era una niña flaca con trenzas que, cuando venía a pescar con el abuelo, siempre se acercaba hasta donde estábamos para incordiarme.
– Exactamente, Isabel es el nombre de su hija, pero hace mucho tiempo que no la veo, precisamente desde que empezó a estudiar la carrera de arqueología, siguiendo la misma vocación que su padre.
– Bueno, volviendo al tema principal de nuestra visita, supongo que te habrás dado cuenta que la tal Mercedes no ha hecho mención alguna a la existencia del supuesto túnel del abuelo.
– Es muy probable que ella jamás haya escuchado nada al respecto, o si lo sabe se lo callará, lo cual es muy propio de su carácter siniestro.
– Quizás, la próxima vez que me reúna con ella, intente tirarla de la lengua con mucho cuidado.
Juan volvió a la Granjilla dos semanas después de su última visita, pero esta vez sin los aparejos de pesca y sin la compañía de su padre. Tal y como tenía por costumbre fue directamente a la casa de los guardeses para que anunciasen su llegada a doña Mercedes.
– Hola Juanito dame un beso – requirió Joaquina dándole un efusivo abrazo y un beso en cada mejilla -. Amalio debe estar por el estanque grande, así que si vienes a pescar seguro que lo encuentras por allá.
– No, hoy no tengo tiempo para la pesca – respondió el futuro doctor en historia -. Voy directamente a la casa grande para hablar con doña Mercedes, pues tal y como me dijiste, es la que mejor puede ilustrarme sobre la historia que tuvo lugar en esta finca.
– Pues anda hijo, no pierdas tiempo y ve para allá, que hoy además de la historia te va a enseñar otra cosa – dijo Joaquina agarrándole de los hombros por la espalda y empujándole hacia el camino de la vivienda principal de la finca.
Juan sin decir nada, pero con expresión intrigada por lo que acababa de decirle la guardesa, dirigió sus pasos hacia la antiguamente conocida como Casa de Su Majestad. Al mismo tiempo Joaquina telefoneaba a doña Mercedes para anunciar la llegada del joven.
El día lucía maravilloso, entre el correspondiente a una primavera que no quiere despedirse y el de un verano que quiere entrar en escena sin más dilación. Según iba avanzando por el camino, una bandada de patos sobrevolaba sobre su cabeza con dirección a alguno de los estanques de la finca.
Del mismo modo que en la visita anterior cuando fue con su padre, Mercedes apareció bajo el umbral de la puerta principal. Esta vez, desde la distancia dedicó al joven una sonrisa, que éste no supo interpretar si era sincera o forzada.
– Juan, querido no sabes cuanto me alegra que hayas venido nuevamente – dijo la anfitriona mirándole de pies a cabeza y terminando por estrecharle en un suave abrazo acompañado de un ligero beso en la mejilla.
– Estoy encantado de estar aquí, como siempre – respondió el joven con afecto a la calurosa bienvenida –. Y no quisiera estar abusando de su confianza y hospitalidad.
– Espero que a partir de ahora me tutees, y pasa que quiero que veas a alguien – dijo Mercedes dando por terminado el protocolo de saludos.
Nada más cruzar el umbral, Juan se quedó petrificado al observar la figura que con aire cadencioso descendía por la escalera que comunicaba el hall de entrada con las estancias del piso superior.
– ¿Recuerdas a mi hija Isabel?, erais sólo unos jovencitos en la edad del pavo la última vez que os visteis.
El joven, con la boca semiabierta por la sorpresa, continuaba sin pronunciar palabra deleitándose con la imagen de aquella joven de larga melena negra ondulada, con unos minishorts blancos que contrastaban con unas piernas bronceadas y perfectamente moldeadas, sandalias tan abiertas que pareciera como si estuviese descalza y camiseta también blanca y tan ajustada que resaltaba aun más su ya prominente pecho. Según se fue acercando la joven, Juan pudo apreciar en ella su tez morena y unas facciones que le tenían turbado, hasta que la joven comenzó a hablar.
– Bueno Juan, es que después de tanto tiempo sin vernos no me vas a dar ni siquiera un beso – dijo Isabel plantándose frente al joven -, o será qué ya no te acuerdas de mi.
– Claro, claro que me acuerdo– dijo titubeando el joven dando un suave e inocente beso en el definido pómulo de Isabel-, pero es que estás muy cambiada, ¿dónde has estado todo este tiempo?
Isabel relató su estancia en la Sorbonne de Paris, donde había cursado estudios de arqueología. Después le dijo que acababa de regresar de Egipto, donde había permanecido seis meses, gracias a una beca que le habían concedido para participar en la excavación de la tumba del faraón Tutmosis III.
– Y si te has pasado seis meses metida en esa tumba, ¿dónde has conseguido ese bronceado tan estupendo?
La joven continuó explicando que durante las últimas dos semanas se dedicó a conocer algo más de Egipto y su historia, remontando el Nilo a bordo de un barco desde Luxor hasta Asuán, parando y desembarcando en determinados puntos de la orilla para visitar los distintos templos que encontraban a su paso. Así pudo conocer templos tan ancestrales como los de Karnak, Edfú o Filé.
– Mientras navegaba por el Nilo, aproveché para tomar el sol en la cubierta del barco y de ahí este color piel canela.
– ¿Qué es lo que más te ha gustado de Egipto? – preguntó Juan siguiendo el hilo de la conversación.
– Lo más impresionante, a parte de la espectacular pirámide de Keops – continuó Isabel retomando su relato como si estuviese reviviendo la escena nuevamente -, vino después de llegar a Asuán. Allí termina el crucero debido a la existencia del muro de la presa, y tras más de cuatro horas en autobús por una carretera, junto a la cual sólo se ven las arenas de un desierto interminable sometido a la acción de un sol inclemente, por fin llegamos a Abú Simbel.
Isabel hizo una descripción pormenorizada del templo de Abú Simbel. Definió con detalle sus colosales y majestuosas esculturas custodiando la entrada del templo, y cómo había sido rescatado piedra a piedra, de su lugar original, que actualmente se encontraba sumergido bajo las aguas de la gran presa. Había sido reconstruido en un lugar cercano y a una cota superior, a salvo del nivel de las aguas, para que todo el mundo pudiera seguir visitándolo.
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