El tesoro oculto de los austrias
Llorente, Miguel Angel Heras
ISBN: 978-84-19042-80-4
1ª edición, agosto de 2020.
Editorial Autografía
Carrer d’Aragó, 472, 5º – 08013 Barcelona
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Sumário
CAPITULO I
EL PARQUE DE LA FRESNEDA (LA GRANJILLA) – AÑO 1561
CAPITULO II
LA HERMANDAD DE LOS CUSTODIOS DEL TESORO – AÑO 1588
CAPITULO III
LA GRANJILLA (EL PARQUE DE LA FRESNEDA) – AÑO 2014
CAPITULO IV
CARTAGENA DE INDIAS – AÑO 1589
CAPITULO V
EL MONASTERIO DE EL ESCORIAL – AÑO 2014
CAPITULO VI
EL REGRESO – AÑO 1590
CAPÍTULO VII
CIUDAD DEL VATICANO – AÑO 1590
CAPÍTULO VIII
EL MONASTERIO DEL PARRAL – AÑO 2014
CAPITULO IX
CIUDAD DEL VATICANO – AÑO 2014
CAPITULO X
SEGOVIA IDA Y VUELTA – AÑO 2014
CAPITULO XI
EL VISITANTE EUROPEO – AÑO 2014
CAPÍTULO XII
LA IGLESIA DE LOS TEMPLARIOS – AÑO 2014
CAPITULO XIII
EL DESPERTAR DEL FARAÓN – AÑO 2014
CAPÍTULO XIV
TOCATA Y FUGA DEL PRIOR –AÑO 2014
CAPITULO XV
TESIS DOCTORAL – AÑO 2014
CAPÍTULO XVI
DONACIONES ANÓNIMAS – AÑO 2014
BIBLIOGAFRÍA SELECTA
CAPITULO I
EL PARQUE DE LA FRESNEDA (LA GRANJILLA) – AÑO 1561
Sobre un mullido colchón de lana holandés, completamente desnudos y fundidos en un solo cuerpo, retozaban el rey Felipe II y su amante Isabel Osorio de Cáceres abandonados al éxtasis del placer. De repente el sonido de los cascos de un caballo vino a interrumpir el mágico momento. Sobresaltada, Isabel se desembarazó del abrazo real, saltó de la cama y se dirigió hacia la ventana.
– ¿Por qué os alteráis tanto Isabel? – preguntó el rey con un tono que denotaba su enfado por verse privado repentinamente del placer compartido.
– Por suerte se trata de uno de los soldados de vuestra guardia – dijo Isabel un tanto aliviada –, pero podría haberse tratado de la llegada de mi padre, y no creo que hubiera sido conveniente ni para mí, ni para vos, que nos encontrase de esta guisa.
Isabel completamente desnuda y apoyando sus brazos sobre el quicio de la ventana, presentaba a contraluz ante el rey una imagen extremadamente sensual. Su gran cabellera negra se deslizaba a lo largo de la espalda hasta el final de la misma, donde aparecían unos turgentes glúteos en forma de corazón invertido que descansaban sobre la esbeltez de unas interminables piernas.
El monarca pensaba que de haber estado cerca su pintor de cámara, le habría ordenado pintar un retrato de Isabel de espaldas, tal y como se encontraba en ese momento, para poder contemplar su desnudez cuando se le antojase. Tan erótica figura avivó en el monarca aun más los deseos de poseer a su amante.
– Querida mía, no os inquietéis y volved junto a mí para que concluyamos lo que hemos comenzado. Una vez hayamos calmado este deseo incontenible, os haré partícipe de algo que evitará que vuestro padre ose aparecer por aquí sin mi previa autorización.
Tras haber dado rienda suelta a sus instintos carnales, Felipe II relató a su amante lo que hacía ya una semana había notificado a su secretario, Pedro de Hoyo, sobre el encargo de adquirir toda la Heredad de la Fresneda. A estas alturas ya debería haber iniciado negociaciones con todos los propietarios, entre los que además del padre de Isabel, Álvaro Osorio de Cáceres, estaban las monjas de San Vicente de Segovia, Jerónimo Mercado, su tío Francisco de Peñalosa y doña Águeda de Avendaño.
– Pero majestad, estáis hablando de más de 2.300 hectáreas – dijo con fascinación Isabel - ¿Qué pensáis hacer con semejante extensión de tierra?
– No se si seré capaz de describiros con palabras el proyecto que tengo en mente, pero habéis de saber que se trata del mayor edificio construido en la historia de la humanidad – explicaba el rey como si estuviera teniendo una visión –. Gozará de unas dimensiones colosales construido como una gran mole granítica, que albergará además de un convento y una gran basílica, la biblioteca mejor dotada del mundo, un panteón para que reposen los cuerpos sin vida de mis padres y de las futuras familias reales y por supuesto, un palacio real.
Los futuros proyectos ocupaban la mente del monarca, recostado en el lecho junto a su amante, mientras ésta dedicaba sus pensamientos a urdir la mejor estrategia para ocupar cada vez más, un papel preponderante en la vida y voluntad de Felipe II.
La ambiciosa Isabel estaba convencida de que su pretensión no podía resultar vana, ya que estaba dedicando todo su cuerpo, en exclusividad, a los placeres del hombre más poderoso del mundo.
* * *
Durante los años siguientes y en un área segregada de aproximadamente 140 hectáreas, de las 2.300 originalmente adquiridas, tal y como era el deseo del monarca se construyó el denominado Parque de la Fresneda, espacio reservado para recreo y descanso de Felipe II. Además de la Casa de Su Majestad, readecuada a partir de una edificación existente, también se construyó anexa a la torre en la que periódicamente el rey y su amante satisfacían sin ningún pudor sus deseos sexuales, la Casa de los Frailes. En esta edificación se instalaron los primeros frailes jerónimos mientras se construía el Monasterio de El Escorial. La primera piedra se colocó el 23 de abril de 1563, dando comienzo la aventura de la construcción de una de las mayores obras de arquitectura e ingeniería vistas hasta la fecha.
Mientras continuaba la construcción del monasterio, Isabel se instaló en la Casa de Su Majestad en el Parque de la Fresneda, quedando a su cargo tanto el mantenimiento de la misma, como la responsabilidad de que todo estuviese dispuesto cuando la familia real se desplazara hasta ese lugar para su uso y disfrute.
El parque se había transformado en uno de los lugares predilectos de la propia reina, la cual se deleitaba con largos paseos a través de senderos arbolados y alrededor de grandes estanques de agua, donde hacía tan sólo unos años no había más que una era desarbolada.
En esos mismos años, Felipe II e Isabel continuaron con su relación extramarital y se entregaban a la pasión carnal cada vez que el rey, aprovechando que tenía que supervisar el avance de las obras del monasterio, se desplazaba a El Escorial sin la compañía de la reina y pernoctaba en el Parque de la Fresneda junto a su amante. No obstante, no todo fue disfrute y deleite. Por una parte, la entonces reina y tercera esposa de Felipe II, Isabel de Valois, fue alertada por personas de su confianza de las escapadas del rey. Por otra parte, los monjes jerónimos se encontraban en el mismo parque a tan solo unos metros de la Casa de Su Majestad. Ambos, intentaron no pocas veces influir en el rey para que pusiera fin a esa relación pecaminosa.
Felipe II anunció varias veces a su amante que, muy a su pesar, su relación no podría continuar por más tiempo, ya que cada día eran mayores las presiones que tenía que soportar por parte de la reina y de los jerónimos. De continuar con esa relación podrían verse envueltos en un escándalo mayúsculo que ni todo el poder real sería capaz de atenuar. Pero la conversación siempre concluía del mismo modo en cuanto Isabel Osorio, utilizando sus armas de mujer y exhibiendo sus sensuales encantos femeninos, encandilaba al rey para terminar en el mismo lecho en el que hacían el amor apasionadamente. No obstante, Isabel no se conformaba con ser sólo la amante del rey y siempre tenía en mente aspirar a algo más, no desdeñando la posibilidad de sustituir algún día a la caprichosa Isabel de Valois como reina del vasto imperio español.
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