Todo ello trajo como consecuencia la creación de dos bandos. Por una parte la reina Isabel de Valois y los monjes jerónimos, y por otra Isabel Osorio como amante en solitario. El rey Felipe II, que se encontraba en medio del problema, se dedicaba a templar gaitas con mucha mano izquierda. Isabel, pese a las miradas inquisitoriales de los monjes jerónimos y a los continuos desdenes que tenía que sufrir por parte de la reina, no estaba dispuesta a rendirse y renunciar al favor del rey. Vivía en un lugar privilegiado, contando con un maravilloso entorno natural en el que además, podía gozar de los placeres carnales que su amante le proporcionaba.
La construcción del Monasterio de El Escorial continuaba progresando y creciendo día a día. Ello, había provocado que llegasen al pueblo de El Escorial miles de personas en busca de trabajo, las cuales se unían a la gran cantidad de expertos en las distintas artes y oficios que por encargo del rey habían llegado de toda Europa, especialmente de los Países Bajos e Italia. Por ello, no era inusual escuchar vocablos, frases, órdenes y conversaciones en distintos idiomas.
De esta manera, El Escorial llego a convertirse en un centro políglota, donde además se desarrollaban las técnicas más avanzadas de ingeniería, arquitectura, escultura y jardinería de la época. Todo lo cual contribuyó, de una forma natural, al desarrollo de las artes y las lenguas en un lugar donde, hasta aquel entonces, sus habitantes sólo se habían dedicado a labores de agricultura y pastoreo. Ese fue otro de los incentivos de la época para que cada vez afluyeran mas personas, multiplicando el número de habitantes de la antaño pequeña población.
– Majestad, ¿dónde habéis adquirido todos los conocimientos necesarios para realizar ese colosal monasterio que ya se empieza a vislumbrar? – preguntó Isabel durante uno de los paseos que realizaba junto al rey. Solían caminar alrededor de uno de los estanques del Parque de la Fresneda, ante la mirada acusatoria de los monjes jerónimos con los que se cruzaban.
– Ya sabéis que dediqué varios años de mi juventud a recorrer toda Europa, donde pude apreciar la belleza y hermosura de múltiples edificios y jardines. Allí también, tuve la suerte de conocer a numerosos artistas en distintas especialidades. Antes de mi regreso a España acordé con muchos de ellos su contratación para cuando empezasen las distintas obras que tenía en mente para modernizar nuestro imperio. Debemos ponernos a la altura de las mejores naciones europeas, y para ello necesitamos contar con los mejores.
El rey continuó explicando a su amante que no sólo dedicaba sus esfuerzos y recursos al Monasterio de El Escorial, ya que también había reconstruido y ampliado los alcázares de Toledo y Madrid, utilizando este último como palacio principal y residencia del Gobierno.
– Además, recordad que hace unos años hice que viniera desde Italia Juan Bautista de Toledo, quien es realmente el arquitecto que ha sabido captar las ideas que yo traía de Europa y hacerlas realidad. Algún día tendréis que acompañarme al Palacio de Aranjuez para que veáis la maravilla que allí hemos logrado, transformando un perímetro de casi treinta y cuatro kilómetros en un jardín inmenso.
Isabel quería mostrarse interesada con el relato del rey, ya que su astucia le hacía ver claramente que ese tema agradaba sobremanera al monarca. Y para mantener vivo el tema de conversación, preguntó cómo habían conseguido esa transformación en Aranjuez.
– El propio Juan Bautista ha sido el artífice – continuó el soberano -, ya que con sus ideas de ingeniería no sólo ha conseguido que el río Tajo sea navegable en un tramo, sino que también ha resuelto el problema de irrigación para facilitar el regadío de la zona. Además ordené traer cinco mil árboles de Flandes y trasladar diversos frutales desde Francia. También he conseguido gran variedad de plantas exóticas que han transportado nuestras flotas procedentes de la Indias.
– Lo que no entiendo es como podréis mantener tal cantidad de árboles y plantas – continuó con curiosidad Isabel.
El rey confesó que se había ocupado personalmente de la llegada de numerosos jardineros holandeses que estaban considerados como los mejores del mundo en aspectos relacionados con el paisajismo.
Felipe II, pensaba que su amante disfrutaba con el tema de conversación, aunque no imaginaba la verdadera razón. Así que, estimulado por el aparente interés de Isabel, aprovechó para continuar con su disertación. En ella dejaba traslucir su pasión por la arquitectura y la jardinería clásica que había surgido en el Renacimiento italiano, a la que el mismo complementó con la riqueza floral típica del mundo inglés, germánico y sobre todo flamenco. Explicó como, por ejemplo, había transformado el Palacio de Valsaín en una hermosa casa de campo rodeada de bosques. También relató como sus ideas las puso en práctica en primer lugar en el Palacio del Pardo, en el cual cambió el techo al modo de Flandes, para lo cual llegaron carpinteros flamencos expertos desde aquel país para ejecutar la remodelación.
– Majestad, sé de sobra que cuando no venís a visitarme pasáis largos períodos en Aranjuez o Valsaín, y ahora que os escucho con la pasión y entusiasmo con que habláis de esos lugares, me pregunto si no esconderéis también en esos dos palacios otras tantas amantes que satisfagan vuestra virilidad.
– Querida Isabel – dijo el rey con cierta ternura -, ya sabéis de sobra que toda la pasión la guardo sólo para vos.
– No sé si creeros – dijo Isabel haciéndose la pícara. Y viendo que el rey estaba en tan buena disposición, no dudó en aprovechar la oportunidad que parecía brindársele -. En todo caso quería pediros un favor.
– Decidme y si está en mi mano se os concederá – dijo el rey con la solemnidad propia de un monarca acostumbrado a las solicitudes de sus súbditos.
– Veréis, no tengo inconveniente en seguir soportando los continuos desdenes de la reina, ya que comprendo sus celos, que por otra parte son totalmente legítimos, pero lo que no puedo soportar es a ese grupo de cucarachas que murmuran continuamente. Además, estoy segura de que hacen conjuros para separarme de vos - dijo la amante sin ocultar su irritación.
– ¿A quiénes os referís con el pseudónimo de cucarachas? – preguntó el rey intentando ocultar una sonrisa para evitar que Isabel se irritara aun más.
– Majestad, sabéis de sobra que me refiero a esos monjes jerónimos que andan siempre rondando por aquí como espías. Tampoco sé, por qué gozan tan especialmente de vuestro favor frente a otras órdenes religiosas – continuó Isabel sin disminuir su enfado.
Felipe II explicó entonces, que la orden de los jerónimos había sido elegida hacía años por el emperador Carlos V y que él, como hijo, no estaba dispuesto a quebrantar la voluntad de su padre. Además, su presencia tenía un propósito específico, ya que el rey tenía la intención de traer los restos de sus padres para que guardasen descanso eterno en el panteón que se construiría en el Monasterio de El Escorial.
– Y los monjes jerónimos serán los encargados de entonar constantes plegarias por el reposo de mis padres y los restantes miembros de la familia real cuando les llegue su hora.
– Entonces, ¡llevaos a esos monjes al monasterio, y que desaparezcan de este parque! – insistió Isabel un tanto envalentonada y no pudiendo disimular la animadversión que profesaba hacia los jerónimos, a quienes consideraba un escollo para sus propósitos.
Felipe II, no contaba con los monjes jerónimos sólo para rezar a los muertos. En realidad, ya desde el reinado de su padre, se habían convertido en los mejores consejeros del rey para todo tipo de decisiones. Una de esas decisiones había sido la ubicación del Monasterio en El Escorial, la cual fue sugerida por el prior de esa orden religiosa.
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