No es de extrañar, por tanto, que la reacción fuera potenciar representaciones misóginas desde la cosificación y sexualización de la mujer que silenciaran la subjetividad femenina en todos los ámbitos culturales, incluyendo el bohemio. El estudio de representaciones sexistas de la mujer en obras de autores Beat está bien documentado en variedad de artículos (entre otros, McNeil y R. Johnson (2017)). Puesto que este aspecto está más que constatado, sería novedoso aproximarse a la masculinidad Beat como generadora de posibilidades culturales, más que como silenciadora y represora, para entender la separación entre las construcciones de género en este movimiento.
Como bien indica Ehrenreich, los Beat proporcionaban a los hombres de postguerra americanos en su crisis de masculinidad un espejo que proyectaba una posible y utópica liberación, la cual al mismo tiempo criticaban encarnizadamente (en campañas de desacreditación a los beatniks como seres despreciables y violentos) por mostrarles lo que no tenían: libertad. De esta forma se les convirtió en héroes venerados y denostados, llevándoles a la popularidad a través de la prensa y los medios de comunicación.
Figuras como Kerouac, los personajes de su ficción (creados desde el modelo en vida de Neal Cassady), los beatniks caóticos, lo chicos salvajes de la carretera, habían escapado a la ética de la responsabilidad y la madurez, renegando orgullosamente de la exigencia de ser sustento o padres de familia a través de un malabar ideológico que no podía causar otra cosa que perplejidad y atracción. Los nuevos bohemios Beat entendían, más allá que sus coetáneos varones en crisis, que la subyugación no sólo estaba en la familia, las mujeres y sus exigencias de compromiso y estabilidad, sino en la esclavitud al capitalismo en el trabajo para generar consumo. Difícilmente podían deslindar a las mujeres dentro de este compendio de Moloch (como Ginsberg lo denomina), por muy bohemias que fueran: la vida familiar y, por ende, “la mujer” y su bandera de heterosexualidad monógama y de procreación, formaban parte de la amenaza de vida sometida que la nueva sociedad de postguerra tradicional y alienante representaba.
Ehrenreich considera la “rebelión Beat” de masculinidad liberada realmente original por rechazar no sólo el matrimonio, como hacía el modelo de hombre playboy , sino también el trabajo, así como por atreverse a romper la censura ideológica promovida en la sociedad hacia la autocrítica capitalista (es por ello que, a ojos del americano de a pie, los beatnik no eran más que simples comunistas). Por primera vez, la nueva masculinidad se inspiraba en una conciencia de clase que abriría la veda, por supuesto, a la sensibilidad política hacia las minorías que se desarrollará en las siguientes décadas, centrando sus modelos de hombres en los indigentes, marginados, homosexuales, trabajadores de clase baja y afroamericanos (como bien estudia Norman Mailer en “The White Negro”). El fellaheen (los campesinos), como los denominaba Kerouac, eran sujetos sociales invisibles en aquel momento. Ehrenreich analiza con lucidez cómo el héroe Beat rebelde que escapa de toda responsabilidad y su “posibilidad de irse y abandonar, sin dinero o culpa, y sin ninguna ambición excepto la de ver y hacerlo todo” (56) no había sido generado por la angustica existencial del hombre atrapado de clase media. Más bien, el nuevo bohemianismo de los Beat nacía de algo totalmente distinto: “de un submundo y una subclase invisibles desde los ‘palacios de cristal’ corporativos o las casas residenciales de ensueño. […] El hombre de clase baja que nunca había conocido lo indigno de conmutar a diario al trabajo y de las barabacoas de jardín aún parecía el último repositorio de masculinidad desafiante” (Ehrenreich 56-57). 48
Lo interesante es que los Beat incluyen la práctica y ética homosexual dentro de la “homosociabilidad” que muchos de estos grupos marginales, que tomaban por modelo, ensalzaban a través de la camaradería masculina sustentada en una heterosexualidad hiperbólica y el sexismo. Aunque la bisexualidad era la práctica más común para ellos, la heterosexualidad, traducida en la estereotipada y sexualizada Beat chick como chica fácil o en la mujer-madre como amenaza de compromiso, carecía de proyección en el ethos Beat masculino. La homosexualidad, por otro lado, permitía afianzar lazos de apoyo e intimidad entre hombres donde las mujeres no tuvieran cabida. De alguna forma, el vínculo afectivo y sexual entre ellos intelectualiza y dota de sofisticación a las prácticas homosociales que llevaban a cabo (escribir, viajar, buscar aventuras y experiencias), siendo la simultaneidad entre homosexualidad y exclusividad homosocial más común en sociedades clásicas y avanzadas que en los grupos marginados de clase baja que reivindicaban por modelo.
La masculinidad Beat, como opuesto binario al espacio ocupado por la feminidad o las mujeres, también resucita mitificaciones del héroe americano del imaginario tradicional estadounidense. Como bien apunta McNeil: “Se puede argumentar que el discurso de género entre los Beats remonta históricamente al mito de la frontera Americano o del ‘chico malo,’ o puede ser visto como una continuación del motivo romántico de búsqueda o misión del género del romance” (179). 49El hombre de frontera, el colonizador de tierras salvajes, el aventurero y pionero se recontextualizan en el ethos Beat para dar libertad a los hombres en sus andanzas en la carretera. McNeil amplía la analogía al sugerir que, para los viajeros Beat, la carretera (la huida, la búsqueda, la intermitencia y el coche) representa la colonización, si bien en movimiento y en zigzag (sin intensidad de penetración), de la inmensidad del territorio estadounidense entendido como cuerpo femenino (188).
La búsqueda dentro del imaginario estadounidense pasa también por los románticos trascendentalistas (Whitman, Emerson, Thoreau, Melville), quienes reconvierten al hombre de frontera en el místico en busca de auto-conocimiento: el que rompe con la tradición y la alienación del individuo en la industralización a través de la soledad en la adversidad de la naturaleza (Thoreau); o incluso en transmisor bárdico de la autenticidad individual (Whitman). La influencia de la tradición masculina de este elenco de visionarios, artistas e intelectuales del siglo diecinueve en los escritores Beat está ampliamente reconocida.
En el capítulo anterior hablamos de la tesis de Holton acerca de cómo el movimiento Beat proporcionó salida a la crisis de alienación y a la cultura de la contención y control a través de espacios artísticos, tanto individuales como colectivos, de heterogeneidad y disidencia. A lo largo de esta sección hemos visto que estos espacios fueron claramente más ventajosos para los hombres Beat, con unas dinámicas de género que reconstruían una nueva identidad masculina basada en viejos y nuevos modelos, pero que mantenían discursos enfrentados entre los sexos y de silencio respecto al sujeto femenino.
¿Cómo reconstruyen las mujeres el ser Beat dentro de estos discursos de género del movimiento? ¿Cuáles son las características de la feminidad Beat más allá de las representaciones estereotipadas de la Beat chick (silenciada, objetivizada y sexualizada) y atendiendo a las mujeres que participaron en la contracultura como sujetos sociales, históricos y culturales? El impulso de origen para ser mujeres Beat nace de la misma visión filosófica y cultural de alienación y control de la individualidad en la sociedad de postguerra, pero dentro de la doble contención que se ejercía en las expectativas de la feminidad de los cincuenta en los Estados Unidos: por un lado, la de ser madre, esposa y cuidadora del hogar; por otro, la de no ejercer profesión o destacar intelectualmente o como sujeto autónomo. Friedan define la situación al principio de The Feminine Mystique de la siguiente forma:
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