1 ...8 9 10 12 13 14 ...42 Lo que la obra requiere ante todo de nosotros es una percepción que le dé criterio plenamente. O, es evidente que de una obra dada, y sea cual sea el juicio de gusto, pueden tenerse percepciones imperfectas, torpes o inacabadas, bien por una pobre ejecución cuando la obra necesita ser interpretada, como cuando una orquesta es mala, o bien por culpa de circunstancias, como cuando un cuadro es visto en un día inapropiado sea por causa del espectador, cuando está distraído, o incluso simplemente por su escasa educación artística o su inhabilidad. Estas percepciones fallidas, erróneas, no tienen como sanción un fracaso o una inadecuación en el orden de la acción, sino que impiden la aparición del objeto estético. Es pues interesante considerarlas, para comprender que el fin de la percepción estética no es otro que el descubrimiento constituyente de su objeto. Pero si se quiere definir el objeto estético, hay que suponer esta percepción ejemplar que lo hace aparecer; y no es arbitrario el enunciar el criterio de esta percepción: es la percepción por excelencia, la percepción pura, que no tiene otro fin que su propio objeto en lugar de resolverse en la acción, y esta percepción es exigida por la misma obra de arte tal como es y tal como se la puede describir objetivamente. Por lo demás, si tuviéramos alguna duda sobre este criterio, podríamos aún recurrir a lo empírico y fiarnos del juicio de los mejores.
Así reencontramos por todas partes la correlación del objeto estético y de la percepción estética. Está en el centro de nuestro trabajo, del cual podemos ahora anunciar las grandes líneas, después de haber dicho de pasada lo que no vamos a tratar. Partiremos de la obra de arte, pero sin quedarnos en ella: nuestra tarea no será, más que accesoriamente, de crítica. La obra de arte nos debe conducir al objeto estético. A él consagraremos la mayoría del tiempo porque plantea los problemas más delicados. Sabemos ya en qué medida se le puede identificar con la obra de arte, al menos cuando llamamos al objeto estético obra de arte, y bajo la reserva de que el mundo natural puede también ocultar o suscitar tales objetos. Objeto estético y obra de arte son distintos en esto: que a la obra de arte debe añadirse la percepción estética para que aparezca el objeto estético; pero esto no significa que la primera sea real y la segunda ideal, que la primera exista como una cosa en el mundo, y la segunda como una representación o una significación en la consciencia. No habría por lo demás razón para atribuir únicamente al objeto estético el monopolio de una tal existencia: todo objeto es objeto para la conciencia, incluido cualquier tipo de cosas, y por consiguiente también la obra de arte en tanto que cosa dada en el mundo cultural; ninguna cosa goza de una existencia tal que le exima de la obligación de presentarse a una consciencia, aunque se trate de una nueva consciencia virtual, para ser reconocida como cosa. Dicho de otro modo, el problema ontológico que plantea el objeto estético es el que plantea toda cosa percibida; y si se conviene en llamar objeto a la cosa en tanto que percibida (u ofrecida a una percepción posible, como por ejemplo, a la percepción del prójimo) hay que decir que toda cosa es objeto. La diferencia entre la obra de arte y el objeto estético reside en que la obra de arte puede ser considerada como una cosa ordinaria, es decir objeto de una percepción y de una reflexión que la distinguen de otras cosas sin otorgarle un tratamiento especial; pero que al mismo tiempo puede convertirse en objeto de una percepción estética, la única que le es adecuada: el cuadro que está en mi pared es tan solo una cosa para el agente de mudanzas, y es un objeto estético para el amante de la pintura; y será las dos cosas, pero sucesivamente, para el experto que lo restaura. De igual manera, el árbol es una cosa para el leñador y puede ser objeto estético para el que pasea. ¿Quiere esto decir que la percepción ordinaria es falsa y la percepción estética la única verdadera? No exactamente, pues la obra de arte es también una cosa, y veremos que la percepción no estética puede servir para rendir cuenta de su ser estético sin captarlo como tal; y, más profundamente, veremos que el objeto estético conserva los caracteres de la cosa siendo más que cosa.
Así pues, todo lo que diremos de la obra de arte es válido para el objeto estético, y los dos términos pueden confundirse. Pero, donde importa no obstante separarlos es: 1.º Cuando describamos la percepción estética en tanto que tal, porque su correlato es entonces propiamente el objeto estético, y 2.º Cuando consideremos las estructuras objetivas de la obra de arte, pues la reflexión sobre estas estructuras implica precisamente que se sustituye la reflexión por la percepción, que se deja de percibir el objeto para estudiarlo como mera ocasión perceptiva, lo que por otra parte hace aparecer en él la exigencia de una percepción estética.
Después de haber afrontado estos problemas, verificaremos, por medio del esbozo de un análisis objetivo de la obra, lo que la descripción del objeto estético nos habrá sugerido. Después describiremos la percepción estética en sí misma oponiéndola a la percepción ordinaria, que habremos considerado primeramente en su movimiento dialéctico, al oponer el objeto estético a la cosa percibida en general. Habremos así captado la experiencia estética (del espectador) procediendo a una dicotomía prácticamente inevitable, pero indicando que debe ser superada, aunque para ello sea necesario saltar reiterativamente de una parte a la otra, que por otro lado atenuaremos tanto como sea posible al dar a la tercera parte una brevedad que no tendrán las dos primeras. En la última parte, en fin, nos preguntaremos qué significa esta experiencia y en qué condiciones es posible. Pasaremos de lo fenomenológico a lo transcendental, y lo transcendental mismo desembocará en lo metafísico. Pues, el preguntarnos cómo la experiencia estética es posible, nos llevará también a preguntarnos si y cómo ella puede ser verdadera. Y se trata entonces de saber en qué medida la revelación que la obra de arte aporta –el mundo al que nos introduce– es solamente debido a la iniciativa del artista cuya subjetividad se expresa en la obra y la contagia de subjetividad, o si es el ser mismo que se revela, siendo el artista solo la ocasión o el instrumento de esta revelación. ¿Hay que elegir entre una exégesis antropológica y una exégesis ontológica de la experiencia estética? Posiblemente el problema se presentaría de otra forma si consideráramos el objeto estético dado en la naturaleza; pero no haremos a ello más que una alusión ya que hemos decidido atenernos a la experiencia estética suscitada por el arte. Por lo demás, es inútil anticipar más sobre los problemas que plantea esta experiencia; no tomarán todo su sentido más que después de la descripción que sobre ello habremos hecho y a la cual vamos a consagrar la parte principal de este trabajo.
1. La estética implícita en Les dieux es quizá diferente en cuanto que se vincula más a la significación de las obras (y por medio de ellas a las religiones): se preocupa menos de mostrar cómo lo imaginado es sobrepasado por el acto creador que de buscar la verdad de lo imaginado tal como se revela a los ojos del espectador en las obras acabadas.
2. Ya se verá que no nos restringiremos a seguir al pie de la letra a Husserl. Entenderemos la fenomenología en el sentido en el que Sartre y Merleau-Ponty han introducido el término: descripción que apunta a una esencia, definida esta como significación inmanente al fenómeno y dada con él. La esencia es algo que debe descubrirse, pero por un desvelamiento y no por un salto de lo conocido a lo desconocido. La fenomenología se aplica primeramente a lo humano ya que la conciencia es conciencia de sí: ahí radica el modelo del fenómeno, en el aparecer como aparecer del sentido mismo. Dejamos de lado, prestos para volver a ello más tarde, la acepción del término en la metafísica hegeliana donde el fenómeno es una aventura del ser que reflexiona sobre sí mismo, por lo que la esencia se decanta hacia el concepto.
Читать дальше