José Portolés Lázaro - La censura de la palabra

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Todos censuramos. La censura no es un fenómeno limitado a ciertos sistemas políticos, sino un comportamiento habitual en la interacción comunicativa. Censura quien trata de impedir o castigar aquello que otros desean comunicar y que considera amenazante para su ideología. Encontramos censuras oficiales, otras grupales o por adición, así como también censura de formulación. Este volumen pretende sistematizar las distintas posibilidades de la censura a partir de los instrumentos teóricos que aportan la pragmática y el análisis del discurso, y mediante su índice temático, se convierte en una pequeña enciclopedia de la censura en España. Una obra de interés para los lingüistas estudiosos del análisis del discurso, para los profesionales de las Ciencias de la Comunicación y para quienes se preocupan por la libertad de expresión y sus limitaciones.

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En cuanto al carácter peyorativo de la palabra y del concepto censura, se ha de señalar que se trata de una connotación relativamente reciente. En su Contrato social Jean-Jacques Rousseau (2005 [1762], capítulo VII) todavía mantiene:

Así como la declaración de la voluntad general se hace por la ley, la declaración del juicio público se hace por la censura; la opinión pública es la especie de ley de la que el censor es el ministro, y que él no hace más que aplicar a los casos particulares a ejemplo del príncipe.

Así pues, lejos de ser el tribunal censorial el árbitro de la opinión del pueblo, no es más que su declarador, y tan pronto como se aparta de ella, sus decisiones son vanas y sin efecto.

En definitiva, para él, no todos los censores son malvados. Aquellos que siguen la opinión del pueblo no lo son. 13 En realidad, hasta las vísperas de la Revolución francesa, fue inhabitual la opinión de que la publicación de un libro debía ser libre. 14 Con posterioridad, ya en 1849, el Bulletin de censure francés cambia su denominación por Revue de l’ordre social 15 y en la actualidad censura es un término que se trata de evitar. 16 En el presente estudio, para no acarrear las connotaciones peyorativas de este sustantivo, 17 se podría haber empleado otro sin esta rémora, pongamos por caso, el sintagma nominal interdicción ideológica jerarquizada . Ahora bien, ¿quién lograría terminar un libro en el que se tuviera que repetir a cada momento este sintagma? En fin, es más sencillo advertir que en estas páginas se utiliza censura de acuerdo con una definición técnica. 18

Censura quien, por motivos ideológicos, impide y/o castiga la comunicación entre un(os) emisor(es) y su(s) destinatario(s). 19

Introducidos el término y el concepto de censura, pasemos a un breve acercamiento a la pragmática y el análisis del discurso. Estas disciplinas de la lingüística se han desarrollado en el último cuarto del siglo XX a partir de una nueva explicación de la comunicación. 20 Su conveniencia se debe a que los seres humanos acostumbramos a manejarnos con un análisis demasiado simple del funcionamiento de la lengua: pensamos que una persona tiene una idea, la codifica en un enunciado determinado y crea un mensaje que la representa literalmente. Su interlocutor, que conoce la misma lengua, descodifica el mensaje y lo comprende. Sin embargo, esta explicación es más apropiada para la comunicación con las máquinas que entre las personas. Cuando marcamos nuestro código secreto en el cajero automático del banco, tecleamos exactamente el número –la idea– que tenemos en mente y la máquina lo comprende también exactamente. Procuramos que nadie vea lo que hacemos, no nos interesamos por cómo se siente la máquina, ni ella se enfada si pedimos los movimientos de la cuenta del último mes y no únicamente de la última semana.

En realidad, nuestra comunicación es mucho más compleja. Este libro, por ejemplo, tiene como origen una ponencia presentada en un congreso en la Universidade do Minho (Braga, Portugal) sobre la censura y la interdicción. 21 A los asistentes a esa ponencia no les hablé como lo hubiera hecho a una máquina, por lo pronto, intenté mantener su atención; asimismo, si yo hubiera exclamado a mitad de intervención: «¡Cuánto ruido!», hubieran comprendido que les rogaba que bajaran la intensidad de sus cuchicheos, algo que no habría dicho de forma expresa; aún más, la mayor parte del auditorio de esta ponencia no hablaba castellano, como yo no hablo portugués, cuando lo intentamos, chapurreamos la otra lengua –es decir, marcamos mal casi todas las cifras del código– y, sin embargo, generalmente nos entendemos o al menos eso creemos. En definitiva, quienes hablamos, además de conocer el código lingüístico, sabemos usar una lengua.

La pragmática es la disciplina lingüística que estudia este uso de la lengua y el análisis del discurso es aquella otra que se ocupa de los resultados de estos usos; desde esta perspectiva, nos acercaremos a la censura. 22 Su estudio con este instrumental teórico ofrece dos intereses principales. En primer lugar, presenta una descripción del fenómeno censorio que no es idéntica a la que proporcionan los estudios históricos, jurídicos o sociológicos. Se percibirán, pues, aspectos difíciles de delimitar de otro modo. En segundo lugar, y en dirección opuesta, al enfrentarse a la censura y a su historia, el pragmatista ha de esforzarse en tener en cuenta realidades comunicativas a las que habitualmente no se acerca; así, el análisis de la censura que se lleva a cabo en estas páginas va a resaltar la complejidad de la comunicación humana. Esta realidad nos obliga a enriquecer nuestra teoría con nuevos conceptos y a perfilar mejor los que ya manejamos. Hay, pues, por una parte, una aplicación de lo ya sabido y, por otra, una serie de propuestas nacidas con el fin de dar cuenta de un tipo de realidades comunicativas que, por complejas, acostumbran a ser desatendidas. 23

Con todo, y precisamente por lo amplio de su objeto de estudio, se impone una limitación de partida: se estudia la censura de la palabra –oral y escrita– y no la censura de los gestos o de la imagen, si bien con frecuencia palabra, gesto e imagen se acompañan. 24 De ahí que el libro se titule La censura de la palabra y no simplemente La censura . Veamos tres ejemplos de gestos censurados: el primero, un movimiento del cuerpo con un objeto –un gesto objetoadaptador–; el segundo, un movimiento de dos partes del cuerpo –uno autoadaptador–; el tercero, una reacción hacia lo que se ha dicho –uno exteriorizador–. 25 En 1945, ante el avance del ejército soviético hacia el río Neisse, los oficiales alemanes del IV Ejército Panzer confiscaron todos los pañuelos blancos de sus soldados para impedir que los emplearan como signo de rendición. 26 Se trata de un caso de censura, pero no es censura de la palabra, sino de un gesto objetoadaptador; también es censura de gestos –en este caso, autoadaptadores– la prohibición del presidente bielorruso Aleksandr Lukashenko del aplauso en manifestaciones; 27 o, por último, la denuncia en 1530 ante la Inquisición de la canaria Aldonza de Vargas por haber sonreído equívocamente –gesto exteriorizador–, en opinión del delator, cuando se mencionó a la Virgen María. 28

Por su parte, la imagen y el discurso exhiben profundas divergencias, y los instrumentos teóricos con los que acercarse a ellos no son en muchos casos intercambiables. Destaquemos, por lo pronto, algunas diferencias: los discursos se procesan de manera sucesiva y lineal, y sus partes tienen relaciones sintácticas, mientras que las imágenes se perciben en el espacio y sus distintas partes tiene relaciones espaciales; asimismo, las imágenes son icónicas, remedan de algún modo lo representado, y los discursos no lo hacen: 29 las palabras casa, maison o house no se parecen a una casa y, en cambio, nos la recuerda la abarrotada 13, rúe del Percebe del dibujante Francisco Ibáñez. Por cierto, en su segundo derecha vivió de 1961 a 1964 un doctor que, como Frankenstein, creaba monstruos. El censor recomendó a la editorial que desapareciera ese personaje por ser blasfemo: solo Dios podía generar vida. 30 A ello se debe que, en la revista Tío Vivo que recuerdo de mi infancia, ya ocupara ese domicilio un sastre vago y guasón. En fin, de nuevo la diferencia entre imagen y palabra: han seguido mi exposición verbal de forma lineal, pero, cuando caiga en sus manos el tebeo, su mirada no subirá en el ascensor desde el portal sino que saltará directamente al piso segundo para comprobar si en su ejemplar reside el doctor o el sastre.

Centrado, pues, en la palabra y su censura, el libro se divide en dos partes. En la primera se delimita con criterios pragmáticos y de análisis del discurso qué se entiende por censura en esta investigación y, en la segunda parte, se examina cómo actúa esta censura. Como hemos avanzado, la hipótesis de partida propone que el acto censorio es un hecho habitual en la interacción entre las personas y que las censuras que normalmente se reconocen –ya sean o no oficiales– no son más que muestras de un comportamiento humano que busca impedir y/o castigar los mensajes que considera amenazantes para una ideología. Con este fin, los cuatro capítulos de la primera parte tratan de proporcionar razones a favor de esta tesis. En el primero se presenta al censor como un tercer participante en la interacción (§ 1). Se recuerda en el segundo la teoría de los actos de habla para defender cómo la palabra puede constituir una acción amenazante y, en consecuencia, censurable por quien tiene poder censorio (§ 2). En el tercer capítulo (§ 3), se recurre a la fórmula propuesta en la teoría pragmática de la cortesía para analizar el acto verbal censurable como una amenaza a la ideología de quien censura. Y en el capítulo cuarto se revisan las diversas condiciones que se han de producir para que se satisfaga la acción de quien censura (§ 4).

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