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Créditos © SAN PABLO 2016 (Protasio Gómez, 11-15. 28027 Madrid) Tel. 917 425 113 - Fax 917 425 723 secretaria.edit@sanpablo.es - www.sanpablo.es © Antonio Pavía Martín-Ambrosio 2016 Distribución: SAN PABLO. División Comercial Resina, 1, 28021 Madrid Tel. 917 987 375 – Fax 915 052 050 E-mail: ventas@sanpablo.es ISBN: 978-84-2856-183-9 Depósito legal: M. 6.451-2016 Composición digital: Newcomlab S.L.L. Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta obra puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio sin permiso previo y por escrito del editor, salvo excepción prevista por la ley. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la Ley de propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal). Si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos – www.conlicencia.com).
Introducción al Prólogo del evangelio de san Juan
1. Dios y su Palabra
2. Vosotros estáis conmigo
3. El hacer de Dios
4. Superabundancia de Dios
5. La luz dentro de ti
6. Él te aplastará la cabeza
7. Un hombre de Dios
8. El amigo del esposo
9. Fragilidad y testimonio
10. La Palabra y la luz interior
11. El cosmos habla de Dios
12. Los suyos no lo necesitaron
13. Bienaventurados los hambrientos
14. Yo soy el que os hace ser
15. Una nueva creación
16. Dios con nosotros
17. Padre, glorifica a tu Hijo
18. Nuestra plenitud en Jesucristo
19. El eterno viviente
20. La gracia derramada
21. La ley y la gracia
22. El Hijo nos revela al Padre
Biografía autor
© SAN PABLO 2016 (Protasio Gómez, 11-15. 28027 Madrid)
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www.sanpablo.es
© Antonio Pavía Martín-Ambrosio 2016
Distribución: SAN PABLO. División Comercial
Resina, 1, 28021 Madrid
Tel. 917 987 375 – Fax 915 052 050
E-mail: ventas@sanpablo.es
ISBN: 978-84-2856-183-9
Depósito legal: M. 6.451-2016
Composición digital: Newcomlab S.L.L.
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta obra puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio sin permiso previo y por escrito del editor, salvo excepción prevista por la ley. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la Ley de propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal). Si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos – www.conlicencia.com).
Porque os hago saber, hermanos,
que el Evangelio anunciado por mí
no es de orden humano, pues yo no lo
recibí ni aprendí de hombre alguno,
sino por revelación de Jesucristo
(Gál 1,11-12).
Gracias sean dadas a Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
único autor y creador de este libro,
y gracias también a la comunidad bíblica
María Madre de los Apóstoles,
en cuyas entrañas Él depositó
con amor estas palabras.
Introducción al Prólogo del
evangelio de san Juan
El crédito de la Palabra
Isaías nos presenta a lo largo del capítulo 53 de su libro la figura del Mesías como siervo sufriente de Yavé. El texto nos es bastante familiar ya que se proclama como primera lectura en los oficios del Viernes Santo. A través de su exposición, Isaías va describiendo con asombrosa precisión lo que siglos más tarde sobrellevará Jesús a lo largo de su pasión. Tomemos nota, por ejemplo, de Is 53,7.11:
Fue oprimido, y él se humilló y no abrió la boca. Como un cordero al degüello era llevado, y como oveja que ante los que la trasquilan está muda, tampoco él abrió la boca. Tras arresto y juicio fue arrebatado [...]. Si se da a sí mismo en expiación, verá descendencia, alargará sus días [...].
Vistos algunos de los rasgos esenciales de esta profecía, quiero llamar la atención sobre algo que posiblemente y, a pesar de ser más o menos conocida, no hemos reparado; me refiero al introito que hace Isaías a la profecía mesiánica. Introduce su predicción con este interrogante: «¿Quién dio crédito a nuestra noticia?» (Is 53,1).
En realidad Isaías abre la puerta a una dificultad, lo que siempre hemos llamado el interrogante acerca de Dios. Recordemos la pregunta del profeta: «¿Quién dio crédito a nuestra noticia?». Sí, quién puede dar crédito a un anuncio que presenta a Dios expectante ante el mal, como si lo dejara campar a sus anchas hasta someter a su enviado, al Mesías. Es cierto que la profecía culmina en la victoria final del Mesías, pero ¿es creíble esta dimensión del amor de Dios dando, al menos así lo parece, una cierta autonomía al mal? ¿Podía esto ser creíble para Israel y por extensión para cualquier hombre?
La cuestión es que, como bien sabemos, esta profecía se cumplió punto por punto en Jesucristo, el Mesías, el Hijo de Dios. Se encarnó, se hizo Emmanuel, fue despreciado, rechazado y llevado a juicio, ejecutado y, como bien sabemos, resucitó de entre los muertos. Repito, se cumplió al pie de la letra, y, sin embargo, Pablo en su misión apostólica es tal el rechazo y escepticismo que siente ante su predicación del Evangelio, que se ve impulsado a lanzar el mismo interrogante de Isaías:
¡Qué hermosos son los pies de los que anuncian la Buena Noticia! Pero no todos han prestado oídos al Evangelio. Pues Isaías afirma: ¡Señor!, ¿quién ha creído nuestra noticia? (Rom 10,15b-16).
Abordo el núcleo del título que hemos dado a la introducción de este libro: el crédito de la Palabra. Sí, quiero lanzar una pregunta a los lectores, que me parece esencial para el crecimiento de la fe, ¿qué crédito nos merece la palabra de Dios? En realidad nos estamos interrogando acerca del crédito que nos merece el mismo Dios, pues es inseparable de su Palabra, basta fijarnos en cómo empieza Juan su prólogo:
En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios ( Jn 1,1).
Quizá nos parezca extraño, nos cueste creer que Dios quiera hacer tanto por nosotros, por todos los hombres. Israel no es inmune a este escepticismo; como a cualquier mortal, a los israelitas les cuesta enormemente ver más allá de lo que abarcan sus sentidos y sus sentimientos. Recordemos cuando, agobiados por el yugo de Babilonia, se mostraban reacios a dar crédito a sus profetas cuando les anunciaban su pronta liberación; e, incluso cuando esta se lleva a cabo, se dejan llevar por el desánimo cuando les dicen que Jerusalén llegará a recuperar todo su esplendor y superará al que tenía anteriormente. Repito, les cuesta creer estas buenas noticias que Dios pone en la boca de sus profetas. Ante tanta cerrazón, Dios termina anunciándoles por medio de Zacarías que aunque estas buenas noticias les parezcan imposibles, no lo son para Él:
Así dice el Señor nuestro Dios: «Si ello parece imposible a los ojos del Resto de este pueblo, en aquellos días, ¿también a mis ojos va a ser imposible?» (Zac 8,6).
Hay que entrar en la nube
Entramos de lleno en el problema de dar o no crédito a Dios, a su Palabra, a lo que Él hace por todo aquel que en Él espera, al margen de que sea más o menos creíble. Nuestro escepticismo nace de la escasa perspectiva que tenemos de las entrañas compasivas de Dios. Todos sabemos que Juan nos dice que Dios es amor (1Jn 4,8), pero, al igual que Israel, cuando estamos bajo el yugo de la prueba nos es bien difícil creérnoslo. Isaías nos anuncia que lo que Dios hace por los suyos sorprende por completo incluso a los que han aprendido a esperar en Él:
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