Volviendo a lo que apuntábamos en las líneas primeras de este Prólogo , los devotos juanramonianos debemos estar de enhorabuena en este año conmemorativo de los SE. Por fin, y después de tanta desatención y extraño vacío crítico, esta tan relevante obra del poeta de Moguer recibe –como merecía– un amplio, riguroso e iluminador asedio crítico que abre, sin duda, una nueva y fecunda vía de lectura. Hemos de agradecer a PUV que lo haya acogido y lo incorpore a su valioso catálogo.
Arcadio López-Casanova
Universitat de València
INTRODUCCIÓN
Marco y situación de los Sonetos espirituales
Al acercarnos a la obra de Juan Ramón Jiménez se hace inevitable admitir, desde el principio, dos constataciones: su ingente producción, así como la profusión de estudios, no menos ingentes, a ella dedicados. Precisamente, una de las razones que nos ha llevado al estudio de los Sonetos espirituales es el hecho de haber sido, de manera excepcional, poco atendidos por la mayoría de la crítica, debido en gran medida a su ubicación tan particular.
Partimos de la premisa, generalmente aceptada, de la división en dos grandes épocas de la poética juanramoniana: la obra escrita antes de 1915 y la posterior a este año. En esta panorámica y, una vez hemos situado ya en ella los Sonetos espirituales , entendemos mejor cómo su peculiar emplazamiento ha contribuido a que este libro haya pasado desapercibido. Compuesto a lo largo de 1914 y 1915, aunque no vio la luz hasta más tarde (1917), recae en él la tremenda carga de actuar como gozne entre ambas etapas. Este mismo argumento relativo a su localización, dada su versatilidad, se puede utilizar en perjuicio de la proyección de esta obra, relegándola a las postrimerías de la primera época de presupuestos considerados ya agotados; o bien en su beneficio, esgrimiendo su posición inaugural en un periodo compositivo de extremo interés, el del cambio, al situarla al frente de otros dos libros que le van a la zaga en inmediata sucesión cronológica, aunque tengan una edición coetánea o incluso anterior: Estío se publicó en 1916 y Diario de un poeta reciencasado en 1917. Veamos por cuál de las dos posturas se decanta Juan Ramón en una carta dirigida a Luis Cernuda reproducida en Prosas Críticas (1981: 108):
Usted sabe, sin embargo, que desde mi Diario de un poeta , 1916, yo separé casi por completo de mí las formas poéticas (estancias alejandrinas, silvas endecasílabas, etc.), que habían culminado, 1914-1915, en los Sonetos espirituales , término indudable de un tiempo mío. Después de los Sonetos, yo vi claro, y lo vieron varios críticos, que mi vida poética empezaba de nuevo. Se escribió que el Diario era un segundo primer libro mío.
Muy posiblemente fue el poeta con este juicio quien sentenció los Sonetos a ocupar la función de «cierre» de su primera etapa y saludó el Diario como arranque de la segunda. Vista la obra juanramoniana cronológicamente y en toda su extensión, parece muy acertado extraer estas conclusiones y, más aún si, según apunta R. Senabre (1999: 90), se entiende como señal inequívoca de clausura la confección de un libro de sonetos como ya hicieran dos referentes en la lírica moderna y que, además, lo fueron sin duda y muy especialmente para el de Moguer: Ruben Darío y Mallarmé.
Sin embargo, no nos podemos conformar con esta versión, pues ya hemos visto el doble filo de este asunto y, realmente, hay mucho que objetar al respecto. Acudimos a G. Azam (1983: 276-277) quien, muy perspicaz, lanza una pregunta (y no precisamente retórica) que pone en contradicho todo lo anterior:
¿Por qué razón Juan Ramón decidió incluir los Sonetos espirituales y Estío en el segundo período, como se destaca de la presentación de los Libros de poesía , tal como lo realizara bajo su control A. Caballero, para la editorial Aguilar, en la colección de Premio Nobel?
El mismo estudioso nos apunta dos razones poderosas: primero, por la aparición del amor sentido como compromiso y, segundo, por el reconocimiento de que, tanto Estío como Sonetos , fueron escritos en un momento de renovación de su poética como se desprende de una confesión del poeta recogida en La corriente infinita (1961: 157):
Lo que Ortega no sospechaba, ni yo se lo dije en aquellas ocasiones, era que yo atravesaba una profunda crisis formal y estaba escribiendo en aquel momento los poemas de Estío y Sonetos espirituales , que marcan un cambio fundamental mío, no solo en lo espresivo intelijente o sensitivo, sino en lo más interior; y esto es lo que los dos libros señalan al comienzo de mi segunda época.
Esto explicaría que en el instante en el que se estaban gestando los Sonetos parece haber, por parte de su creador, un afán –más que de cerrar– de individualizar su poemario, de erigirlo en pieza única de su producción. Buena prueba de ello es el cambio de dirección ético-estética que se advierte en la acepción misma de «soneto espiritual»: continente y contenido que evoca a un tiempo en el receptor «disciplina», por la constricción exterior y la restricción interior, y «prestigio», por lo clásico de la forma y lo inmaculado del fondo; valiosos peldaños en su camino hacia la perfección. Esta denominación multiplicada por cincuenta y cinco transmite un claro mensaje de querer resarcirse de todo lo anterior, de reforma moral y formal. Pero ¿a quién iba dirigido este mensaje? A Zenobia, sin lugar a dudas, la mujer ficcionalizada en los sonetos (a pesar del indefinido retrato femenino) y destinataria real de los mismos. 1 Aunque se demorara la publicación del libro, su objetivo ya se daba por cumplido: la prueba definitiva, credencial incontestable, del surgimiento de un hombre nuevo con una nueva voz.
De hecho, el viraje en la ética y en la poética de Juan Ramón viene principalmente motivado por ese acontecimiento en su vida: el descubrimiento de la mujer definitiva. Dado que nuestro estudio se dedicará a desentrañar las claves poéticas del texto, hemos evitado las intromisiones biográficas, no obstante, no debemos desdeñar su relación con Zenobia: su agitado cortejo, su noviazgo y su matrimonio. Trayectoria que se trasluce en la trilogía citada ( Sonetos, Estío y Diario ), siendo la inestable fase inicial, de amor-amistad en los albores del noviazgo, la que se corresponde con la composición del libro que nos ocupa. Fase, por cierto, con la que coinciden las fechas de elaboración de los Sonetos : entre 1913 (un año antes del que aparece en las ediciones) y 1915, confirmando así la declaración de Juan Ramón en el Trabajo gustoso (1961): «En 1912, recobrado, volví a Madrid del todo, y del 13 al 15 trabajé en dichos sonetos». Como curiosidad, hay una serie de cambios que se producen en el poeta a raíz de este encuentro con la que sería su mujer y que registra con todo detalle Senabre (1999: 212-213). Entre ellos, destacamos dos muy elocuentes: uno es firmar con su nombre completo, no abreviado, lo cual denota un mayor protagonismo de un yo más genuino, más íntimo. Otro es retirar de la imprenta Libros de amor , maniobra que juzgaría prudente al recordar el declarado disgusto de Zenobia tras la lectura de Laberinto , disgusto que ya intentó paliar escribiéndole estas palabras reproducidas por Gullón en Poemas y cartas de amor (1986: 37 y 38):
Es cierto que hay en este libro poesías que no son todo lo puras que yo quisiera, pero tampoco hay que tomarlas tan al pie de la letra. En todos mis versos «carnales» hay, si lo miras bien, una tristeza de la «carne». [...] Por lo demás, ese y todos mis otros libros están plenos de aspiración ideal y de sentimientos nobles.
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