—What’s going on? (¿Qué pasa?) —gritó Lisa.
Yo ni contesté. Allí los dejé enfadados, chillándose el uno al otro. Me di cuenta de que eran poco más de las tres de la mañana y que hasta las cinco no abriría el metro. Caminé sin rumbo hasta que pude apreciar por el movimiento de gente que el metro ya se había abierto. Me monté y me fui muy triste a casa de Ian. Cuando volvimos a coincidir en el turno, le conté a Lisa lo que había pasado. Se disculpó por el comportamiento de Rock. Yo no quise seguir hablando sobre el incidente, así que cambiamos pronto de tema.
Recuerdo que durante esa estancia en Londres visité la calle Oxford Street, como tantas otras veces había hecho en mis anteriores viajes, pero en esa ocasión quise ir a comprarme un traje de caballero adaptado para mí. Quise recrear lo que Kim Basinger y Mickey Rourke hicieron en una secuencia de la película Nueve semanas y media —una película estadounidense de 1986, dirigida por Adrian Lyne, escrita por Sarah Kernochan y Zalman King, que a mí me gustó mucho y, cómo no, me encantó su protagonista Kim Basinger, a la que hoy sigo considerando la mujer más sexy—.
El traje decidí que me lo pondría cuando volviera a Burgos, para así dar oportunidad a que alguna chica pudiera acercarse a mí. Recuerdo que la primera vez que me lo puse y me presenté en una de las zonas de moda de marcha «pija», repleta de gente, un chico me dijo:
—Mira, vestida como un hombre, una marimacho.
Y cuando me vio un buen amigo mío mayor que yo, me agarró de la mano y me dijo:
—Ven, te invito a una copa por los huevos que has tenido de presentarte aquí vestida de esta manera.
También me había hecho doble agujero en las orejas. Decían que podía ser un símbolo de ser gay. Pero volviendo a lo que iba a contar, yo seguía siendo virgen y me atormentaba no saber mi condición sexual, así que decidí probar y mantener relaciones sexuales con un chico: Ian. Él me quería y tenía mucha experiencia, lo que significaba que no tendría por qué salir mal.
Un día cuando regresamos del trabajo, comimos algo y nos pusimos a ver la televisión. Ian me preguntó cómo estaban mis padres y qué tal me había ido el día. Me empezó a dar consejos y recomendaciones, a lo que le recordé que no era ni mi padre, ni mi madre y que de él esperaba otro tipo de comportamiento.
Sin mediar palabra, me cogió en brazos y me llevó hasta su cama. Comenzó a besarme y yo le respondí activamente. Estaba muerta de miedo por lo que iba a pasar, pero también deseaba empezar a resolver mis dudas con ese premeditado encuentro sexual. Si hasta entonces no había hecho el amor era porque me hubiera gustado llegar virgen al matrimonio. Era uno de mis valores y estaba a punto de perderlo por mi necesidad de saber y descubrir más sobre mí.
Ian no paraba de besarme. Primero en los labios, luego por el cuello, llegando hasta el principio de mi canalillo. Acto seguido introdujo su mano derecha por mi camisa y hábilmente supo desabrocharme el sujetador. Mientras yo le daba suaves besos por la piel, él comenzó a soltar los botones de mi camisa.
—You are so beautiful! (¡Eres tan hermosa!) —exclamó.
—Gracias —le contesté tímidamente.
Ian se apresuró a seguir desnudándome. Soltó mi cinturón y luego se dirigió al botón de mi pantalón, esperando mi confirmación. Continué guiando su mano y le ayudé a desprenderme de la ropa, quedándome solo con mis braguitas.
Me separé de él, le miré con dulzura y le ayudé a quitarse la ropa. Apenas veíamos nuestras siluetas por la poca luz de una farola que entraba a través de la ventana. Cuando Ian ya estaba totalmente desnudo sobre la cama, vino hacia mí y continuó acariciándome la espalda, los brazos… mientras me besaba como no lo había hecho hasta el momento. Me invitó a que me quitara las braguitas y suavemente tocó el interior de mis muslos y llegó a mis labios, que masajeó con mucha delicadeza, haciendo que empezara a sentirme húmeda. Se puso sobre mí y pude notar su miembro erecto, lo que me excitó aún más. Le ayudé a ponerse un condón (en una ocasión, Lola nos había explicado a la pandilla cómo lo hacía). Al instante, introdujo un dedo en mi interior, como comprobando si estaba lista. Entonces se arqueó y me introdujo suave y lentamente su miembro viril. Acercándose a mi oído, me susurró:
—¿Te duele? ¿Quieres que me detenga? —Sabía que era mi primera vez.
Le contesté que no, que siguiera.
Apenas me estaba molestando. «Como soy tan deportista», pensé, «será lo normal».
Ian despedía un aroma agradable, dulce y balsámico, como a ropa recién lavada. Ese olor provocó en mí una sensación de tranquilidad y de estar en casa. Entonces, Ian empezó a moverse, mientras acariciaba mis pechos, lo que aumentó algo mi sensación de placer. Seguimos moviéndonos y oía gemir suavemente a mi amante. De pronto, incrementó el ritmo, gimió más fuerte («yes!, yes!, yes!», repitió) e imaginé que tuvo un orgasmo.
Noté que sacó su pene de mi vagina Mientras seguía algo erecto. Con la mano derecha agarró con firmeza la base del condón y lo enrolló para sacarlo con cuidado. Luego hizo un nudo en la abertura, evitando que el semen se derramara y lo dejó caer suavemente en el suelo, por su lateral de la cama. El olor de su semen no me resultó desagradable, ni fuerte. Me recordó a una mezcla de cloro y limón. Cuando acabó, me abrazó y se quedó dormido.
¡Qué pena y qué rabia sentía! Había dejado de ser virgen a mis veintitrés años con Ian Kierans. Por un lado, me entristeció hacer el amor por primera vez con Ian, en lugar de con alguna de las chicas que me habían gustado hasta el momento o con Álvaro. A este al menos le quise mucho. Por otro lado, hacerlo no me liberó de todas las dudas que tenía, sino que me generó más.
Es cierto que no me encantó, ni me llevó a sentir un orgasmo, pero no sentí asco, ni me disgustó. «Como no tengo experiencia, ni me conozco lo suficiente, quizás por eso no me ha gustado tanto», pensé. «Será algo parecido a cuando Álvaro y yo empezamos a besarnos sin experiencia. ¡Menudo desastre! Y luego, con el tiempo y la práctica, ¡vaya besos más placenteros!».
Lo que hoy puedo confesarte es que, si volviera atrás en el tiempo, no volvería a repetir lo que hice con Ian, pues mi primera vez resultó poco mágica y menos romántica de lo que yo esperaba. Creo que la primera vez tiene que ser con mucho amor por ambas partes, y no algo tan pensado y programado como lo hice yo y, sobre todo, sin nada de amor por mi parte.
Una profunda tristeza con trazos de rabia contenida recorría todo mi cuerpo, mientras podía oler una mezcla, hasta entonces, desconocida para mí. Una mezcla de la transpiración corporal masculina surgida a raíz del gasto de energía que habíamos producido en el acto sexual y la descarga de fluidos genitales. Una combinación muy ácida que para nada despertaba mi apetito sexual y que agudizaba y enturbiaba mis emociones encontradas.
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