Milagros García Arranz - Tú y yo

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El día que María sufre la segunda crisis amorosa con Paula siente dudas de su propia identidad y comienza a escribir su historia sentimental desde niña. Es el único modo de saber quién es realmente y a quién quiere amar. La continuidad de su relación o la ruptura de la misma están en juego, mirar al pasado será su forma de reconstruir su madurez para tomar una decisión justa. Mientras describe cómo va creciendo y formándose, María irá trazando el mapa de su deseo, sin obviar la amistad, la familia, el trabajo y los momentos de encuentro íntimo, ni las diferentes experiencias sexuales con la persona amada, narrados con un intenso, tórrido y magistral detalle.Tú y yo es una novela valiente con la que se sentirán muy identificadas muchas mujeres de hoy que han tenido que superar la presión de una cultura patriarcal y de pensamiento único, que no les dejaba espacio para ser quienes realmente eran. Porque, para las mujeres como María, encontrar el amor auténtico es un proceso paralelo a la superación personal para encontrarse a sí mismas.

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Horas después, se me acerca Patty, se pone detrás de mí y me pregunta:

—What are you doing? (¿Qué haces?)

—Grabando una cinta de música para recordar este viaje cuando vuelva a España. Me hubiera gustado decirle «recordarte a ti», pero no me atreví.

Sentirla detrás de mí me produjo una corriente que me erizó desde los dedos de los pies hasta el último pelo de mi cabeza. «Si hubiera querido, ella me podría dar uno de esos masajes que decían desestresaban», pensé.

Nos pusimos a hablar de España, cómo no. Me preguntó por los toros y la siesta. Esta última no acostumbraba a echármela. ¿Perder el tiempo yo? De ninguna manera. En cuanto a los toros, aunque a mis padres les encantan, yo siempre he estado en contra de cualquier tipo de maltrato animal, así que no era un tema que me interesara lo más mínimo. Pero estaba con Patty, hablando con ella y casi rozándonos. Eso era lo importante.

También me di cuenta de lo poco informados que estaban sobre España el día que Patty me llevó a conocer a su profesora de español, Louise. No me apetecía nada ir a ese encuentro y menos hablar español. «Que se vaya ella a España, yo he venido a hablar inglés», pensé; sin embargo, me lo pedía Patty, y sus deseos para mí eran órdenes.

Con la profesora surgió de nuevo el tema de los toros y de la siesta. ¡Qué pesados! Me preguntaba si solo sabían eso de nosotros, pero lo que vino después me enfadó mucho más. Empezó a decirme que vaya pena las mujeres en España, que aún tenían que lavar en el río la ropa y los platos. No me podía creer lo que estaba escuchando. Tuve que hacer que me lo repitiera en inglés por si no estaba entendiendo bien lo que me decía en español. Me levanté contrariada y le dije que mi mamá tenía lavadora y lavaplatos. Para rematar, me preguntó qué tal me había parecido ver la televisión en color. ¡Otra tontería más!, pensé yo. Hacía ya cuatro años que nos habíamos comprado el primer televisor en color. Cuando mis padres se compraron la nueva casa y nos mudamos, decidieron que todo tenía que ser nuevo y nos compramos un impresionante equipo de música y una televisión en color.

Volvía a la realidad y de nuevo enfadada le dije:

—Lo siento, pero creo que no sabes nada o muy poco de España. Estamos tan evolucionados o más que vosotros.

Entonces le pregunté que de dónde se había sacado semejante información. Louise me informó que de documentales que había visto en la televisión. Le apunté que serían muy antiguos, probablemente, alguno de la Guerra Civil que hubo en España y claro, seguro que se habían emitido en blanco y negro.

Patty notó que estaba muy molesta e hizo que la reunión fuera lo más corta posible. Cuando salimos le di las gracias por terminar y ella se disculpó por todo lo que me había dicho Louise.

—¡No pasa nada! —le dije.

Quería pasar el resto del día con ella y a ser posible a solas. Me propuso ir a una feria donde Jessica exponía en un stand camisetas y sudaderas pintadas por ella. Accedí y nos fuimos en su coche. Allí a los dieciséis años ya puedes conducir. ¡Qué suerte, Patty ya podía hacerlo! Una de las razones por las que estaba deseando tener dieciocho años era poder sacarme el carnet de conducir. Un coche, sentirme libre conduciendo.

Llegamos a la feria. ¡Estos americanos mira que son raritos! Había un espacio rodeado por una valla de alambre donde había sobre todo hombres con bolsas de papel en la mano que contenían alguna botella que se llevaban a la boca de vez en cuando. Pregunté a Patty por qué estaban allí encerrados y apartados del resto de la gente. Me dijo que estaban bebiendo y que no está bien visto y que no se debe hacer públicamente, ni beber, ni fumar. Me sorprendió. ¡Anda, dos cosas socialmente bien vistas en España y que se podían hacer prácticamente en cualquier sitio! De hecho, yo ese año empecé a fumar algún cigarrito con mis amigas o me tomaba algún cubata en la discoteca; aunque ninguna de las dos cosas me gustaba; de hecho, cuando lo hacía me sentía mayor y más adulta, y me encantaba dar esa imagen a los chicos y chicas que me interesaban. ¡Qué bonitos los diseños que hacía Jessica! Me encantó todo lo que vi en su stand y estaba dispuesta a comprarle una sudadera cuando mi «hermana americana» decidió regalármela.

Y hablando de beber y de fumar, me presentaron a un primo suyo, Peter. ¡Madre mía, qué grande y alto era! Y encima mayor, tenía veinte años. Su cuerpo era de lo que hoy se llama culturista. Le gusté en cuanto me lo presentaron y me invitó a ir a una discoteca con él. Yo accedí. Era la primera invitación formal que me hacía un chico y me pareció todo un acontecimiento. Un mayor se había fijado en mí y, además, tan guapo.

Cuando vino a buscarme, me abrazó para saludarme y me rodeó con sus brazos. Yo me sentí muy pequeñita, me sacaba más de una cabeza y su cuerpo era más de dos veces el mío; sin embargo, su abrazo resultó blandito y suave. Lo pasamos muy bien. Eso sí, me pidió que no dijéramos a sus tíos que nos habíamos fumado un cigarro y que había bebido alcohol. Yo estaba encantada con la Coca-Cola Light, a España no habían llegado aún.

Nos seguimos viendo en varias ocasiones y me regaló un colgante y una tarjeta diciéndome lo mucho que me iba a echar de menos; sin embargo, mi última noche quise pasarla con Patty. Me llevó en coche a pasear por un precioso lago, donde había fogatas. En la lejanía se podía ver a diferentes grupos de gente joven. Ella se fue acercando a diferentes grupos, mientras yo la esperaba en el coche, pero dijo que ninguno de los grupos le gustaba, así que no nos quedamos con ninguno y seguimos nuestra fiesta en casa. Buscamos alcohol en el despacho de su padre para prepararnos un cubata. Quería colocarme con cualquier cosa para olvidar el dolor que me producía saber que en unas horas volvía a España y que ya no iba a volver a verla. No sabía lo que me pasaba, solo sabía que no quería perderla. No acababa de entender mis sentimientos, ni el dolor tan profundo que sentía.

La noche la pasamos escuchando música y con el vaso de whisky y Coca-Cola Light que nos habíamos preparado. Casi me emborracho. Apenas dormimos una hora, así que solo pedía que la ducha que me iba a dar me quitara el terrible dolor de cabeza y el mareo que sentía.

Peter vino a despedirme y yo le regalé una camiseta pintada por Jessica que ponía «I love teaching» (me encanta enseñar). Quería ser profesor de lengua inglesa y enseñar a muchos niños. Cuando se le conocía era como un gran osito de peluche. También le eché mucho de menos.

Durante mi regreso a España en el avión apenas quise hablar y la gente me molestaba. Tenía el alma desecha. Me sentía indefensa y sin entender nada de lo que me ocurría. En una semana comenzaba mi nuevo curso, ya COU. Ese año cumpliría mis soñados dieciocho años y estudiaría mi último curso antes de entrar en la universidad. De nuevo, me vi obligada a cambiar de colegio, ya que las Angelinas no tenían este nuevo curso. Así que mis padres decidieron mandarme a otro colegio, esta vez de curas, los hermanos Maristas. Lo único bueno que encontré en este nuevo cambio fue que este colegio ya era mixto, de nuevo chicos y chicas juntos.

Mis primeros días de colegio los viví con mucha melancolía, recordando mi viaje a Estados Unidos: la modernidad de Nueva York, la libertad que se respiraba por sus calles, la belleza de Minnesota y lo mucho que echaba de menos a Patty y a Peter. Me quedé petrificada cuando en la clase de letras —yo había elegido ciencias— vi a un chico que me recordaba increíblemente a Peter. Me enteré de que se llamaba Luis e hice rápidamente que me lo presentaran. Enseguida nos caímos bien y empezamos a hablar. Me dijo que tenía un grupo de música pop, Moderato Cantabile, y que les faltaba una vocalista. Luis tocaba el teclado y también cantaba. Me ofrecí ser parte del grupo. Yo era la única chica y quedábamos en su casa después del colegio a ensayar los jueves por la tarde. Nos encantaba escuchar a Mecano, Alaska y los Pegamoides, Radio Futura, La unión, Danza Invisible, El Último de la Fila, Gabinete Caligari, No me pises que llevo chanclas, Semen up, Toreros muertos, Los inhumanos, Un pingüino en mi ascensor… La música que cantábamos era de esta misma guisa, música pop.

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