Milagros García Arranz - Tú y yo

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El día que María sufre la segunda crisis amorosa con Paula siente dudas de su propia identidad y comienza a escribir su historia sentimental desde niña. Es el único modo de saber quién es realmente y a quién quiere amar. La continuidad de su relación o la ruptura de la misma están en juego, mirar al pasado será su forma de reconstruir su madurez para tomar una decisión justa. Mientras describe cómo va creciendo y formándose, María irá trazando el mapa de su deseo, sin obviar la amistad, la familia, el trabajo y los momentos de encuentro íntimo, ni las diferentes experiencias sexuales con la persona amada, narrados con un intenso, tórrido y magistral detalle.Tú y yo es una novela valiente con la que se sentirán muy identificadas muchas mujeres de hoy que han tenido que superar la presión de una cultura patriarcal y de pensamiento único, que no les dejaba espacio para ser quienes realmente eran. Porque, para las mujeres como María, encontrar el amor auténtico es un proceso paralelo a la superación personal para encontrarse a sí mismas.

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Decidí contar mis tendencias y sentimientos homosexuales a mis veintiún años y decir de alguna manera que me gustaban las chicas a tres personas: a mi amiga Cristina, a mi confesor y a mi mamá. Te aseguro que sentía un miedo que casi me paralizaba y cuando relataba lo que sentía, daba tantas vueltas al tema que hasta yo misma me perdía en mis explicaciones. Con Cristina y mi confesor resultó todo muy fácil y me dieron esperanza. Me dijeron: «Sigue a tu corazón». Cuando se lo conté a mi amiga, me debí de poner muy tremendista, porque me dijo: «¡Hija, qué susto me has dado! Pensé que era algo muy gordo y es solo esto». Mi mamá, que se llama como yo, María, tardó mucho mucho tiempo en entenderme. Fue muy duro y sentí una incomprensión tan grande como la que sentía de mí misma.

Volviendo a Juana, me fui acercando todo lo que podía a ella, para que confiara en mí, para que pasara más tiempo a mi lado y se fuera haciendo más amiga mía. Y lo fui consiguiendo. A menudo quedábamos y no solo con la pandilla. Venía a mi casa a que le echara las cartas. Por aquel entonces lo hacía para mis amigos. Acertaba muchas cosas y no únicamente en temas de amores y desamores. En una ocasión llegué a vaticinar que dos miembros de la pandilla iban a tener un accidente con su coche nuevo y pasó.

Juana cada día era más amiga mía, así que me vi con fuerza de empezar mi conquista. Comencé a mandarle cosas a escondidas. Cristina era quien estaba informada de todos mis pequeños logros y en muchas ocasiones se hacía pasar por mensajera o cartera para entregárselo ella misma: que si un ramo de flores, que si una pipa (coleccionaba pipas de fumar), una botella de whisky Johnnie Walker etiqueta negra, y cada regalo acompañado siempre de un escrito con un dibujo o una poesía. Le escribía notas como:

«Tengo un sueño, un sueño que es mi meta, una meta que quiero sea mi realidad. Deseo hacerte feliz y que tu mirada sea mi sol y tu sonrisa me ilumine todos mis días».

Un día me armé de valor y decidí que le diría que yo era la misteriosa amiga que le dejaba los regalos, las notas y las poesías, y le preguntaría si quería salir conmigo. Hasta compré champán para celebrarlo si me decía que sí. Quedé con Juana en El Portal, uno de nuestros lugares habituales para tomar café, antes de quedar con el resto de la pandilla, sobre las 17:00 horas. Juana y yo solíamos ser impuntuales, pero esa vez me esforcé por llegar temprano y esperarla. Se me hicieron eternos los quince minutos que se demoró.

Cuando llegó le dije que estaba muy guapa y, sin más, le solté que era yo quien le estaba mandando los regalos. Ella se quedó blanca. Recuerdo su expresión de no entender nada, mientras yo me rompía por dentro al entender que eso era un claro «no, gracias». Había imaginado una reacción muy diferente, como que me miraría a los ojos para decirme que sentía lo mismo, que me rodearía con sus brazos sin palabras y que nuestros corazones latirían al unísono, incluso que me besaría dulcemente en los labios… Pero nunca imaginé esa mirada fría y esa decepción y desprecio al ser conocedora de semejante noticia.

—No quiero saber nada más —me dijo y se fue, dejándome allí plantada.

Pudieron pasar más de diez minutos hasta que me recompuse y volví a mi ser. Me dirigí a la primera cabina telefónica a contarle a mi amiga Cristina lo que había pasado y a que me consolara en mi primera decepción en este nuevo mundo que se abría para mí. Era finales de mayo de 1987 cuando me dieron mis primeras calabazas y tuve que curar mi primera herida por una mujer. Necesitaba salir de Burgos e irme muy lejos, aunque antes quería aprobar los exámenes finales. A partir de ese día Juana procuraba no coincidir conmigo y yo me fui distanciando de la pandilla.

En clase de karate mi compañera favorita Eva yo la llamo Evita Dinamita - фото 10

En clase de karate, mi compañera favorita, Eva —yo la llamo Evita Dinamita, porque es como yo, inagotable— me comentó que estaba pensando en hacer un viaje en tren con interrail que acabaría en Glasgow, donde pasaría un semestre con una beca que había conseguido en su universidad. Estaba estudiando Filología Inglesa.

Durante el mes de junio estuve muy ocupada con los exámenes y mis dos trabajos: dar clases particulares y repartir publicidad. El poco tiempo libre que me quedaba lo dedicaba a preparar el viaje, así que apenas me di tiempo a llorar la pérdida del amor de Juana.

Decidimos finalmente que visitaríamos Francia, Bélgica y Holanda durante dos o tres semanas y luego Evita rumbo a Glasgow y yo a Londres, donde pasaría alrededor de un mes y medio. A finales de mes comenzamos nuestro gran viaje. De nuevo haría mi segundo viaje fuera de España sola y esta vez con solo adultos en la primera parada. ¡Empezaba toda una aventura! Nuestros padres nos acompañaron a despedirnos a la estación y durante todo el trayecto y la espera no pararon de darnos recomendaciones con lágrimas en los ojos. Allí cogimos un tren que nos llevaría desde Burgos a Burdeos. Apenas dormimos durante toda la noche. No paramos de hablar y leer sobre todo lo que queríamos visitar. Habíamos comprado un montón de guías Michelín y de guías trotamundos.

Mis padres accedieron a que hiciera este viaje, porque mi amiga Evita tenía amigos en muchos lugares y sus padres llamaron a los míos para tranquilizarles y darles confianza sobre todo lo que teníamos planeado. En Burdeos cogeríamos otro tren que nos llevaría a Périgueux. Allí nos esperaban unos padres y sus hijos, amigos de Evita, y aunque no era de nuestros destinos favoritos, lo aprovechamos muy bien. Además de conocer esa preciosa cuidad y sus alrededores, como nuestras maletas eran muy pesadas (te recuerdo que antes no había maletas de ruedas y las maletas de cuero eran de todo menos ligeras), decidimos enviar parte de nuestro equipaje de vuelta a nuestra ciudad natal.

Tres días después estábamos camino de París, donde nos alojaríamos en un youth center en el centro de la ciudad. Soltamos nuestras maletas en una consigna y nos fuimos a recorrer las calles de la capital parisina. Íbamos de un lugar a otro andando sin parar, entrando en museos, exposiciones e iglesias y disfrutando de las calles, de los parques y de tantos puentes por los que el río Sena pasaba a su antojo. ¡Qué belleza de ciudad! ¡Qué maravillosa arquitectura! Habíamos comenzado nuestra andadura a las nueve de la mañana y ya eran las veintitrés horas, así que teníamos que volver para que nos dejaran entrar en nuestro alojamiento.

Llegamos muertas y con los pies llenos de ampollas. Nuestra sorpresa fue que cuando llegamos no teníamos camas. Estaban todas ocupadas. Llamamos al que nos abrió la puerta y este les pidió a dos chicos nos dejaran las dos literas donde estaban acostados. En otro momento me hubiera muerto de asco, pero en ese instante estaba exhausta. Demasiadas emociones y mucho cansancio acumulado por el largo viaje del día anterior y todo el día caminando, así que cerré los ojos y me tumbé en una de las literas que aún estaba caliente. En mi cara se debía dibujar una enorme sonrisa, hacía tiempo que no me sentía tan viva. Mi cansancio hizo que me venciera inmediatamente el sueño. Esa misma noche decidí que iba a aprender a hablar francés.

Y así seguimos disfrutando de París durante cuatro días más. A veces tan solo comíamos un trozo de fuet y un quesito, pero merecía la pena ver tanto derroche de belleza: los Campos Elíseos, la Torre Eiffel, el Louvre, Notre Dame, los jardines de Luxemburgo, el centro Pompidou, el Arco del Triunfo…

Sin lugar a duda, el barrio que más me gustó fue Montmartre, el barrio de los pintores, artistas e intelectuales donde se sitúa la basílica del Sacré Coeur, el Sagrado Corazón. Es una zona bohemia. Yo la encontraba algo prohibida, una zona muy singular donde vi antiguos cabarets y al estar situado en una colina, pude contemplar las vistas más espectaculares de París y, lo más importante, me perdí por las calles como antes lo habían hecho Amélie y Picasso.

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