Me dirigí a la boca de metro para ir a Victoria Station, pero cuando llegué tampoco estaba. Llamé al teléfono que tenía de Ian. Nadie me contestó, así que busqué un lugar donde pasar la noche. Ya eran casi las diez y no quería pasearme con mi maleta. En el hotel me dieron una habitación en un basement —de nuevo otro sótano—, una habitación grande sin ventana en la que había dos camas de matrimonio. El recepcionista que me atendió era un corpulento hombre negro, sin pelo, parecido a Cuba Gooding Jr., que me acompañó a la habitación.
Dejé mi maleta y decidí ir a comer algo antes de irme a dormir. De regreso, me encontré de nuevo al recepcionista, que me saludó muy animosamente. Me sorprendió su pícara sonrisa, y me despedí también sonriéndole y con un breve «good night». Iba a cambiarme y a darme una ducha. Bueno, en Londres no hay apenas duchas, solo hay bañeras —muy incómodo, si no te quieres relajar tomando un baño—. Como decía, había abierto ya mi maleta, que había puesto encima de la otra cama, cuando llamaron a la puerta. Fui a abrir cuando, de repente, el recepcionista me abordó de forma violenta, entrando en la habitación sin permiso y sujetándome con sus dos grandes manos los brazos impidiendo que me pudiera mover de medio cuerpo hacia arriba. Sin mediar palabra alguna, comenzó a besarme de manera violenta y mientras lo hacía, entré en pánico pensando que me iba a violar.
Unos segundos más tarde me tranquilicé y decidí fríamente barajar todas las posibilidades que tenía. Si chillaba, nadie me oiría —estaba en un basement—; si me ponía a defenderme con fuerza, tenía las de perder, dado su enorme cuerpo, así que le seguí el juego unos minutos y en el momento en que empezó a empujarme hacia la cama, conseguí pararle, y agarrándole de la cara, logrando que captara mi atención y me escuchara, le dije que estaba agotada del viaje y le propuse que cuando descansara seguiríamos.
No sé ni cómo lo hice, pero logré zafarme de él y acompañarle hasta la puerta. Cuando estuvo fuera del sótano, cerré por dentro de todas las formas que me fue posible, con la llave y los pestillos que había. Me pasé media noche temblando mirando a la puerta por si volvía. Al día siguiente salí con sigilo del hotel. No me despedí, tan solo dejé las llaves encima del mostrador, aprovechando que no había nadie en ese momento.
Salí y busqué una cabina para llamar de nuevo a Ian, pero una vez más nadie me contestó. Me dirigí a unos policías a los que les pregunté cómo ir a Crossford Street. Al verme, no dudaron en pedirme que subiera a su coche. Me dijeron que me llevaban, que era muy complicado llegar. ¡Qué amables! Tuve tentaciones de contarles lo que había vivido en el hotel la noche anterior, pero no lo hice por miedo a que no me creyeran.
Llegué a la calle donde vivía Ian, todo un lugar lleno de grafitis y pintadas nada agradables, ni a la vista, ni por el contenido que presentaban. Nunca antes había estado en esa zona de Londres y, la verdad, me pareció algo peligrosa. Me dirigí a su apartamento y llamé. Una vez allí, Ian me recibió con una gran sonrisa. «Wellcome», me dijo, y me dio un fuerte abrazo. Por fin, conocí su hogar nada lujoso: una cocina sin apenas electrodomésticos, ni muebles; un cuarto de baño con una gran bañera; un salón con un bajo sofá de dos plazas y un mueble bajo con una televisión, y dos habitaciones, cada una equipada con una cama matrimonial y un armario.
Me indicó cuál sería mi dormitorio y dejé allí mis cosas. Ian me dijo que había dejado de trabajar en Casey Jones hacía meses y que había empezado a trabajar en el metro de Londres. Por mi parte, le comenté que había decidido no trabajar tampoco en la hamburguesería, que prefería trabajar en un restaurante o en un pub.
Dos días después me contrataron en un pub-restaurante situado en un barco a orillas del Támesis en Victoria Embankment, llamado Tattershall Castle. Hice nuevos amigos y me lo pasaba muy bien. El ambiente de trabajo era muy bueno, especialmente, cuando trabaja con Lisa y Jhonny. Lisa era una chica negra absolutamente preciosa. Tenía una piel fina aterciopelada de una belleza y sensualidad inigualables, unos ojos color canela, una preciosa melena rizada y unas largas y musculosas piernas. Se parecía mucho a Halle Berry. Estoy segura de que sea cual sea tu condición sexual estarías encantada de estar a su lado. Nos reíamos muchísimo de todo, en especial de muchos clientes, de lo que nos decían, de los flirteos que practicaban con nosotras… Si no estaba atendiendo y me encontraba en la barra, a menudo me quedaba con la boca abierta mirándola cómo se movía y contorneaba de forma natural, para dirigirse a los clientes que entraban en el bar.
Un día me pidió saliéramos por la noche y me quedara a dormir en su casa. Yo accedí. Salimos por la zona de Marble Arch y Notting Hill, una de las zonas más divertidas y a la que va gente joven. Hay muchos pubs. Cenamos en uno y luego fuimos a varios bares para tomar unas copas, más bien unas cervezas, porque el alcohol en Londres es muy caro y te ponen unas copas muy poco cargadas y de mala calidad.
A la una y treinta horas de la noche cerraron todo, así que decidimos ir a su casa. Vivía en Chepstow Road, por lo que fuimos andando. Llegamos a su casa, la cual compartía con un antiguo novio, Rock, con el que se llevaba a las mil maravillas. Estábamos rotas, así que nos fuimos a dormir. Su cuarto tenía una gran cama, un tocador y un armario. Se me hizo un nudo en la garganta cuando me di cuenta de que compartiríamos la cama. Estaría a su lado, compartiendo ese íntimo espacio con semejante monumento. Me imaginé siendo la envidia de cualquiera.
Me lanzó una camiseta larga para que me la pusiera a modo de pijama y ella comenzó a desnudarse sin ningún tipo de inhibición. Me coloqué de espaldas y me cambié todo lo rápido que pude; de hecho, cuando deposité mi ropa sobre una de las sillas, ella todavía se estaba quitando los pantalones.
—¿Qué estás esperando? —me dijo—. Métete en la cama.
La obedecí sin rechistar y me hice un ovillo, pues la cama estaba muy fría. Cuando ella acabó, hizo lo mismo y para mi sorpresa se puso detrás de mí y me rodeó con sus piernas y sus brazos. Sentí que se me paraba la respiración y que me iba a dar un ataque al corazón, que me mataría en ese mismo instante. De tener escalofríos pasé a tener unos sofocos como si estuviera en una sauna.
—Estoy helada, María. ¿Te importa abrazarme tú y pasarme tus manos por la espalda?
La verdad era que lo que me hubiera pedido en ese momento lo hubiera hecho. Nos giramos y ahora era yo la que suavemente pasaba por su espalda mi mano derecha, dibujando círculos y ochos. Ella agarró mi brazo izquierdo y me lo pasó por su cintura sujetando mi mano. Pegó completamente su cuerpo al mío, pareciendo una prolongación la una de la otra. Yo me sentía en el cielo y no quería que aquello acabara. La piel de Lisa era justo como me la había imaginado, con un tacto sedoso exquisito y su olor, a pesar de la noche que habíamos pasado, era una mezcla de vainilla y canela con algunas notas de madera de roble, que me llevaba a sentir una atracción física como hasta ahora no había experimentado.
De repente, Rock entró en la habitación. Le maldije por estropear el momento mágico que estaba viviendo. Se puso a hablar de temas sobre su casero. Se quejó del frío. Llevaba una camiseta de manga corta y un pantalón corto. «Normal que tenga frío», pensé, y se terminó metiendo en la cama de Lisa. Ahora la situación había cambiado y me empecé a sentir muy incómoda. Me encontraba entre Lisa y Rock. Ella se quejó, pero tampoco lo echó de forma tajante y yo no sabía qué hacer, así que fingí que estaba dormida. Al rato Rock empezó a tocarme explorando mi pecho. Después iba a meter su mano en mis bragas, cuando di tal salto en la cama que casi salí disparada. Sin decir nada, me vestí lo antes que pude.
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