Los capítulos séptimo y octavo introducen un relativo cambio de perspectiva. Si los anteriores podrían considerarse como de historia política desde arriba, estos podrían ser de historia política desde abajo, historia social o historia de la vida cotidiana. Pero hablan de lo mismo, en la medida en que se considera que un régimen no se caracteriza sólo desde la perspectiva de la alta política o de sus relaciones con los principales grupos de poder. Se caracteriza también por su relación con la sociedad en su sentido más amplio y no únicamente en la dirección de abajo arriba cuanto también en la inversa. No otro en el fondo es el elemento esencial de la problemática del consenso. De esto se ocupa el capítulo siete en el que se da cuenta de los resultados de un proyecto de investigación colectivo y se subraya la importancia de aquella noción de consenso en el sentido de lo que pueden ser las ofertas del régimen, su voluntad o no de movilizar a la población, su capacidad para hacer ofertas simbólicas de integración. El mayor potencial en todas estas direcciones de los regímenes fascistas, el italiano y el alemán, respecto del franquismo, encontró su justa correspondencia en el carácter mucho más ferozmente represivo de este último en tanto que represión política . Pero el tipo de consenso –activo o pasivo– que busca un régimen no se corresponde necesariamente con la receptividad de la población, con las actitudes sociales de la misma. De ahí las insuficiencias de la noción de consenso y de ahí la necesidad de indagar en estas últimas. Del mismo modo, el hecho de que el franquismo tuviera una menor voluntad movilizadora o sus ofertas, simbólicas o no, de integración fueran menores no se deduce que no existieran en absoluto, que no se dieran de forma parcial y selectiva. De todos estos extremos se ocupa el capítulo octavo, en el cual se indaga en el problema de las actitudes sociales de aquellos trabajadores a los que se dirigieron dichas ofertas y la extraordinaria complejidad que mostró su respuesta. Sin conseguir quebrar su discurso de clase anticapitalista y político en un sentido antifranquista, aquellas ofertas consiguieron abrir líneas de aceptación parcial, bien de la figura del empresario disociándolo de la del capitalista, bien de la figura de tal o cual ministro por contraposición a la imagen del régimen. De este modo los discursos de clase y antifranquista quedaban a salvo, no sin mostrar sin embargo la gran capacidad corruptora y la potencialidad generadora de asentimiento que contenían aquellas ofertas de integración que el régimen, por su propia naturaleza y equilibrios de poder, sólo practicó selectivamente. La complejidad de las actitudes sociales de los españoles, la existencia de una inmensa zona gris, la amplitud de un asentimiento más negativo y resignado que simplemente pasivo son otras de las conclusiones del conjunto de trabajos a que se refieren estos capítulos.
Aunque derivada ya en parte hacia problemas relacionados con la memoria histórica y las percepciones de la dictadura, el conjunto de las investigaciones anteriores se mantenía en un plano estrictamente académico alejado, por así decirlo, de toda preocupación por la dimensión social relativamente directa de los logros alcanzados. Podrá decirse, entonces, que adolecían de ese mismo ensimismamiento al que se aludía más arriba. O, mejor, se movían en el supuesto de lo que parecía un sólido terreno de fundamentación inequívocamente democrático de todos los sectores fundamentales, sociales, políticos y culturales de nuestra sociedad. El historiador escribe siempre, lo sepa o no, desde algún sitio, que no es otro que su propia sociedad. Algo estaba cambiando en ésta, sin embargo, en los últimos años de la década de los noventa, al menos desde el punto de vista de la aparición de los primeros síntomas de una ofensiva revisionista neoconservadora. Esto dibujaba el tipo de reto al que hacíamos referencia más arriba. Obligaba a plantearse lo que era en sí mismo una necesidad, pero que ahora se hacía más apremiante. De eso se ocupa el capítulo noveno en el cual se analizan los cortes y, en opinión del autor, desenfoques de una línea de interpretación de la historia de España, que podríamos llamar radical-democrática, que separaba el problema del franquismo del conjunto de la historia de España o que, peor aún, lo situaba como la culminación casi necesaria o inevitable de una cadena de debilidades, taras y fracasos históricos. Pero se alertaba también contra una normalización de la historia de España, que no era otra que la de su derecha histórica política y social, radical y acríticamente absuelta de cualquier responsabilidad en el advenimiento del franquismo. Este venía a presentarse como una especie de paréntesis sin responsables que en el mejor de los casos se saltaba y al que en el peor se le atribuían insospechados elementos benéficos para el advenimiento de la posterior democracia.
La otra cara de la ofensiva neoconservadora y revisionista era la que, expresamente o no, parecía no reconocer más nacionalismo en la España del siglo XX que el de los nacionalistas alternativos, los llamados periféricos para volver a situar el nacionalismo franquista dentro del tantas veces citado paréntesis , esto es, sin precedentes y sin efectos posteriores. No es que el capítulo décimo fuese concebido en modo alguno como respuesta a estos nuevos planteamientos. Se trata en realidad de una síntesis de una investigación más amplia acerca de los nacionalismos franquistas. 9Con todo, sin embargo, al localizar la existencia de dos nacionalismos franquistas y por tanto de dos ideologías nacionalistas en el franquismo, la de origen fascista y la nacionalcatólica finalmente dominante, no sólo se daba respuesta al viejo problema acerca de si en el franquismo había una ideología o una mentalidad. Se venía a poner también de manifiesto, casi involuntariamente y con el pudor del profesional de la historia, que muchas de las actitudes nacionalistas del presente, de los nacionalismos periféricos democráticos, en casos limitados, pero también y sobre todo del más agresivo y dominante nacionalismo español actual tienen más puntos de contacto con los nacionalismos franquistas de cuanto imaginan o están dispuestos a reconocer.
El capítulo que cierra el volumen se sitúa claramente en la problemática estrictamente actual de la memoria y el olvido del franquismo. Se incide en él en lo que puede haber de positivo en la actual demanda social de memoria, en tanto que demanda de una sociedad que quiere saber y que quiere saber más sobre el franquismo de cuanto hasta el momento hemos sido capaces de transmitir los historiadores y otros generadores de memoria. La nota más distintiva de todo esto sería seguramente el hecho de que el franquismo, su memoria, estaría beneficiándose de su propio legado. No hay una conciencia nítida, general y, en el plano institucional, absoluta de rechazo de la dictadura. Pero es difícil imaginar que una conciencia democrática, una cultura democrática pueda coexistir sin daño con una relativa ambigüedad respecto de un pasado dictatorial. Ambos aspectos se condicionan mutuamente. Y parece obvio que en ambos terrenos hay todavía mucho trabajo por delante.
Se apuntaba más arriba que no se trataba de que la historiografía se orientase en dirección antifranquista o renunciase a la agenda que le es propia. Espero que este volumen contribuya a centrar esa idea. Las más puras preocupaciones académicas muestran que el franquismo constituye el episodio más negro de nuestra historia contemporánea, al igual que los procesos que lo generaron, los actores sociales y políticos que lo apoyaron, los mecanismos y discursos de que se sirvió. No hay, por tanto, necesidad alguna de forzar las investigaciones o distorsionar los conceptos. La agenda del historiador se basta para ello. Falta sólo que éste sepa hacer frente también a la dimensión pública, en beneficio de la ciudadanía y de una cultura política democrática, de su propio trabajo.
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