A esto debe añadirse que los últimos años han conocido en la historiografía europea una auténtica espiral revisionista que debe identificarse claramente como conservadora o, por utilizar el término que va imponiéndose, neoconservadora. En Italia han sido el antifascismo y la memoria de la Resistencia los que se han situado en el punto de mira. 4Desde Alemania, Ernst Nolte lanzaba una andanada revisionista que no excluía una cierta comprensión de algunos aspectos de la Alemania nazi. 5En Francia era François Furet el que ponía en cuestión los referentes históricos del antifascismo europeo, presentándolo como una especie de compañero de viaje del comunismo. 6Ahora bien, eran desafíos respecto a una cultura política hegemónica, la del antifascismo, y a unas historiografías que habían operado siempre sobre la base de ese trasfondo cultural. Por eso, han encontrado en dichas historiografías las oportunas resistencias o han podido servir, como reto, para una renovación que, sin romper el marco original, ha contribuido a limpiarlo de algunos de sus aspectos míticos o menos críticamente percibidos. Para devolver, en suma, a la historia la complejidad que le es inherente sin dejarse ganar por simplificaciones alternativas, y peores. 7
Es precisamente la inexistencia de este marco lo que hace a la historiografía española, y especialmente a su proyección sobre la ciudadanía, más vulnerable. El asalto revisionista en España, al que no le faltan apoyos mediáticos e institucionales, no es a una cultura hegemónica antifranquista, sino a una cultura democrática escasamente fundamentada desde el punto de vista histórico y que nunca ha tenido en el antifranquismo su mito fundacional y legitimador. Por si fuera poco, este asalto revisionista coincide en España con una cierta tendencia a la reivindicación, pretendidamente neutra y objetiva, aunque en realidad, esta sí, acrítica y benovelente, de la derecha histórica española, de sus personajes, de sus actores sociales, políticos y culturales, y en la que el franquismo aparece como un extraño y molesto paréntesis a obviar. La paradoja que se dibuja así es particularmente llamativa: la derecha historiográfica reivindica a la derecha histórica y con ella toda una historia de España de la que, eso sí, es convenientemente expelida la izquierda; la izquierda historiográfica reacciona en cambio arremetiendo contra toda la historia de España; esa historia hecha de carencias y fracasos . Un regalo extraordinario que, por supuesto, la primera nunca agradecerá.
Es evidente que todo esto plantea un reto que, en lo que atañe a los historiadores, no podemos dejar de asumir. Debemos ser conscientes del problema, plantearnos la necesidad de proceder en esa tarea de recomposición o reconstrucción a la que aludía antes. Paradójica y afortunadamente, es la misma sociedad, sectores cada vez más amplios de la misma los que están reclamando este esfuerzo a través de esa extraordinaria demanda social de memoria que caracteriza nuestro tiempo presente. 8Tal vez en esta exigencia esté implícita la idea de que algo ha fallado en el proceso de construcción social de la memoria, de que de algún modo no hemos sido capaces de transmitir a la sociedad una visión de conjunto de la historia de España y de la historia de la España franquista.
Todo esto no quiere decir, naturalmente, que nuestra historiografía deba lanzarse a alguna suerte de antifranquismo retrospectivo, abandonar o distorsionar la agenda de las investigaciones que le es propia o limitar estas últimas para evitar su utilización por falsificadores interesados. Tampoco es cuestión de ignorar o rechazar frontalmente todo lo que nos puede llegar de la historiografía revisionista italiana, francesa o alemana: es mucho lo que hay que aprender de estos historiadores. Pero no se puede tampoco importar acríticamente y en bloque, e ignorar que ninguna innovación es neutra , que todas ellas se sitúan en unos contextos culturales y políticos específicos. Se trata por tanto de asumir críticamente las mejores innovaciones pero sin olvidar que eso mismo exige abordar con mayor intensidad y rigor otros retos que también son propios del oficio de historiador, como son el de proporcionar a la sociedad marcos interpretativos globales y análisis de conjunto de los grandes procesos históricos. Unos retos que, en la medida en que se hacen más apremiantes por todo lo que llevamos dicho, podían ser como un aldabonazo sobre lo que de ensimismamiento complaciente puede haber en nuestra historiografía.
El volumen que aquí se presenta no pretende resolver estos problemas. Su objetivo es más modesto: se trata de una sencilla recopilación de trabajos del autor, algunos de ellos difíciles de localizar, sobre fascismo y franquismo ordenados cronológicamente por fecha de aparición. En la medida, sin embargo, en que intenta recomponer una trayectoria investigadora e historiográfica sobre temas bien definidos, obedece a una lógica que marca perceptiblemente la evolución en el tratamiento de determinados problemas en relación con los sucesivos contextos historiográficos. Por esta razón tiene una función reflexiva relativa a la trayectoria del propio autor, pero que puede entenderse también como una contribución a esa reflexión general sobre nuestras prácticas historiográficas que se demandaba más arriba.
La propia división del volumen en tres partes apunta en la dirección mencionada. La primera de ellas despliega, por así decirlo, el abanico de las cuestiones fundamentales. Aborda en el primer capítulo el problema de los orígenes del fascismo español, su pluralidad y relaciones con la cultura española del primer tercio del siglo, su fracaso final durante la Segunda República. El segundo capítulo –único que altera el orden cronológico– se ocupa de la figura más prominente del fascismo español, mostrando la evolución –de fascistizado a fascista– de ese mito en que se convertiría la figura de un José Antonio que terminaría por volver en los últimos días de su vida a las posiciones más reaccionarias. El tercer capítulo trata ya del régimen franquista desde una perspectiva crítica respecto de las interpretaciones del franquismo como régimen autoritario o dictadura fascista para plantear por primera vez de forma explícita su caracterización como régimen fascistizado. El cuarto capítulo, relativo a la historiografía sobre el fascismo, constituye al mismo tiempo un punto de llegada y un punto de partida. En él se hacen explícitos muchos de los conocimientos que habían orientado algunas de las investigaciones anteriores, pero también se procede a una sistematización de los mismos al incorporar las grandes líneas de renovación historiográfica y señalar, más implícita que explícitamente, líneas de investigación futuras. Por estas razones, creo que sigue constituyendo un estado de la cuestión sobre el fascismo que hace perfectamente inteligibles las últimas aportaciones de la historiografía internacional al respecto.
La segunda parte aúna, por así decirlo, los problemas teóricos y la investigación empírica centrándose en el estudio del régimen franquista en sus relaciones con la sociedad y desde una perspectiva crecientemente comparativa. El primero de sus capítulos, el quinto, se centra en el problema de la unificación política de las fuerzas nacionalistas durante la Guerra Civil en lo que fue una auténtica captura política del partido fascista por parte del Estado y el inicio de lo que sería su definitiva subordinación. Pero presta especial atención al juego de los distintos actores, constata lo que hubo de contingente y nada predeterminado en el proceso y subraya lo que todavía permanecía abierto y por definir. Esto último era básicamente –como se observa en el capítulo sexto– la contraposición existente entre un partido subordinado pero todavía fascista y un régimen crecientemente fascistizado pero con fuerzas poderosísimas, como el Ejército y la Iglesia, dispuestas a frenar el empuje fascista del partido. Un empuje que se produjo como ofensiva, y como ofensiva fascista fracasada, en la crisis de mayo de 1941, dando así pie a la sedimentación de los equilibrios del compromiso autoritario. La definitiva subordinación del partido, él mismo ahora fascistizado del revés –es decir, privado por imposición de algunos de los elementos fuertes y decisivos de toda ideología fascista–, permite constatar que el régimen franquista fue el régimen fascistizado por excelencia, mucho más que la Francia de Vichy, por ejemplo, que buscó más inspiración en el ejemplo español que no a la inversa.
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