Josep María Jordán deja una obra relevante, pero puede recordarse por pequeños actos que lo sitúan como pionero de una manera de entender la universidad basada en la colaboración y en el trabajo en red. En cierta medida, es un precursor del VLC-Campus, de esa alianza de las universidades públicas del área metropolitana de Valencia. Quizá anecdótico, pero ilustrativo de esa vocación, fue su docencia en el grupo internacional de Economía de la Unión Europea. Coincidía semestralmente con mi grupo de Economía Mundial en mi universidad. Y tomamos como costumbre intercambiarnos una clase al año, él en la Politécnica y yo en la Facultat. Nadie nos obligaba, y ello pertenece al tipo de iniciativas que no son recogidas en los indicadores individuales de actividad académica. Pero siempre en esta colaboración, como en otras, el objetivo final de Jordán y el mío era el de motivar a nuestros alumnos a través de un concepto tan actual como la fertilización cruzada.
Jordán ha sido (y es) un profesor comprometido políticamente, sobre todo en el ámbito municipal de Liria, siendo alcalde de esa ciudad durante los albores difíciles de la democracia en la España de la transición. Hace un buen ejercicio de memoria histórica. La transición española merece respeto y no resultó necesariamente de pactos de dominación, sino de generosidad y pasión por una nueva historia que relegara la dictadura y el enfrentamiento. D’un temps que será el nostre…, dice la canción de Raimon. Muchos lo creímos y lo intentamos practicar. Jordán representa el mejor saber intelectual de la transición. De una transición que muchos contribuyeron a impulsar. Pero, como muchos otros, Jordán no eligió apropiarse de ella, sino contribuir de buena fe al debate económico e institucional de España. La historia del cambio político no es de renuncias, sino de una intensa controversia intelectual que ha quedado algo dejada de lado por la urgencia de la crisis actual. Debemos revisar el sistema político español en aspectos fundamentales, pero no por ello renegar de la labor de personas que intentaban hacer bien su trabajo, con responsabilidad, y que requieren toda nuestra consideración. Toda una generación que menciona Jordán, con nombres y apellidos.
Sería imposible resumir la obra de Josep María Jordán en breves párrafos y por ello recomiendo la lectura de sus memorias. Es destacable su contribución a la economía de la integración, con estudios relevantes en el momento en que se analizaba la adhesión de España al proceso europeo. Siempre fue por delante en desgranar, de manera consciente y clara, los mitos de la integración en el espacio euro-mediterráneo. Como él mismo apunta, su visión de la realidad económica fue evolucionando desde la comprensión de la combinación de elementos de distintos paradigmas, con lucidez en la detección de las deficiencias estructurales de la economía española. Siempre de manera ajena al oportunismo político y con una firmeza intelectual congruente con su elegancia al exponer sus argumentos, soportados por evidencias.
Quienes hemos leído y escuchado a Jordán podemos dar fe de tres atributos. Uno, muy evidente para sus lectores: claridad, concisión, profundidad, un prodigio de escritor. Lo anota todo y trabaja en trenes y aviones. Y aporta obras no técnicas y entrañables en castellano y catalán, como Cartes a Judes, entre otras. Leyéndolo, nos conocemos mejor a nosotros mismos y encontramos sentido a las cosas.
El segundo atributo es su vocación internacional, siempre insatisfecho con sus límites, ansioso por aprender de sus referentes académicos y con un buen dominio del inglés en una época en la que a los profesores les costaba expresarse en esa lengua.
El tercero es su capacidad de compartir sus lecturas con sus amigos y lectores. La historia de Pepe se puede escribir a través de los libros que ha leído y que has leído porque él los ha leído. Y es que resulta admirable su capacidad de recordar lo que lee y sobre todo, dónde lo leyó y qué impacto tuvo su lectura en cada momento de su vida.
Este prólogo puede parecer un panegírico de Pepe Jordán. Pero lo es más de una generación que aportó lo suyo para hacer este país mejor de lo que cree ser. Y de una manera de entender la universidad que supone sentar bases de madurez y responsabilidad en investigadores y estudiantes.
El sistema no siempre fue justo con Pepe Jordán, lo que se trasluce en algunos fragmentos de sus memorias que él expone sin rencor. Cuenta que uno de sus leiv-motivs es la canción Resistiré. Jordán resistió a las presiones de obedecer algunas imposiciones incomprensibles. Y al ser como es no se equivocó, lo que deseo expresar con contundencia. Como profesor ha sido muy apreciado en el entorno español, pero también en el ámbito europeo, como muestra su participación en el grupo de asesores externos deThe European Report on Development en 2010, elaborado por la Comisión Europea.
Este libro no es solo autobiográfico, sino también biográfico, pues muchas personas se verán reflejadas en su historia y les encantará recordar sus hechos a través de sus colaboraciones con Josep Maria Jordán Galduf.
Querido Pepe, si vuelves a escribir no te reprocharé que no te retires.
JOSÉ MARÍA GARCÍA ÁLVAREZ-COQUE
Valencia, noviembre de 2014
INTRODUCCIÓN
¿Dónde estamos ahora?, «Where are we now?», se preguntaba en 2013 el cantante británico de las mil caras, David Bowie, en una de sus últimas canciones, como una despedida. Y eso también me pregunto yo aquí, cuando termina mi carrera en plena madurez y parece que me pierdo gradualmente en el camino del tiempo: ¿dónde estamos ahora?
Estas son mis memorias como profesor universitario durante los cuarenta y dos años que van de 1973 a 2015. Como acertó a decir hace tiempo Antonio Tabucchi, «una vida no se escribe, se vive». Aun así, yo he querido mostrar aquí mi labor como docente e investigador. Ello me permitirá descubrir a la vez el rastro de numerosas personas que, de un modo u otro, apoyaron esa actividad y me hicieron mucho bien. Evidentemente, no es un relato completo de aquello que he vivido como profesor. Toda narración es siempre selectiva, y lamento que habrá compañeros que dejaré de nombrar, aun cuando les guardo admiración y afecto.
No quiero aparecer en estas memorias ni como un héroe ni como un antihéroe. Todos tenemos unas determinadas capacidades para nuestro trabajo y todos hemos vivido nuestras propias experiencias. Cuando yo era joven me gustaba jugar al baloncesto. Soy más bien bajito, y tampoco he tenido nunca un gran tiro a distancia. Sin embargo, tenía una buena visión del juego, era rápido y buen pasador. Como profesor universitario, no creo haber tenido una inteligencia privilegiada ni unas especiales dotes para la investigación, pero sí una buena intuición, una gran capacidad de trabajo y una verdadera vocación docente. También un cierto sentido de la responsabilidad social y del compromiso cívico.
¿Dónde estamos ahora? El tiempo pasa y son muchas las cosas que van quedando atrás. De pronto, uno siente que él mismo comienza a alejarse de forma ineludible. Cada cual es hijo de su tiempo, de la época que le ha tocado vivir, y es allí donde se reconoce y se siente alguien. Sin embargo, también es verdad que existe un puente permanente entre las sucesivas generaciones, y reconocemos en nosotros la herencia de otras personas que nos precedieron en el tiempo.
«Somos lo que dejamos en los otros», dijo en cierta ocasión la escritora mexicana Ángeles Mastretta. Yo también lo creo así. Los seres humanos imprimimos nuestra huella los unos en los otros, a veces de forma positiva y otras de manera negativa. Yo quiero acordarme aquí, sobre todo, de las cosas positivas, y expresar mi gratitud a todas aquellas personas que dejaron en mí una influencia que me ha hecho ser un poco mejor. Deseo igualmente que el rastro que pueda dejar mi propia conducta haya sido beneficioso para alguien.
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