Adolf Tobeña - Devotos y descreídos

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Este libro aborda las bases biológicas de la creencia religiosa y, más concretamente, constituye una incursión en la neurobiología de la religiosidad, de las convicciones antireligiosas y del escepticismo ante un asunto tan delicado. En este paseo repasaremos los adelantos en las indagaciones anatómicas, moleculares y cognitivas sobre la tendencia a las creencias trascendentales y a las propensiones descreídas. A estas alturas empieza a divisarse la posibilidad de anclar las inclinaciones a la espiritualidad, la trascendencia y la devoción religiosa en circuitos y engranajes del cerebro. Este será, por lo tanto, el territorio de investigación a pesar de que a menudo perderemos de vista el tejido nervioso para adentrarnos en las arquitecturas de las tareas cognitivas que segrega el cerebro o en las costumbres y normas sociales donde de manera tan promiscua se incardinan las creencias y los hábitos devotos.

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Vigencia de la religiosidad: perfiles de la devoción y el secularismo en el mundo

Los estudios de las ciencias sociales sobre las religiones habían asumido, durante mucho tiempo, que el pensamiento religioso es «primitivo», no-racional, incompatible con la ciencia y, por todo ello, condenado a declinar. Los hallazgos contemporáneos sugieren, por el contrario, que la devoción religiosa se asocia a una buena salud mental, que responde a cálculos de coste-beneficio y que perdura a despecho de la educación avanzada y el entrenamiento científico. Aunque los profesores, los científicos y otros norteamericanos muy instruidos son menos religiosos que la población general, la magnitud de esa distancia en devoción no supera a la detectable en función de la raza, el sexo u otros factores demográficos. Además, con frecuencia los investigadores de ciencias «duras» se muestran más religiosos que sus colegas de las humanidades o las ciencias sociales (Laurence Iannacone, Rodney Stark y Roger Fiske: «Rationality and the “religious mind”», Economic Inquiry , 36, 1998, pp. 373-389).

Aunque vengan de lejos y muestren signos de decrepitud, las religiones institucionalizadas continúan muy activas hoy en día. Se había insistido en que las religiones vivían sus postrimerías, que habían entrado en un ocaso irreversible. Que la penetración de las ideas de la Ilustración, junto con la expansión del conocimiento y las tremendas transformaciones impulsadas por las innovaciones tecnológicas debidas al ingenio, la curiosidad y la laboriosidad humanas, tenían que conducir a que las religiones perdieran influencia, de manera paulatina, hasta desaparecer totalmente. De momento, no hay indicios ni señales de que tales predicciones tengan que cumplirse en absoluto [111, 123, 249]. La formidable secularización de las sociedades avanzadas actuales convive con fenómenos al alza como la proliferación de movimientos espirituales y sectas de todo pelaje y condición, el renacimiento sorprendente de los sanadores y curanderos alternativos, el auge de las doctrinas místicas y las ejercitaciones en rituales y procedimientos con fundamentos mágicos, así como el éxito apabullante de los libros, films y juegos de temática esotérica [94, 115, 248].

Las grandes iglesias monoteístas, por su parte, no solamente viven un periodo dulce gracias a la derrota inapelable de quienes fueron sus principales competidores laicos (utopismos humanitaristas como el comunismo o el anarquismo), sino que se han revitalizado y han acentuado su penetración en muchos rincones del planeta, en particular en los países emergentes y en vías de desarrollo. Hay, por lo tanto, una pérdida de influencia relativa de las religiones institucionales en Occidente que queda más que compensada por su peso creciente en el resto de sociedades y por los múltiples rebrotes de religiosidad y espiritualidad «renovada» entre las capas poblacionales más educadas de las comunidades ricas.

La religiosidad individual sigue, por otro lado, muy vigorosa y hay multitud de datos para corroborarlo. Los norteamericanos (la sociedad líder en la antorcha tecnológica, todavía) confiesan tener vivencias y creencias de naturaleza religiosa en unos porcentajes altísimos. Más de un 90% responden de manera afirmativa a preguntas como, por ejemplo: «¿cree usted que hay fuerzas sobrenaturales –más allá, por consiguiente, de lo que conocemos a través de la experiencia y del progreso científico– que inciden en el mundo y con las que puede comunicarse mediante la plegaria, la invocación u otros métodos?». Responden así cuando se les piden esas precisiones no por teléfono y con prisas, sino en entrevistas elaboradas y muy trabajadas, previamente concertadas y sometidas a revisión cuidadosa por parte de expertos independientes. Los sondeos llevados a cabo por los institutos de sociometría más solventes, como Gallup (), Pew Research Center () o World Values Surveys (), así lo acreditan una y otra vez.

Los hallazgos de un gran sondeo del Pew Research Center, en 2007, sobre una población de 35.000 ciudadanos de EE. UU., de edades superiores a los 18 años, indicaron que más del 90% profesan creencias en un dios personal o en espíritus o fuerzas sobrenaturales con influencia universal. El 71% manifiestan tener una certeza total sobre la existencia de esos agentes. El 58% de los norteamericanos, además, rezan una vez al menos cada día. A pesar de que el porcentaje de los que se declaran sin afiliación a ninguna religión en particular ha crecido en las últimas décadas y se sitúa ahora alrededor del 12%, las cifras de los ateos y de los agnósticos se mantienen bastante estables, oscilando entre el 1,5 y el 3,5%, en total.

Hay que tener presente, no obstante, que existen variaciones considerables en la magnitud de las categorías «arreligiosas» en función del tipo de sondeo. Se producen más concordancias en los ateos porque se adscriben a una negación tajante, pero hay agrupaciones peculiares y muy variables para los que expresan modalidades de escepticismo, dudas o carencia de filiación crédula específica. Esos institutos sociométricos proporcionan datos globales, con regularidad, así como comparaciones entre países y regiones del planeta que confirman, por regla general, la preeminencia de la religiosidad en todos lados, con mosaicos afiliativos y doctrinales más o menos variados (, un sitio web versátil para ir siguiendo las variaciones sobre creencias, prácticas y deserciones religiosas a escala mundial y regional).

En España, cerca de un 80% de ciudadanos también consigna una creencia firme en Dios o en fuerzas sobrenaturales con influencia universal (véanse los datos de los sondeos del CIS, durante los últimos veinte años, sobre creencias y prácticas religiosas). La plegaria regular es mucho menos común que en EE. UU. y la proporción de los que la practican a diario solo llega al 20%. En cambio, tener objetos domésticos de culto o iconos con simbolismo religioso (cruces, relicarios, altares, figuras, láminas) rebasa el 55% de los encuestados. Entre los jóvenes españoles, la cifra de los que se confiesan creyentes supera el 70% y cuando quieren dedicarse a profesiones prosociales o «humanitarias» (educación, sanidad) las proporciones de los que admiten tener creencias religiosas se elevan por encima del 90% ().

La secularización incontenible que se ha vivido en el último medio siglo en Occidente refleja más un declive en el seguimiento de las costumbres y las tradiciones religiosas de cada cultura que la debilitación de las creencias de fondo. En España, por ejemplo, solo un 13% de la población acude con regularidad a las misas dominicales, a pesar de que la proporción de los que se declaran católicos llega al 72%, según datos del CIS de julio de 2011 ( El Pais , Sociedad, 7-08-11, pp. 33-34). En los países que se presentan como paradigmas de la secularización consolidada y del retroceso de la religión hacia el ámbito íntimo y privado, con la desaparición de las señales de devoción y de los inductores de culto más aparentes, las trazas de la religiosidad continúan siendo sólidas. Dinamarca y Suecia, por ejemplo, son líderes destacados de esta tendencia europea al eclipse de la religión en la esfera pública, junto a Holanda, Gran Bretaña o Chequia [254, 255]. Pero cuando se mide con finura la propensión de las personas a la ideación trascendente o a la credulidad en agentes o espíritus sobrenaturales las cifras son altas también para los daneses y los suecos [94], además de mantenerse muy firme la adscripción a las costumbres y los ritos de la iglesia luterana en su calendario de festividades de un modo tan ferviente, o más incluso, como la de los católicos y ortodoxos expansivamente «ceremoniales» del mediodía europeo.

Buena parte de los malentendidos y las discusiones sobre cifras discrepantes al intentar detectar tendencias hacia la secularización o al rebrote o despertar religioso provienen de la dificultad de atrapar, con precisión, las bolsas de descreídos y arreligiosos en cada lugar. Como estas personas acostumbran a guarecerse bajo varias categorías no necesariamente excluyentes –los ateos, los agnósticos, los escépticos, los indiferentes, los laicos–, ello resulta en una danza mareante de porcentajes en función de las fuentes y las definiciones usadas en cada sondeo. El dato más firme es, no obstante, que incluso en las estimaciones que dan cifras más halagüeñas para los secularistas, estos acaban sucumbiendo en todas partes [256] ante los crédulos y los religiosos. Otra fuente de confusión deriva de obviar o minusvalorar la notable tendencia, en sociedades ricas, hacia la sustitución de la religiosidad enmarcada en tradiciones cristianas por una nueva espiritualidad, de raíz individualista, autocultivada y un punto esotérica, que algunos han bautizado como «espiritualidad poscristiana» [115, 248]. La fundamentación de esta espiritualidad reside en la creencia de que en las capas más hondas del yo personal hay destellos de la «lumbre divina»; que el camino iluminador del «crecimiento personal» permite acercarse a esos estratos profundos en la percepción de uno mismo, restableciendo así la fusión con lo sagrado a través de la huella divina y la subsiguiente reconexión holística con el cosmos, emergiendo de este modo del encapsulamiento alienador. Breve: la espiritualidad poscristiana se caracteriza por la idea de que el yo tiene un componente divino, y está impregnada por una concepción inmanente e inefable de lo sagrado. Se presenta como una alternativa ante las religiones cristianas (la fe) y el secularismo racionalista (la razón): como una tercera vía que trasciende a esas dos tradiciones. Al analizar algunas respuestas vinculadas con ese tipo de espiritualidad «posmoderna» en los World Values Surveys correspondientes a 1981, 1990 y 2000, en una quincena de países y cubriendo más de 61.000 respuestas en un lapso de 20 años, Houman y Aupers [115] obtuvieron datos sólidos que indicaban que esta nueva espiritualidad ha crecido, sobremanera, en los países desarrollados. Las preguntas del sondeo usadas para construir una medida pertinente de esta modalidad espiritual eran:

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