En la metrópoli se dan actos semejantes, como fue la representación en la Universidad de Salamanca, en 1619, de La limpieza no manchada, Comedia de la Concepción Inmaculada de la Beatíssima Virgen María (F 823), cuyo texto se encargó a Lope de Vega, pero, curiosamente, la representación a la compañía profesional de Baltasar de Pinedo. Este dato se explica por la costumbre de contratar a compañías de actores profesionales para este tipo de celebraciones, y así nos consta desde 1606 / 1612 y en catorce ocasiones más de la Universidad de Santiago de Compostela (González Montañés 2008, 7 y la Base de datos de TeatrEsco , F 2273); y en la de Universidad de Salamanca, desde 1560, incluso para obras escolares, consta por primera vez la participación de representantes profesionales pagados por los propios maestros (Framiñán 2006, 121).
Al plantearnos el enriquecimiento del conocimiento del teatro escolar o colegial colonial, que siempre tendrá su máxima base en la edición autorizada de textos, seguimos algunos principios. El primero es obviar aquellos textos que ya hayan recibido una o varias ediciones suficientes o rigurosas, como son las de las obras señaladas más arriba, trátese del Entremés de Llerena, de la Láurea crítica de Fernández de Valenzuela, de la Tragedia del Triunfo de los Santos u otras del siglo XVII, además de las ya editadas de Juan Cigorondo. Segundo criterio es elegir obras de notable valía aún inéditas o que, aunque publicadas, bien merecen una edición crítica y rigurosa. En tercer lugar, que sean representativas de distintos territorios, géneros y épocas. Sería ideal poder elegir obras tanto de universidad como de colegios de jesuitas, pero, a falta de textos de la primera procedencia, hemos recurrido a las del segundo grupo. Por tanto, ofrecemos al lector dos obras de colegios de jesuitas.
La primera obra seleccionada es el Colloquio a lo pastoril hecho a la electión del Padre Prouinçial, Francisco Baes y a la del Padre Visitador del Pirú, Esteuan Páez del P. Cigorondo, representada en el Colegio o Seminario de San Ildefonso de México en 1598, excelente muestra no solo del género de la égloga, situada a la altura estética a que en el teatro colegial de los jesuitas había llegado por obra de los Padres Llanos, Barzana (a lo que sabemos) o el mismo P. Cigorondo. Representa perfectamente al P. Cigorondo, en verso castellano y latino, situada en el vértice de ambos siglos, si bien representa más bien el último período del siglo XVI, comparable con el momento anterior al Barroco.
Por otra parte, el Coloquio de la Concepción , de autor desconocido o no suficientemente acreditado, como texto representativo del Virreinato del Perú, de cuyo territorio, fuera de esta obra, solo conocemos los textos de varias decurias ya avanzado el siglo XVIII, que no tienen entidad teatral suficiente como para representar los mejores frutos del teatro colegial. En los márgenes quedan algunas obras, más que colegiales, «conventuales», como las de fray Juan de la Anunciación, ya en el siglo XVIII 24 , y la relacionada con los Oratorianos titulada Bonanzas de las danzas 25 . También se elige el Coloquio de la Concepción como representativo del periodo del Barroco, aunque no recoja de él las características de su mayor esplendor en estilo y situación, porque no se pensó para una celebración triunfal como sería la de una beatificación o canonización, sino de la circunstancia más bien familiar del recibimiento del padre y pastor por una comunidad docente y discente. Por otra parte, en la ideación de texto y espectáculo es posible que se quieran poner en práctica nuevos elementos de la preceptiva neoclásica que estaban empezando a proponerse a los más selectos de los creadores literarios. Tiene, además, la ventaja de representar a la Provincia chilena de la Compañía con las galas de lo autóctono, frente a las aportaciones que el P. Haymbhausen había realizado a esa Provincia de las obras musicales, azarzueladas a su modo, por el P. Franz Lang, que, llegadas en años posteriores a nuestro espectáculo, se representaran en tierras chilenas (Alonso Asenjo 2014, RILCE ).
Por lo demás, el texto de este Coloquio de la Concepción está necesitado de una edición rigurosa y esmerada tras la primera, aunque meritísima, bastante elemental y desmañada. La segunda, en 2002, únicamente pudo aportar un texto más correcto y claro, pero sin el contraste con el manuscrito original que el autor, J. Promis, no pudo encontrar 26 . Un texto completo y crítico es el que queremos presentar con el necesario comento, a partir del cotejo con el texto del manuscrito reencontrado, tras situarlo en el marco correspondiente, que son la obras concepcionistas contemporáneas y, en particular, la Loa de la Concepción de Sor Juana Inés, que le sirve de marco y estructura, enriquecido, además, por varias composiciones de la misma musa, en particular secciones del Sainete segundo transmitido impreso con Los empeños de una casa , tributo de admiración y tácito homenaje de jesuitas a la monja jerónima.
De este modo, si no lo más válido de la Provincia de Chile (que no podemos afirmar por faltarnos términos para la comparación), ofrecemos la muestra más representativa del teatro de colegio de América del Sur con el Coloquio de la Concepción , que, por lo dicho, tiene, además, la ventaja de trasladarnos a la América del Norte, al otro Virreinato, mediante el aprovechamiento de obras allá nacidas. Repite así, de otro modo, el hermanamiento entre ambos Virreinatos mostrado por la realidad – ficción del Coloquio a lo pastoril de Cigorondo, con ese exigente viaje de los pastores peruanos a las verdes praderas tenochtitlanas, para allí recabar mayorales que cuiden de sus rebaños.
También, si en la primera de estas dos piezas se ofrece la producción de los jesuitas de fines del siglo XVI, en la fase manierista del humanismo o clasicismo antes de la eclosión del Barroco, en la segunda se presiente la disolución del Barroco, en la antesala del Neoclásico.
Ambas obras, que presentan un teatro de la palabra (no de la gran escenografía y aparato del Barroco) de 1598 a 1732, representan los 135 años centrales de la producción del teatro colegial colonial. Un poco más allá, en México, nos encontramos con el Barroco de esplendor que lució en las canonizaciones de Ignacio y Javier en México y Puebla (por más que no conservemos los textos de las representaciones) y, tras el Coloquio de la Concepción , en América del Sur, con el teatro musical de F. Lang trasladado de Baviera a Santiago o las zarzuelas desarrolladas en las misiones jesuíticas de chiquitos, moxos y guaraníes.
Aparece así el carácter de este teatro que da fe de la realidad colonial, juntando en Cigorondo a alguien que, nacido en España, se educa en la colonia, lo mismo que esta realidad compleja asoma, si no en el autor del Coloquio de la Concepción , a través de los implicados en el espectáculo, director, actores y público. En el arzobispo honrado no solo se cifran su Huánuco natal y la Lima de su actividad, con el lugar de procedencia como pastor, la Córdoba de Tucumán, sino que en él resuenan también sus antepasados vizcaínos, representados por alguien sin duda comprometido con el espectáculo, el P. Joaquín Villarreal. También en eso quedan hermanados ambos coloquios, pues soplan en el Coloquio a lo pastoril los mismos aires marinos de la Vizcaya ancestral, ya que, en la amplia colonia de vizcaínos asentados en la Cádiz marinera había nacido su autor, Juan Cigorondo (Garmendia Arruebarrena).
1.– Ahora pueden verse recogidas por Julio Alonso Asenjo en el «Catálogo del Antiguo Teatro Escolar Hispánico – Base de datos de la revista digital TeatrEsco », en línea: < http://parnaseo.uv.es/Ars/teatresco/BaseDatos/Bases_teatro_Escolar.htm.
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