Ya en España, a Puigdengolas le fueron concedidos dos meses de licencia para Madrid que disfrutó hasta el fin de octubre. nuestro protagonista, que había salido como soldado, había permanecido en Cuba alejado de su familia un total de 3 años, 7 meses y 14 días, o sea, todo el tiempo que había durado la guerra. Al regresar, lo hizo como primer teniente por méritos de guerra. Tenía sólo 22 años pero ya era todo un experimentado soldado curtido en las maniguas cubanas.
En octubre y tras disolverse el «Alcántara Peninsular nº 3» se incorporó a la zona de Madrid pidiendo el paso a la reserva en el Ejército e ingresando en el policial Cuerpo de seguridad donde desempeñaría su trabajo durante buena parte de su carrera. Entre agosto de 1900 y septiembre de 1902 estuvo destinado en santander. debió de ser en la capital cántabra donde se produjo una anécdota con diego Martín Veloz 6 que recogió el periodista José del río sainz 7 en julio o agosto de 1936, cuando Puigdengolas, tal y como luego veremos, era comandante militar de Badajoz:
El peligro más grave para salamanca se cernía por la parte de Badajoz, y allí acudió don diego, sin pararse mucho a pensarlo. Por el camino recibió la noticia desagradable:
–¿Sabes quién manda a los rojillos?
Respondió con un sarcasmo fácil: –¡la «Pasionaria»!
–Casi, casi. El coronel Puigdengolas…
Se quedó de una pieza. Era en lo que menos pensaba. Porque Puigdengolas, el coronel don Ildefonso Puigdengolas había sido uno de sus amigos entrañables. Hacía veinte o veinticinco años. En aquellos tiempos Martín Veloz dio al coronel, entonces teniente, una de esas pruebas de amistad que bastan para dibujar un carácter. Puigdengolas, que se hallaba a la sazón excedente, había conseguido que le nombrasen jefe de la guardia Municipal de una ciudad del norte de España. Pero apenas posesionado de su destino, se amotinaron contra él los republicanos, acusándoles de «reaccionario» y «militarista». Quien haya vivido a principios de siglo sabe lo que significaban estos motines. Era el tiempo de «los jóvenes bárbaros», verdaderos y tiránicos reyezuelos de las calles. lo mismo disolvian pacíficas procesiones, arrojando los santos al agua de una ría, que ponían veto a un arzobispo. A Puigdengolas habían prometido matarle. Cuando lo supo Martín Veloz, que se hallaba muy lejos, corrió en su auxilio sin dudarlo. Vamos a dar un paseo en coche –díjole al llegar–. Pero muy despacio para que puedan «retratarnos».
Y como lo dijo lo hizo. los dos amigos estuvieron todo un día dando vueltas a la ciudad en un coche descubierto que tenía que abrirse paso entre los grupos gesticulantes. nadie les hizo nada. Cuando acabó «la exhibición», don diego le dijo al teniente.
–Ahora vente conmigo al tren tírales el destino a la cara. 8
De santander, Puigdengolas fue trasladado de nuevo a Madrid donde en noviembre de 1902 aprobó los exámenes para oficial. Poco sabemos de su vida en esta época pero nuevamente volvió a demostrar su fuerte carácter cuando en agosto de 1903 se enfrentó en un duelo con un superior suyo, solución que entonces era considerada la más lógica y digna cuando las relaciones eran malas entre dos personas y se llegaba a la descalificación personal y a ofender el honor del otro. la noticia salió publicada en el periódico oficioso de los militares, La Correspondencia Militar , con las prevenciones lógicas sobre el informante ya que los duelos estaban prohibidos: «Dice un colega: En la tarde de ayer quedó honrosamente zanjada una cuestión personal que había surgido entre el comandante de Infantería don Juan Gómez y el primer teniente de la misma Arma D. Ildefonso Puigdengola» . 9 El hecho en sí mismo no tendría más importancia que la anecdótica aunque luego comprobaremos que los duelos tuvieron en esta fase de la vida del joven teniente cierta importancia. Además, el hecho de que tuviera un duelo con un comandante –un cargo muy superior al suyo– sólo podrá interpretarse como debido a una incontinencia verbal por su parte y cierto desprecio y falta de respeto al escalafón militar. según la fuente citada, no consta que ninguno de los dos militares resultase herido y sí que quedase salvado el honor de ambos. En 1904 sostuvo también duelos con los políticos republicanos rodrigo soriano y Vicente blasco Ibáñez, este último también periodista y más conocido posteriormente por su exitosa carrera como novelista. Por desgracia no hay una relación exhaustiva de las personas con las que se batió en duelo blasco Ibáñez pero sí sabemos que fueron muchas. El duelo entre Puigdengolas y blasco Ibáñez se mantuvo en secreto y no se hizo pública la identidad de Puigdengolas al que la prensa sólo citó como « un teniente del Cuerpo de Seguridad» . Esto se hizo así para evitar la intervención policial que debía evitarlo y, una vez llevado a cabo, para no perjudicar a ambos implicados. la prensa explicó así lo sucedido: «Desde el día en que los Sres. Blasco Ibáñez y Soriano 10 se desataron en el Congreso á competencia, en improperios, viene hablándose de un duelo concertado entre el Sr. Blasco Ibáñez y un teniente del cuerpo de Seguridad, que se dio por aludido por aquel señor. En este asunto ha intervenido la autoridad judicial, pero de una manera tan desdichada, que ni un solo día, ni un solo momento se ha dejado de hablar de las gestiones que han estado haciendo los padrinos de uno y otro duelista, con la complicidad de la autoridad del gobernador, que no ha sabido, ó no ha querido (porque poder es claro que hubiera podido), poner de su parte lo que hubiera sido menester, para que ese escándalo cesara y para que ese desafío no se hubiera llevado á cabo» . 11 La publicidad que se dio al duelo motivó que fuesen llamados a declarar ante el juez los directores de varios periódicos que cubrieron la noticia.
Tal y como he dicho, en cualquier caso blasco Ibáñez mantuvo muchos otros duelos destacando el que tuvo con Juan Alestuey, otro teniente del Cuerpo de seguridad, Cuerpo al que había ofendido blasco Ibáñez al criticarlo por una actuación demasiado dura contra unos manifestantes. Esto casi le costó la vida al republicano que se salvó gracias a que la hebilla de su cinturón paró la bala. debieron ser circunstancias similares las que llevaron al desafío entre el político y novelista valenciano y el también teniente Puigdengolas.
La restauración del honor mediante las armas se mantuvo hasta 1906, en que otro duelo de gran repercusión mediática propició la caída definitiva en desgracia de esta bárbara costumbre. El propio Alfonso XIII fue nombrado Presidente Honorífico de la «liga contra el duelo» que fue apoyada mayoritariamente por periodistas –los más desafiados por las circunstancias de su trabajo– y promovió que la policía persiguiese los duelos más severamente, que se persiguiesen también las calumnias y difamaciones y que se prohibiese a la prensa informar de duelos.
También en junio de 1904 Puigdengolas fue arrestado durante cuatro meses y nueve días por contraer «deudas injustificadas» sin que sepamos las circunstancias de éstas.
En marzo de 1905, el teniente Puigdengolas se vio envuelto en un incidente propio de su trabajo en la seguridad con una multitud de albañiles que habían ido a despedir a un compañero fallecido en un accidente laboral. según los cálculos de la prensa, se congregaron en la puerta del depósito unas 5.500 personas cuyos ánimos empezaron a calentarse cuando se corrió el rumor de que la policía tenía órdenes de dirigir a la comitiva por una determinada ruta. Pasadas las tres del medio día la comitiva salió del depósito encabezada por un hermano del fallecido y los directivos de la sociedad de albañiles «El Trabajo» seguida por una enorme manifestación de unos 5.000 albañiles y muchas mujeres. En determinado punto, antes de llegar a la Puerta de Toledo, una sección de Caballería de orden Público les esperaba para impedir que subieran por el paseo de los ocho Hilos y desviarlos por el de las Acacias. Entonces saltó la chispa, la comitiva intentó seguir por donde tenían pensado en un principio por lo que lo guardias intentaron primero convencerles para que desistieran y cuando vieron que no podían, les lanzaron los caballos encima. los asistentes al entierro entendían que estaban en su derecho e insistieron en su actitud, arrollando a los guardias que fueron apoyados por varios guardias civiles y algunos guardias de orden Público a pie. Entonces los guardias sacaron sus sables, armas reglamentarias, y las usaron contra los obreros, resultando «bastantes contusos y algún herido» . 12 Esta carga provocó el enfado de los trabajadores y de las mujeres que acusaron a los guardias de cobardía y de actuar así porque sabían que los albañiles iban desarmados. Intervino el Presidente de la sociedad obrera, quien se puso a parlamentar con el teniente de la sección montada de orden Público cuando, de repente, a éste le alcanzó una pedrada en la cabeza, lanzada según declararon varios de los obreros a un periodista por un individuo que no pertenecía a dicha sociedad. se reinició entonces el intercambio de espadazos, palazos y ladrillazos que provocó varios heridos y contusos, también entre los guardias. Estos se vieron muy apurados al ser rodeados por la muchedumbre por lo que el jefe ordenó hacer fuego, disparándose unos quince tiros. El efecto fue inmediato y los trabajadores se dispersaron por los campos cercanos.
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