Iago Tudela - Lágrima Dulce

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Octubre de 2019. En el barrio Gótico de Barcelona aparecen los cadáveres de varias jóvenes con misteriosos mensajes en sus cuerpos. Las macabras muertes se mezclan con la sublevación en la cual se encuentra inmersa la ciudad, adversa a una situación política y judicial que carga duramente contra el movimiento independentista de Cataluña. La investigación se tornará sombría cuando se descubre que dos de los cadáveres pertenecen a las hijas de un reputado juez.
¿Qué relación tienen los asesinatos con el histórico contexto político y social en España? La inspectora Lucía Guijarro tomará el mando de la investigación y dejará de lado su pasado para descubrir el autor de las muertes y la conexión de los asesinatos con una relación de amor prohibida surgida tres años antes a seiscientos kilómetros de distancia. Amor, política y suspense se combinan en esta novela que describe con exquisitez los detalles que no han salido a la luz sobre el procedimiento judicial en el que se juzgaron a los políticos independentistas de Cataluña, y los mezcla con una historia de ficción. Un thriller absorbente de lectura vertiginosa de principio a fin que invita al lector a tratar de diferenciar lo real de lo inventado.

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Pascual Vila colgó el abrigo en el perchero y se dejó caer sobre la silla.

—¿Qué quieresh, Nacho?

—Vengo del juzgado.

—Sí, te he visto al final de la sala haciéndote hueco como un pollo saliendo del caparazón.

—Aquello parecía la jungla. Nadie esperaba el giro de guion.

Se encogió de hombros el otro.

—Conoces a Carbonell casi tanto como yo. Domina la escena. ¿Ya tienesh el titular para mañana?

Robles se zafó del maletín y lo dejó en el suelo. Con el bolígrafo se quitó un trozo de dátil aplastado que le sobresalía de la suela del zapato.

—Esperaba que me ayudaras.

Vila fingió extrañeza. Ignacio Robles sabía jugar con la confianza que ambos tenían desde hace años, forjada a raíz del famoso caso de ADIGSA, la empresa pública de la Generalitat de Cataluña que rehabilita viviendas sociales, o comúnmente llamado el caso «del tres por ciento», en el cual el antiguo Gobierno catalán de Convergencia i Unió, supuestamente cobró comisiones por ese importe procedentes de los presupuestos de las obras públicas adjudicadas al Govern de la Generalitat. La caja de los truenos la destapó en 2005 Pascual Maragall con unas declaraciones sacadas de un artículo publicado en el periódico en el que escribía Robles. Sin embargo, Maragall tuvo que recular debido a los perjuicios que ello podría provocar a su partido y al Gobierno del tripartido. Años más tarde, el caso volvió a la actualidad y fue entonces cuando Robles y Vila se encontraron. Vila ayudaba a Carbonell en una parte de la investigación, y no simpatizaba especialmente con el Gobierno catalán de la época. Pequeñas píldoras de información, dadas con delicadeza y cariño a Robles, provocaron que este publicase un artículo a toda página que ponía en jaque al partido de Artur Mas por corrupción.

Desde entonces, no era la primera ni la segunda vez que Robles se dejaba caer por las dependencias judiciales para conseguir que el ayudante del fiscal le adelantase acontecimientos, en algún caso con tintes mediáticos, y proporcionarle de esa forma la primicia a su periódico. «El éxito de un buen periodista —se decía Robles— recae en los contactos que tiene y hasta dónde está dispuesto que le llegue la mierda».

—¿No tenéish suficiente material con el adobo que os da el juicio del procés? —tanteó Vila.

—No llevamos años siendo el periódico líder por conformarnos, Pascual. Lo difícil no es llegar al éxito, sino mantenerte en él. Y quiero acomodarme ahí.

El ayudante del fiscal se recostó en la silla. Miró hacia la pared acristalada por donde pasaba Merche con una caja de cartón llena de documentos, en cuyo lateral había escrito con rotulador negro la palabra «pruebas».

—Ya lo has visto tú mismo en la sala de vistash. Los hermanosh estaban compinchados. El jurado dirá.

Se rascó el mentón afeitado el periodista, buscando la inspiración para conseguir algo más. Vestía una camisa de cuadros marrones cuyo cuello abotonado sobresalía del pulóver color caqui. Se lo remangó tres dedos para airearse las muñecas, descubriendo un reloj con correa de cuero.

—Eso ya lo sé, Pasqui. Quiero saber lo que no se sabe. Y eso solo lo sabes tú, que cueces las habas desde dentro. Pensé que me advertirías de la estocada que tenía prevista en el último momento Carbonell.

—Te conozco, Nacho. Si te lo hubiera dicho, te hubiesesh publicado encima. No habrías guardado el secreto y Carbonell hubiera perdido el efecto sorpresa.

Encajó el golpe el otro.

—Una chica aparece muerta de madrugada en uno de los parques más simbólicos de la ciudad —dijo, intentando recomponerse—. Se ha celebrado el juicio y quiero publicar ya la sentencia.

—No soy adivino —contestó Vila, mostrándole las palmas de las manos—. Solo queda el hielo, el pescado está vendido.

Suspiró Robles, rendido.

—De acuerdo. Confío en ti y en que, si tienes algo, yo sea el primero en saberlo.

—Sabesh que siempre que puedo te ayudo, Nacho. Recuerda que fuiste al primero y al único que le filtré que había un vídeo de Oriol Junqueras dando clase a presosh en la cárcel. Creo que tu periódico llenó el cerdito con aquella exclusiva, y tú te llevaste algo más que un par de palmadas en la espalda.

Asintió el periodista con la cabeza.

—Touché.

Robles salió de las oficinas poniéndose el casco de la moto. En menos de veinte minutos cruzó media Barcelona zigzagueando entre los coches para llegar a la redacción de El Diari. Su director lo esperaba en su despacho con el teléfono apoyado en el hombro, en mangas de camisa y con la corbata desabrochada. Con un gesto con la mano, lo conminó a entrar.

Robles se quitó la cazadora mientras esperaba a que su jefe terminase de hablar.

—¿Cómo ha ido? —preguntó, tras colgar el teléfono.

—El fiscal se ha sacado una prueba de la manga y ha destartalado el circo que tenían montado los hermanos Fuentes.

—No me jodas.

Roger Creucoberta abrió los ojos como platos. Era el director de El Diari desde hacía más de diez años, los mismos que superior directo de Robles. Se peinaba hacia el lado con gomina, y siempre vestía con tirantes elásticos que le subían los pantalones de pinza pasados de moda más allá de la cintura. Parecía recién sacado de Mad Men.

—Como lo oye. Lucio quería cargarle el sambenito a Fabián para beneficiarse de su esquizofrenia.

—Joder. Qué cabrón. ¿Has hablado con Vila?

—Nada más salir. Agua de borrajas.

—De acuerdo. Pues venga, a escribir.

Robles entró en su despacho, y dejó el casco y la cazadora encima del sofá tipo Chester en el cual dormitaba las noches en las que la edición debía cerrarse de madrugada.

Fue a sentarse y encima de su mesa había un sobre completamente blanco.

—Eh, Aina, ¿sabes quién ha dejado esto? —preguntó a su compañera desde el umbral de la puerta, sosteniendo el sobre en la mano.

—Lo ha traído un mensajero. He firmado por ti. No tenía remitente.

Extrañado, abrió el sobre y de su interior sacó una pluma de ave.

3

Bilbao, septiembre 2016

Las nubes bajas que como de costumbre cubrían el aeropuerto de Bilbao hicieron que el aterrizaje fuera más incómodo de lo esperado. Lo advirtió el comandante, a escasos veinte minutos de la llegada:

—La pista de aterrizaje se encuentra encapotada por unas espesas nubes que dificultan la visibilidad de la misma —anunció—. Realizaremos un primer intento para tomar tierra. El protocolo permite un máximo de dos intentos. En caso de que ambos sean infructuosos, deberemos aterrizar en el aeropuerto más cercano. En este caso, el aeropuerto de San Sebastián.

Finalmente, no fueron necesarios más intentos que el anunciado, por suerte para aquellos pasajeros que no simpatizaban con los aviones. No era el caso de Melissa que, a sus diecinueve años, ya había visitado nueve países diferentes, incluidos tres continentes. La pasión por viajar de sus padres la había acostumbrado a tomar vuelos con frecuencia. Incluso ella misma —se decía— se veía capaz de completar la mecánica coreografía que realizaban los asistentes de cabina para informar de las medidas de seguridad del avión.

«Este Boeing 747 dispone de ocho salidas de emergencia. Cuatro en los extremos del avión y cuatro sobre las alas. En caso de pérdida de presión en cabina, de los compartimentos superiores de su asiento se desprenderán mascarillas de oxígeno. Tiren fuerte de ellas para abrir el paso del oxígeno», etcétera.

Sin embargo, este viaje iba a ser diferente al resto. Era el primero en que embarcaba ella sola. Acomodada en su asiento al lado de la ventanilla, durante todo el viaje vio pasar las nubes que la transportarían a la nueva vida que estaba a punto de emprender. Aquella que había elegido meses atrás con la ilusión de que la hiciera madurar, robustecer un carácter tallado con dulzura y, sobre todo, con la esperanza de desvanecer ese recuerdo que se le agolpaba recurrente en su permeable pensamiento. Aquella experiencia se le instalaba osada en su mente, sin atender a razones ni momentos, sacudiéndola desde dentro y convirtiendo su tranquilidad en la arenilla que baila dentro de un sonajero zarandeado por un niño. Melissa no quería recordar, pero las imágenes se le arrojaban insolentes de nuevo en su mente.

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