Podríamos decir que el deseo tiene que ver con la inmediatez, mientras que el querer afecta a lo duradero. El deseo es fugaz, el querer es permanente. Aplicando estos conceptos a nuestra reflexión, cuando una persona cae, tropieza, peca... (podemos expresarlo de diferentes formas), no solo ha de desear que se opere un cambio, sino que ha de quererlo. Esta matización es significativa, pues nos preservará de actos heroicos, impulsos internos que terminan en frustración. Una persona puede desear cambios en su propia existencia, pero tendrá que aplicar voluntad (querer) para llegar a la meta propuesta; de lo contrario, la persona puede ser tentada a coger atajos que no harán sino desviar la atención y engañar al corazón; siguiendo ese camino, los cambios serán aparentes, no duraderos y, por lo tanto, la restauración verdadera quedará desdibujada e impedida.
Ahora bien, insisto en que la restauración eficaz tiene que tener integrados los componentes que afectan al pensamiento, al sentimiento, a las intenciones y a la voluntad; todo ello constituye el ser personal y todo ello ha de ser considerado en el proceso de restauración. No estamos hablando solo del nivel espiritual sino, también, del emocional.
Es posible que, en el tropiezo, haya primado más el sentimiento (el impulso o el deseo) que la razón; a veces los impulsos (pasiones internas) son incontrolables. En la restauración, no podemos cometer el error de aplicar exclusivamente voluntad sin tratar los sentimientos o la emotividad de la persona, sus necesidades (carencias), sus metas, sus ideales... Una vez más nos encontramos con la exigencia de tratar al ser humano como una unidad, de forma integral, sin parcelas. A Dios le interesa toda la persona, no solo su espíritu.
Por todo ello, es imprescindible que la persona afectada y necesitada de restauración se involucre con todo su ser personal, deseando y queriendo cambios que estén orientados a la estabilidad y a la permanencia. Es decir, en una sociedad en la que prima lo superficial y externo, toda persona ha de luchar desde su interior y hacia su interior para poner orden en su propia vida. [3]El apóstol Pablo oraba por los creyentes en estos términos: para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu (Ef 3.16).
El apóstol Pablo anima a cada creyente a examinarse antes de participar de la Cena del Señor (1 Cor 11.28). La palabra usada y traducida como pruébese (
) significa hacer un examen. La misma palabra se usa en Gálatas 6.4, en el contexto de la restauración (6.1) para animar a cada persona a someter a prueba su propia obra. La versión griega del Antiguo Testamento traduce con
el hebreo bähan, que es probar la autenticidad de algo mediante el crisol. [4]
La Escritura va todavía más allá cuando el salmista solicita: Examíname (
, en los LXX), oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno (Sal 139.23-24). Esta oración refleja una clara conciencia de la propia fortaleza que una persona puede encontrar en Dios y, a la vez, de la sutil debilidad que anida en el corazón humano.
Este salmo es un canto al conocimiento que el Señor tiene de los que son suyos, incluso, desde antes de nacer. El salmista proclama que aborrece a los impíos que no aman a Dios; por el contrario, solicita que sea Él mismo quien le examine para que compruebe lo que verdaderamente hay en su interior. El examen del Señor será completo, imparcial, justo, verdadero; a Él no se le puede engañar dando una imagen falsa de lo que no hay en nuestro interior. Así, es necesario que la persona afectada se presente ante Dios para solicitar su ayuda, porque sabe todas las cosas; se trata de abrir el corazón a quien es capaz de socorrer en momentos difíciles.
Para que alguien pueda ser ayudado eficazmente, ha de reconocer su debilidad y abrir su corazón. Solo a partir de esa catarsis, podrá iniciar el camino de la restauración.
A partir de ahí, es imprescindible reconocer la necesidad de ayuda y asumir que habrá un proceso de rehabilitación. Por ejemplo, imaginemos una operación de rodilla en la que hay que reparar un ligamento roto. Actualmente, con las nuevas técnicas de intervención, se puede hacer casi todo, pero el proceso de recuperación es lento, de seis a siete meses. A la persona que ha sido intervenida no tienen que decirle que vaya con cuidado cuando empiece a apoyar el pie en el suelo y dé los primeros pasos. Ya es consciente de su necesidad (debilidad) e irá siendo guiado por un fisioterapeuta que le ayudará en los ejercicios físicos para su completa recuperación. En la vida espiritual ocurre algo similar. La persona que es consciente de que ha caído, no actúa como si nada hubiera pasado; es consciente de su tropiezo y de su debilidad, sabe que hay un proceso de recuperación y acepta que necesita ayuda. Una vez más, estas serán pistas que manifestarán la verdadera actitud de la persona en cuestión y determinarán en gran medida su propio desarrollo espiritual.
Reiteramos aquí que la persona afectada ha de ser la primera interesada en iniciar su proceso de restauración y, para ello, ha de asumir su problema, pensar, desear y querer un cambio (arrepentimiento) y, desde su quebrantamiento, edificar una nueva vida llena de esperanza, con nuevas ilusiones, caminando hacia la dignidad que ha de recuperar y que corresponde a los hijos de Dios.
[ 1] Florencio Jiménez Burillo, Psicología social (Madrid: UNED, 1990), II:11.
[ 2] Enrique Rojas, Los lenguajes del deseo (Madrid: Temas de hoy, 2004).
[ 3] Recomendamos el libro de Gordon MacDonald, Ponga orden en su mundo interior (Miami: Betania, 1989).
[ 4] H. Haarbeck, Prueba, Diccionario teológico del Nuevo Testamento, III:436.
Recordemos que el crisol es un recipiente hecho de material refractario, que se emplea
para fundir alguna materia a temperatura muy elevada; en el proceso se eliminan los
materiales impuros.
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