No podemos olvidar que los procesos de cambio son siempre lentos y que, en cada persona, son diferentes. Aquí la comprensión, la paciencia, la tolerancia y el amor tendrán que ser los compañeros de viaje si deseamos una restauración eficaz.
La restauración tiene que tener como principio vital ayudar a las personas a recuperar su dignidad y a potenciar el estado de libertad en todos los sentidos de la existencia. La labor de los psicoterapeutas, los psiquiatras, los asistentes sociales, los psicólogos, los pastores, los maestros, los educadores..., tiene que ver con ayudar a los demás a que recuperen su autoestima, a que se valoren, a que puedan caminar con la cabeza alta a pesar de lo que haya ocurrido en el pasado, a que puedan encontrar sendas de liberación...
Terminamos esta sección planteando que el Dios de la Biblia es un Dios restaurador, que da nuevas oportunidades a sus hijos y les enseña el camino de la libertad permitiendo que recuperen la dignidad que les concede el ser hijos de Dios.
[ 1] Diccionario de la Real Academia Española.
[ 2] El estigma era una marca impuesta con hierro candente, bien como pena infamante, bien como signo de esclavitud.
[ 3] Recomendamos el libro de Josep. P. Carreté, Alcohol. Adorno y tragedia (Terrassa, Clie, 1998).
[ 4] Para más detalles, ver mi libro La Iglesia como comunidad terapéutica (Terrassa: Clie, 2005).
[ 5] Dana y Mantey dicen: su significación básica es el progreso de un acto o estado hasta un punto de culminación y la existencia de unos resultados completados… Implica un proceso, pero mira a ese proceso como habiendo alcanzado su consumación y existiendo en un estado de finalización. Gramática griega del Nuevo Testamento (Buenos Aires: Casa Bautista de Publicaciones, 1979), p. 193.
[ 6] Bruno Corsani y otros, Guía para el estudio del griego del Nuevo Testamento (Madrid: Sociedad Bíblica, 1994), p. 152.
[ 7] Vine, Nuevo, Diccionario expositivo de palabras del Nuevo Testamento (Terrassa: Clie, 1986), III:69.
[ 8] H. Haarbeck, Nuevo, Diccionario teológico del Nuevo Testamento (Salamanca: Sígueme, 1982), III:179.
CAPÍTULO 3
Agentes de restauración: la persona afectada
Son varios los agentes que intervienen en el proceso de restauración, desde el Espíritu Santo hasta los miembros de la Comunidad. No obstante, la persona afectada es la más interesada en todo este proceso y, necesariamente, en ella está la clave de su progreso. De forma paralela hemos de situar la acción sanadora del Espíritu Santo, la labor de acompañamiento pastoral y la edificación de los miembros de la Comunidad. Todo ello configura la misión de la Iglesia que se articula en la práctica de la tolerancia, el perdón y el amor de los unos a los otros.
Por motivos didácticos vamos a considerar cada uno de los agentes involucrados de forma separada; pero, como hemos indicado antes, se trata de acciones paralelas, muchas veces simultáneas, para que se pueda experimentar sanidad y restauración integral en el seno de la Comunidad.
De poco serviría una acción pastoral dirigida a la persona afectada y descuidar la parte que le corresponde a la iglesia. Cuántas veces hemos visto a los pastores desarrollar estrategias de recuperación y la iglesia no les ha acompañado en ese proceso; y, por el contrario, cuántas veces los pastores han mostrado actitudes inflexibles que han impedido la recuperación de los que han caído y la iglesia ha dado muestras de madurez, tolerancia y misericordia. Por ello, insisto en la necesidad de que todos los agentes de restauración actúen de forma concomitante.
En mi opinión, la evolución favorable del proceso de restauración dependerá, en gran medida, de las actitudes y de las acciones que llevará a cabo la persona afectada después de haber tocado fondo.
Primero, cada persona sigue un proceso particular de deterioro que puede ir desde unos minutos hasta algunos meses. Esto significa que cada caso es diferente y lo que ha pasado a alguien no tiene por qué ocurrir a otros necesariamente.
En segundo lugar, cada persona tiene sus fortalezas y sus debilidades. Es decir, hay un umbral de vulnerabilidad que puede ser más o menos consciente. Esto nos tiene que ayudar a evitar el juicio apresurado cuando alguien ha caído en aquello que nos parece inverosímil e indigno en un creyente. En la medida en que seamos conscientes de nuestra propia debilidad, nos permitirá desarrollar actitudes de solidaridad y misericordia con el hermano que ha tropezado.
En tercer lugar, cada persona tiene una medida diferente sobre tocar fondo y esa medida escapa a la razón. Para unos puede ser haber destruido a la propia familia; para otros, la pérdida del empleo; para otros, verse esclavizado por el
alcohol; para otros, el desasosiego que producen los complejos de culpa al llevar una doble vida...
En definitiva, tocar fondo significa llegar a un punto de inflexión que permite a la persona tomar conciencia de su propia situación y querer cambiar el curso de su existencia buscando la ayuda y soporte necesarios.
En cuarto lugar, tenemos que hablar de las actitudes. Una actitud [1]es una predisposición para actuar, aprendida, dirigida hacia un objeto, persona o situación que incluye dimensiones:
- Cognitivas: creencias, opiniones y pensamientos.
- Afectivas: sentimientos, evaluaciones positivas y negativas.
- Conductuales: intenciones y acciones de la persona.
Esta definición no es compartida por la totalidad de los especialistas, pero incorpora conceptos que son muy interesantes a la hora de valorar la conducta de una persona en una situación determinada y que la distingue de otra en la misma situación.
Cuando un cristiano ha caído, toca fondo y desea reaccionar, ¿cuáles son sus actitudes? Es decir, ¿qué piensa, siente y decide sobre lo que ha ocurrido, sobre sí mismo, sobre los demás, sobre las consecuencias de sus actos, sobre la iglesia, sobre Dios...? Esto es muy importante, porque nos dará una visión real de lo que puede pasar desde este momento en adelante.
No se trata de desear cambios pensando solo en los demás, por presiones externas sino, primeramente, en uno mismo. Seguro que este enfoque será más positivo, traerá mejores resultados y los cambios serán más duraderos.
Pongamos un ejemplo. Un miembro de la Comunidad tiene problemas con el juego y se da cuenta, con el paso del
tiempo, de que las cosas están empeorando, que está perdiendo el control, que está malgastando los recursos de su familia, que esta situación le ha generado unas deudas elevadísimas que no sabe cómo va a saldar...
Esta persona tiene que reaccionar no solo por temor a ser descubierto por su familia y amigos o por la vergüenza que supondrá ser sorprendido en la propia Comunidad Cristiana. Lo importante será ayudarle a analizar sus actitudes: qué piensa, siente y decide respecto a sí mismo, primeramente. El segundo paso es analizar lo que piensa, siente y decide respecto a su familia, amigos, iglesia... y, por supuesto, respecto a Dios. Las actitudes que desarrolle serán un buen baremo para anticipar lo que puede resultar en el futuro.
Al hablar de las actitudes de la persona que ha caído, tenemos que incorporar el ingrediente espiritual. Es decir, la persona, ¿está arrepentida?, ¿es consciente de que su vida está deshecha?, ¿comprende el perjuicio que se ha causado a sí mismo y a los que le rodean?, ¿hay muestras de quebrantamiento? Estas preguntas parecen triviales, pero nos ofrecen pistas claras que permitirán realizar un diagnóstico preciso sobre la toma de conciencia de la persona en conflicto.
Tenemos que incorporar un elemento más en nuestra reflexión. Hemos hablado de qué piensa, siente y decide la persona que necesita ser restaurada. Enrique Rojas desarrolla un excelente ensayo en el que distingue el deseo del querer. [2]
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